novenas - NOVENAS GRUPO 33
 

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CONCLUSIONES

NOVENA AL SANTO ANGEL CUSTODIO DE ESPAÑA

 

Por la señal .....

 

Acto de contrición.

 

Señor mío Jesucristo .....

 

Oración para todos los días.

 

Oh, bienaventurado espíritu celestial, a quien la Divina Misericordia se ha dignado confiar el glorioso Reino de España, para que lo defiendas y custodies; postrados ante ti y en amorosa unión contigo damos al Se­ñor humildes y fervientes gracias por haber tenido para con nosotros la misericordiosa providencia de ponernos bajo tu protección; contigo le alabamos y bendecimos y a su di­vino servicio rendidamente nos ofrecemos.

Acepta, Angel Santo, estos piadosos cul­tos que a tu honor dedicamos, ilumina nuestras inteligencias, conforta nuestras volunta­des, presenta al Señor nuestras plegarias avaloradas con las tuyas; defiéndenos del enemigo de nuestras almas, que también lo es, y muy feroz, de nuestra Patria; alcánza­nos del Señor que saquemos fruto y provecho espiritual de estos cultos, que crezcamos en la veneración a ti, en tu amor y en la docilidad a tus enseñanzas y dirección para que defendidos, custodiados y regidos por ti sirvamos fidelisimamente a Dios en nuestra vida privada y pública; para que se salven muestras almas y las de nuestros compatrio­tas todos; para que España sea siempre el paladín de la Fe Católica y Dios Nues­tro Señor la bendiga, prospere y glorifique. Amén.

 

Después de la meditación, oración y ejemplo de cada día que se ponen más adelante, se terminará con lo siguiente:

 

Antífona.

 

 “¡Bendito sea el Señor, que por medio del Angel de salvación visitó a nuestro pueblo y nuestra Nación y la libró de las manos de cuantos la odiaban y dirigió nuestros pasos por el camino de la paz!”

V) –“Enviará el Señor su Angel en rededor de los que le temen.”

R) –“Y los librará.”

 

Oración.

 

Omnipotente sempiterno Dios, que con inefable Providencia has destinado un An­gel a cada Reino para su custodia: concé­denos, te suplicamos, que por las preces y el patrocinio del Angel Custodio de nuestro Reino nos libremos siempre de toda adversidad. Por Jesucristo Nuestro Se­ñor. Amén.


DIA PRIMERO

 

Meditación.

 

Excelencia de la naturaleza angélica.

 

I. “Consideremos, escribía en el siglo I de la Iglesia el Papa San Clemente (1), consi­deremos el ejército de Angeles que circun­dan a Dios y obedecen a su voluntad.”

 

(1)    Ep. I ad Cor, 34‑5.

 

Dogma es de nuestra santa fe católica que desde el principio del tiempo creó Dios la naturaleza espiritual, además de la corporal y de la humana, común de ambas, como com­puesta que es de espíritu y cuerpo (1). Esta verdad pertenece al número de aquellas que la humanidad en todos los tiempos y lugares ha poseído, como restos del tesoro de la re­velación primitiva, aunque la corrupción y el error las deformase y mixtificase. Todos los pueblos han reconocido la existencia de los Angeles, seres invisibles, incorpóreos, su­periores al hombre, influyentes en su vida y sus destinos.

 

(1)    Concilio Vaticano I, Ses. III. cap. I.

 

“Que existen los Angeles y los Arcánge­les ‑ predicaba San Gregorio Magno (1) - ­lo dicen casi todas las páginas de la Sagra­da Biblia.” Desde el libro del Génesis hasta el del Apocalipsis, en el período Patriar­cal, en el Mosaico y en el Cristiano cons­tantemente figuran los Santos Angeles, ora como criaturas y servidores de Dios encargados de manifestar la divina voluntad a los hombres, ora administrando y ejecutando los salutíferos rigores de su justicia, ora anunciando con arrobadores cánticos el na­cimiento del Verbo encarnado, ya defendien­do a las almas contra las insidias y seducciones de los ángeles pecadores y caídos. Aunque no los veamos, decía San Agustín, por la fe sabemos que existen los Angeles; no nos es lícito dudarlo.

 

(1) Hom, 24 in Evans.

 

Incontable es su número; el profeta Da­niel, que en una de sus visiones los contem­pló rodeando el trono del Altísimo, dice de ellos: “Millares de millares le servían y mi­llones de millones asistían ante Él” (1). La misma frase emplea San Juan en el Apoca­lipsis (2) para indicar lo indefinido y grande del número que no puede expresarse con lenguaje humano como explica San Jerónimo. Muchos, innumerables son los Angeles que rodean al Hacedor según confiesan todos los profetas, dice San Ireneo (3) y en igual sentido se expresan todos los Santos Padres.

 

(1) Dan. VII, 10.

(2) Apoc. V. 7.

(3) Contra Hoer I. 2. c. 7. núm. 4.

 

Considera cuán grande sea el poder de Dios, a quien como a Soberano y Señor circundan y sirven los Angeles atentos a sus mandatos, obedientes a la más leve señal de su voluntad; y tú, criatura suya como ellos, proponte estar y permanecer siempre a su divino servicio, lleno de agradecimