Esta novena tiene la peculiaridad de que las oraciones para cada día están compuestas por diferentes santos, algunos de ellos Doctores de la Iglesia. Se puede rezar en cualquiera de las festividades de la Santísima Virgen o en cualquiera de sus advocaciones. Además de esta novena en este mismo sitio hay una página dedicada a oraciones escritas a la Virgen por santos...
ORACIONES INICIALES PARA TODOS LOS DÍAS
Por la señal, etc.
Oración de San Bernardo para empezar todos los días
Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que uno solo de cuantos han acudido a vuestra protección e implorado vuestro socorro, haya sido desamparado. Yo, pecador, animado con tal confianza, acudo a vos oh Madre, Virgen de las vírgenes: a vos vengo, delante de vos me presento gimiendo. No queráis, oh Madre del Verbo, despreciar mis palabras; antes bien, oídlas benignamente y cumplidlas. Amén.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh santísima Señora, excelentísima Madre de Dios y piadosísima Madre de los hombres! Después de Dios, tú eres la única esperanza de los pecadores y la mayor confianza de los justos. La Iglesia te llama vida, dulzura y esperanza nuestra, y todos los pueblos ponen en ti sus ojos, esperando de ti todas las gracias. Nosotros también, dulce abogada, acudimos a ti en estos días, instándote para que nos oigas y concedas las gracias que te pedimos. Danos, en primer lugar, un amor sincero a tu divino Hijo, observando su santa ley cristiana; alcánzanos también la salud del cuerpo y la serenidad del espíritu, la paz en la familia y la suficiencia de medios para la vida; concédenos, en fin, una santa muerte en la santa Iglesia católica.
¡Oh Virgen, que superas toda alabanza! Todo lo que tú quieres, lo puedes ante Dios, de quien eres Madre; y, aun cuando nosotros somos pecadores, tú eres dulce madre del Redentor y dulce madre nuestra, y puedes abogar por tus hijos pequeños y pecadores ante tu Hijo altísimo y redentor; a tu nombre se abren las puertas del cielo; en tus manos están todos los tesoros de la divina misericordia; óyenos, oh plácida Virgen y Madre, y, si nos conviene, concédenos las gracias que te pedimos en esta novena.
Petición. Santa María, socorre a los desgraciados, ayuda a los pusilánimes, reanima a los que lloran, ora por el pueblo, intervén por el clero, intercede por las mujeres consagradas, sientan tu auxilio todos los que celebran tu santa festividad.
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.
Oración. Concédenos, por favor, Señor Dios, que nosotros, tus siervos, gocemos de continua salud de alma y cuerpo y, por la gloriosa intercesión de la bienaventurada siempre Virgen María, seamos libres de las tristezas de la vida presente y disfrutemos de las alegrías de la vida eterna. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
DÍA PRIMERO
Comenzar con la oración de todos los días.
Oración de Santo Tomás de Aquino (1225-1274). Doctor de la Iglesia.
Concededme, oh Reina del cielo, que nunca se aparten de mi corazón el temor y el amor de tu Hijo santísimo; que por tantos beneficios recibidos, no por mis méritos, sino por la largueza de su piedad, no cese de alabarle con humildes acciones de gracias; que a las innumerables culpas cometidas suceda una leal y sincera confesión y un firmísimo y doloroso arrepentimiento, y, finalmente, que logre merecer su gracia y su misericordia. Suplico también, oh puerta del cielo y abogada de pecadores, no consientas que jamás se aparte ni desvíe este siervo tuyo de la fe, pero particularmente que en la hora postrera me mantenga con ella abrazado; si el enemigo esforzare sus astucias, no me abandone tu misericordia y tu gran piedad. Por la confianza que tengo en ti puesta, alcánzame de tu santísimo Hijo el perdón de todos mis pecados y que viva y muera gustando las delicias de tu santo amor.
Terminar con la oración final de todos los días.
DÍA SEGUNDO
Comenzar con la oración de todos los días.
Oración de San Atanasio de Alejandría (295-373). Doctor de la Iglesia.
Propio es de ti, Señora, que siendo tú, al mismo tiempo que esclava del Señor, Madre de Dios, Reina y Señora, pues Dios quiso también ser Hijo tuyo, no apartes de nosotros tu memoria, habiendo de presentarnos ante el soberano e inexorable Juez, que, si a nosotros nos infunde pavor, es para contigo sobremanera amable y te otorga cuantas gracias le pides, pues eres llamada llena de gracia y de alegría por haber sobrevenido en ti el Espíritu Santo. Por esto, aun los ricos de la nación, los más favorecidos en justicia y santidad, claman a ti e invocan tu protección. No nos cierres las puertas de tu pecho, y deja que fluya sobre nosotros el mar de gracias que encierra.
Terminar con la oración final de todos los días.
DÍA TERCERO
Comenzar con la oración de todos los días.
Oración de San Anselmo (1033-1109). Doctor de la Iglesia.
No son para contar, Reina clementísima, los que, habiendo invocado tu nombre, han conseguido la eterna salvación; ¿y quieres que, invocándote yo, sea defraudado en mis esperanzas? Tal vez no oyes mis clamores en razón de mi gran maldad; pero, aun así, no dejaré de llamarte y de decirte con toda el alma: pues eres tan noble y benigna de condición, da oídos a quien humildemente llama a tus puertas y no le desatiendas en sus esperanzas, ni le abandones en su tribulación, ni le dejes sin una palabra de perdón en medio de su pecado. Sana con tus celestiales medicinas las profundas heridas en mi alma abiertas, desátame de los carnales lazos que me aprisionan en la tierra y abrígame siquiera con un jirón del espléndido manto de tu gloria. Amén.
Terminar con la oración final de todos los días.
DÍA CUARTO
Comenzar con la oración de todos los días.
Oración antigua de autor anónimo.
Ven, oh gloriosa Reina María; ven y visítanos; ilumina nuestras almas dolientes y danos el vivir santamente. Ven, salud del mundo, a lavar tantas manchas que nos afean, a disipar tantas tinieblas que nos envuelven. Ven, Señora de los pueblos, y apaga estas llamas de concupiscencia que nos abrasan, arrójanos el manto de tu pureza y señala el seguro camino que nos ha de llevar al puerto. Ven a visitar a los enfermos, a fortalecer a los débiles, a dar firmeza a los que fluctúan entre mares de dudas. Ven, estrella, luz de los mares, e infúndenos paz, gozo y devoción. Ven, oh cetro de reyes, poderío de las naciones, y vuelve al seno de la fe, al amor y vida de su unidad, a las muchedumbres extraviadas que no conocen lo que conviene a su salud. Ven, trayéndonos en tus manos los dones de tu casto, eterno esposo, el Espíritu Santo, para que vivamos por su lumbre y calor, y sean nuestro sustento aquellos frutos eternos que nos han de merecer entrar en la unidad de la vida bienaventurada. Amén.
Terminar con la oración final de todos los días.
DÍA QUINTO
Comenzar con la oración de todos los días
Oración de San Sofronio (siglo VII). Patriarca de Jerusalén.
Amansa, oh piadosa Madre, las olas de tristeza y de congoja que combaten mí corazón; apaga las llamas enemigas que me cercan; embota los dardos que manos crueles vienen arrojando contra mi alma, amenazando atravesarla y envenenarla y meter en ella la muerte. Oh alegría bienaventurada, oh paz, oh serenidad de los que te invocan, oh escudo y fortaleza de tus fieles servidores, ven y tiende tu mano sobre las llagas recibidas y sobre las angustias que me atormentan; da suavidad y paz a mi
entendimiento, para que mi lengua engrandezca siempre la alteza de la merced recibida. Devuélvenos en lluvias de gracias las alabanzas que te dirigimos; abre ese manantial de gracias que por nosotros quiso encerrarse en ti y no vivamos ya entre noches, incertidumbres y temores; a ti seremos deudores de mercedes que jamás labios humanos podrán agradecer ni ponderar. Amén.
Terminar con la oración final de todos los días.
DÍA SEXTO
Comenzar con la oración de todos los días.
Oración de San Ildefonso (siglo VII). Arzobispo de Toledo.
Oh clementísima Virgen, que con mano piadosa repartes vida a los muertos, salud a los enfermos, luz a los ciegos, solaz a los desesperados y consuelo a los que lloran. Saca de los tesoros de tu misericordia refrigerio para mi ánimo quebrantado, alegría para mi entendimiento y llamas de caridad para mi durísimo pecho. Sé vida y salud de mi alma, dulzura y paz de mi corazón y suavidad y regocijo de mi espíritu. Y, pues, tú eres estrella clarísima del mar, madre llena de compasión, endereza mis pasos, defiéndeme de riesgos de enemigos, hasta aquella postrera y suspirada hora en la cual, asistido de tu auxilio, enriquecido con tu gracia, vencidas las enemistades del infernal dragón, salga de este mundo para los eternos y seguros gozos de la vida bienaventurada. Amén.
Terminar con la oración final de todos los días.
DÍA SÉPTIMO
Comenzar con la oración de todos los días.
Oración de San Juan Damasceno (649-749). Doctor de la Iglesia.
Nadie está en el cielo más cerca de la Divinidad simplicísima que tú, que tienes asiento sobre la cumbre de los querubines y sobre todos los ejércitos de los serafines, y por esto no es posible que tu intercesión sufra repulsa, ni que sean desatendidos tus ruegos. No nos falte tu auxilio mientras vivamos en este mundo perecedero; alárganos tu mano, para que, obrando las obras de salud y huyendo de los caminos del mal, demos seguro el paso de la eternidad. Por ti esperamos que, al cerrar a este destierro los ojos de la carne, se abrirán los del alma para anegarse en aquel piélago de soberana hermosura, de suavísimos deleites, por el cual ansiosamente suspiran las almas regeneradas y que nos anunció y mereció Cristo Señor nuestro haciéndonos ricos y salvos. A El por ti, Señora, rendimos gloria y alabanza, con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.
Terminar con la oración final de todos los días.
DÍA OCTAVO
Comenzar con la oración de todos los días
Oración de San Efrén de Siria (306-373). Doctor de la Iglesia.
Oh Virgen purísima, Madre de Dios, Reina de todo lo criado, levantada sobre todos los cortesanos del cielo y más resplandeciente y pura que los rayos del sol: tú eres más gloriosa que los querubines, más santa que los serafines y sin comparación más sublime y aventajada que todos los ejércitos del cielo. Tú eres la esperanza de los patriarcas, la gloria de los profetas, la alabanza de los apóstoles, honra de los mártires, alegría de los santos, ornamento de las sagradas jerarquías, corona de las vírgenes, inaccesible por tu inmensa claridad, princesa y guía de todos y doncella sacratísima; por ti somos reconciliados con Cristo mi Señor. Guardame debajo de tus alas; y apiádate de mí, que estoy sucio con mis pasiones y manchado con los innumerables males que he cometido contra mi Juez y Criador. No tengo otra confianza sino en ti, que eres el áncora de mi esperanza, el puerto de mi salud y socorro oportuno en la tribulación.
Terminar con la oración final de todos los días.
DÍA NOVENO
Comenzar con la oración de todos los días.
Oración de San Germán (496-576). Obispo de París.
Ninguno se salva sino por ti, oh Virgen Santísima.'Ninguno se libra de males sino por ti, oh Virgen purísima. Ninguno recibe gracias de Dios sino por ti, oh Virgen castísima. Ninguno obtiene misericordia sino por ti, oh Virgen venerabilísima. ¿Quién, después de tu bendito Hijo, tiene tanto cuidado del linaje humano como tú? ¿Quién así nos defiende en nuestras tribulaciones? ¿Quién tan presto nos socorre y nos libra de las tentaciones que nos acosan y persiguen? ¿Quién, con sus piadosos ruegos, intercede por los pecadores y los libra de las penas que por sus pecados merecen? Por esto recurrimos a ti, oh purísima y dignísima de toda alabanza y de todo obsequio.
Haz que, por medio de tus oraciones, que tanto pueden con el Señor, las cosas eclesiásticas sean bien gobernadas y tú misma las conduzcas a puerto seguro. Viste ricamente a los sacerdotes de justicia y de la gloria de la fe probada, inmaculada y sincera. Dirige en estado próspero y tranquilo los cetros de los soberanos cristianos. Sé, en tiempo de guerra, la protección del ejército, que siempre milita bajo tu amparo, y confirma al pueblo para que, conforme Dios lo tiene mandado, persevere en el obsequio suave de la obediencia. Sé el muro inexpugnable de este pueblo que te tiene a ti como a torre de refugio y cimiento que la sostiene. Preserva la habitación de Dios y el decoro del templo de todo mal; libra a cuantos te alaban, da redención a los cautivos y sé refugio para el peregrino y consuelo para el desamparado. Extiende, por fin, a todo el orbe tu mano auxiliadora, para que, así como celebramos con alegría esta festividad, celebremos también todas las demás que te dedicamos, en Cristo Jesús, Rey de todas las cosas y verdadero Dios nuestro; a quien sea la gloria y la fortaleza, junto con el Padre Eterno, que es principio de la vida, y con el Espíritu coeterno, consubstancial, y que reina con los dos, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Terminar con la oración final de todos los días.
NOVENA EN HONOR A LA VIRGEN DEL VISO
Oración Preparatoria
Santísima Virgen del Viso, Madre de Dios y madre nuestra, excelsa patrona de Salas y su concejo, a ti acudimos para honrarte expresarte nuestro amor y devoción como especial abogada y protectora nuestra ante el Padre celestial.
No tengas en cuenta nuestros pecados, y acepta estos humildes obsequios. Te damos gracias por los beneficios recibidos y te rogamos nos sigas protegiendo en adelante.
Acrecienta en nosotros tu devoción y e amor a nuestro Padre Dios y a nuestros hermanos los hombres. Ayúdanos a imitar de cerca de tu hijo, hermano mayor y amigo nuestro Jesús, y a vivir su evangelio y las enseñanzas de la Iglesia.
Finalmente, te pedimos las gracias que deseamos alcanzar en esta novena, si han de ser para mayor gloria de Dios, honra tuya y bien de nuestras almas. Amén.
Oración Final
Santísima Virgen del Viso, madre y patrona de todos los sálense, conocedores de tu bondad y de la eficacia de tu intercesión, en ti confiamos. En tus manos ponemos nuestra vida, nuestros problemas, nuestros afanes, nuestros deseos…
Aunque indignos y pecadores, somos hijos y protegidos tuyos. Muestra que eres nuestra madre y patrona y acógenos bajo tu protección.
Atiende nuestras súplicas, líbranos de los males del alma y cuerpo y guíanos por el camino que conduce a la casa del Padre para que, después de nuestro peregrinar por este mundo, lleguemos a vivir allí para siempre en tu compañía. Amén.
DIA PRIMERO
La devoción a la Santísima Virgen del Viso
La devoción a la Virgen es consustancial con el pueblo cristiano. Está extendida por todo el mundo católico y, en especial, por España y por los países por ella evangelizados. Infinidad de advocaciones más o menos famosas pueblan la geografía de nuestra patria.
Entre las más importantes de Asturias – Covadonga aparte - figura la advocación de Ntra. Sra. del Viso, Patrona de nuestra villa y concejo, cuya devoción está profundamente arraigada en el corazón de los salenses.
Se desconoce la época de su aparición, pero sí puede afirmarse que tiene, por lo menos, cinco siglos de existencia. Ya en el libro de la Cofradía del Viso existente en 1604 se alude a su origen inmemorial, y en 1614 se levantaba un nuevo templo por amenazar ruina el primitivo.
El santuario está situado en el centro geográfico del concejo aproximadamente y en uno de los lugares más pintorescos del mismo.
Desde la montaña del Viso la Virgen, a cuyo especial patrocinio estamos especialmente acogidos, vela con maternal cuidado sobre nosotros, sus hijos.
Confiemos en ella, honrémosla como se merece y tratemos de corresponderle con nuestro amor e imitación.
Virgen del Viso, ruega por nosotros
DIA SEGUNDO
La Santísima Virgen y la virtud de la fe
La fe es la primera virtud del cristiano y el fundamento de todas las demás. “Sin la fe, dice San Pablo, es imposible agradar a Dios”.
Los cristianos la recibimos en el bautismo, que nos hace hijos de Dios y miembros de la Iglesia. En este sacramento renunciamos a Satanás y al pecado, profesamos nuestra fe en Dios Padre, en Jesucristo, en el Espíritu Santo, en la Iglesia, en Santa María Virgen y en los principales misterios de nuestra religión y prometemos ser fieles a Jesucristo. Así adquirimos ciertos compromisos que estamos obligados a cumplir.
No en vano suele decirse que creer es comprometerse: comprometerse a vivir como discípulos de Cristo, como hijos fieles de la Virgen.
¿Podemos decir con la mano en el pecho que hemos sido siempre consecuentes con nuestra condición de cristianos? ¿Nuestra conducta no estará con frecuencia en desacuerdo con nuestras creencias y compromisos?
No olvidemos que la fe no vale nada sin las buenas obras. Imitemos a la Virgen, que creyó al arcángel San Gabriel y aceptó el compromiso de ser madre de Dios con todas las consecuencias.
Virgen fiel, ruega por nosotros.
DIA TERCERO
La Santísima Virgen y la virtud de la esperanza
La esperanza puede decirse que es una consecuencia de la fe. Si creemos en Dios y en su bondad, necesariamente esperaremos y confiaremos en él.
La Virgen es en esta, como en las demás virtudes, maravilloso ejemplo para nosotros. De ella puede afirmarse, como del patriarca Abrahán, que esperó contra toda esperanza. El nacimiento de su hijo Jesucristo por obra del Espíritu Santo, sin intervención de varón, rompe una ley de la naturaleza establecida pro el mismo Dios. Ser virgen y madre a la vez sólo se da milagrosamente en María, la Virgen por antonomasia.
La esperanza es una de las virtudes más necesarias en tiempos de cambios, evolución y desorientación en que vivimos, aunque sea augurio de un porvenir más esplendoroso, en todos los órdenes. Los cristianos somos optimistas, porque sabemos que es Dios quien dirige la Historia y que el Espíritu Santo asiste a la Iglesia y al mundo.
Confiemos en la Virgen: Ella está con nosotros. Con su protección, la ayuda de Dios y nuestras buenas obras podemos estar seguros de que alcanzaremos la felicidad eterna.
Causa de nuestra alegría, vida y esperanza nuestra, ruega por nosotros.
DIA CUARTO
La Santísima Virgen y la virtud de la caridad
Caridad es amar a Dios y a los hombres. Aquí está la esencia del cristianismo. En este se resume toda la ley y los profetas, dijo el mismo Jesucristo.
Nadie, después de Dios, amó como la Virgen. Amar es darse, y ella entregó totalmente en manos de Dios y aceptó plenamente su voluntad. “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mi según tu palabra”, respondió María al mensaje del angel.
Pero amó y se entregó también al servicio de los hombres, aceptando la muerte de su Hijo por nosotros. Por eso la llamamos corredentora del género humano, porque contribuyó eficazmente a nuestra redención.
Imitemos a la Virgen. Amemos a Dios sobre todas las cosas. Amor con amor se paga. Y a prójimo, como Cristo nos amó a nosotros. “No solamente de palabra y con la boca, sino con obras de verdad”, según San Juan.
Precisamente el amor al prójimo es la señal del amor a Dios y el signo distintivo de los cristianos. “En eso se conocerá que sois mis discípulos, dice Jesús, si os amáis los unos a los otros, como yo o he amado”. Esta es la nueva ley del amor.
Madre del amor, madre admirable, ruega por nosotros.
DIA QUINTO
La Santísima Virgen y la santidad
La santidad, la perfección cristiana, es la meta de los discípulos de Cristo. “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”, dijo el divino Maestro. “Esta es la voluntad de Cristo, añade San Pablo, vuestra santificación”.
La santidad no es patrimonio de unos cuantos ni consiste en hacer cosas raras o extraordinarias. Consiste sencillamente en cumplir con nuestro deber de cada día, en ser fieles a nuestros compromisos de personas y de cristianos, en vivir y crecer en la gracia y amistad de Dios, nuestro Padre. Está, pues, al alcance de todos en un grado mas o menos elevado, aunque debemos de aspirar siempre a superarnos y a conseguir metas más altas.
Dios nos creó para que le sirvamos en esta vida y seamos después felices con El por toda la eternidad, como nos recuerda el catecismo. La Virgen es también nuestro modelo. El ángel la llamó llena de gracia. Ella es la más perfecta de todas las criaturas salidas de la mano de Dios. Su santidad es mayor que la de todos los demás santos y ángeles juntos.
El camino de la santidad no es fácil, pero podemos recorrerlo con la gracia de Dios, nuestro propio esfuerzo y la protección de la Virgen. Ella nos ayudará a luchar y a obtener el triunfo final.
Espejo de justicia, madre de la divina gracia, ruega por nosotros.
DIA SEXTO
La Santísima Virgen y la imitación de Cristo
“Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo”, podría decir con mayor motivo que S. Pablo la Santísima Virgen. Por el bautismo nos hacemos hijos de Dios, miembros de Cristo y hermanos y discípulos suyos. Tenemos, por lo tanto, que parecernos a Cristo. Pero nos resultará más fácil conseguirlo a través de la Virgen. “A Jesús por María”, fue el lema que siguieron y aconsejaron muchos santos y escritores sagrados.
La vida de oración y recogimiento de la Virgen es una hermosa lección para nosotros. La oración es para el alma lo que la respiración para el cuerpo. La palabra de Dios, que ella guardaba en su corazón, nos ayuda a conservar y aumentar nuestra fe. La eucaristía, que Cristo nos dejó, es el principal alimento del alma.
Utilicemos, pues, estos medios de santificación que Jesucristo y la Iglesia ponen a nuestra disposición. No es verdadera la devoción a la Virgen, si no nos lleva a su hijo Jesús, si no contribuye a hacernos más semejantes a El.
Tratemos, por lo tanto, de seguir al divino Maestro y aspiremos a poder decir con San Pablo: “No soy yo quien vivo, sino que es Cristo quien vive en mi”. La Virgen nos da ejemplo, nos ayuda y nos guía.
Madre Inmaculada, trono de sabiduría, ruega por nosotros.
DIA SÉPTIMO
La Santísima Virgen y el apostolado
Uno de los deberes fundamentales del cristiano es el apostolado. Ser apóstol es trabajar por la salvación de los hombres, por la extensión del reino de Cristo en el mundo: con una vida, auténticamente cristiana con la palabra, la oración, el sacrificio, la cooperación económica… Es una obligación que deriva de los sacramentos del bautismo y de la confirmación.
Por el bautismo participamos todos los cristianos del sacerdocio general de Cristo y nos hacemos miembros responsables de la Iglesia. La confirmación nos configura como soldados y apóstoles de Cristo.
Como soldados, tenemos que luchar contra el mal, el pecado y la injusticia. Como apóstoles, nuestra misión es la salvación de todos los hombres y la implantación de un mundo mejor, menos salvaje, más humano y más cristiano, como pedía Pío XII. Es deber ineludible de los cristianos la llamada consagración del mundo, es decir, la cristianización de las estructuras de la sociedad y de las relaciones y cooperación entre los pueblos y los hombres, como pide Pablo VI, con el fin de que reine en todas partes el amor, la justicia y la paz.
Acudamos a la Virgen, y ella nos ayudará a cumplir nuestra misión, como colaboró con los primeros apóstoles, y sigue asistiendo a los apóstoles de todos los tiempos.
Virgen fuerte, reina de los apóstoles, ruega por nosotros.
DIA OCTAVO
La Santísima Virgen Madre de Dios y de la Iglesia
La maternidad divina de la Virgen es su título más importante y el fundamento de todos sus privilegios. Es la mayor dignidad que un ser humano puede alcanzar.
Porque estaba destinada a ser madre de Dios, la Santísima Virgen fue concebida sin mancha de pecado original. Asimismo durante su vida se conservó libre de toda clase de pecados personales, gozando del privilegio de la impecabilidad. Por eso la llamamos Inmaculada.
La Virgen es también madre de la Iglesia, porque es madre de Cristo, cabeza de la misma, de la que nosotros somos miembros. Así la declaró solemnemente Pablo VI al final del Concilio Vaticano II.
Honremos a la Santísima Virgen, como se merece, por su dignidad, su grandeza, su santidad… Pero no olvidemos tampoco nuestra dignidad de hijos de Dios y de María y comportémonos como tales.
Tengamos en cuenta las conocidas palabras de San León Magno: “Reconoce, oh cristiano, tu dignidad, pues participas de la divina naturaleza… Recuerda de qué cuerpo eres miembro. Ten presente que, habiendo sido arrancado del poder de las tinieblas, has sido transportado al Reino y claridad de Dios”.
Seamos pues, cristianos responsables. Nuestra dignidad nos lo exige y nuestra nobleza nos obliga.
Madre de Dios y de la Iglesia, ruega por nosotros.
DIA NOVENO
La Santísima Virgen madre nuestra
La Virgen es madre de Dios y de la Iglesia. Pero también es madre nuestra en el orden espiritual. Este título de la Virgen es el que mejor suena a nuestros oídos y el que más nos llega al corazón. Nos bastar recordar a nuestras madres de la tierra: su amor, su entrega, su abnegación… Pues la Virgen nos ama más y mejor que ellas.
Como ellas, quiere lo mejor para nosotros. Pero ella sabe lo que más nos conviene y puede conseguirnos de Dios todas las gracias, porque es la omnipotencia suplicante, lo cual no está al alcance de las madres de la tierra.
Por eso la reconocemos como medianera de todas las gracias y la invocamos como salud de los enfermos, refugio de los pecadores, consoladora de los afligidos, etc. Una vez más confiemos en la Virgen. También la llamamos puerta del cielo. Ella nos ayudará a conseguirlo.
La devoción a la Virgen es señal de predestinación y los santos están de acuerdo en que nadie se condena si es verdadero devoto de la Virgen. Dice San Felipe Neri: “Si quieres morir en el amor de Dios, preserva en la devoción a María”.
Nosotros veneremos e invoquemos a la Virgen del Viso, bajo cuya advocación es nuestra patrona, abogada y especial intercesora en el cielo, y seamos dignos hijos de tan excelsa madre.
Madre nuestra del Viso, ruega por nosotros.
NOVENA JESUCRISTO REY
ACTO DE CONTRICIÓN. Dios mío y Padre mío, que sois infinitamente bueno, os amo con todo mi corazón, y por lo mucho que os amo, me pesa de haberos ofendido.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS. Omnipotente y sempiterno Dios, que quisisteis restaurar en vuestro querido Hijo, Rey del Universo, todas las cosas, concédenos que todas las familias de las Gentes disgregadas por la herida del pecado se sometan a su suavísimo imperio. Que con Vos y el Espíritu Santo vive y reina Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.
Rezar la oración del día de la Novena que corresponda.
DÍA PRIMERO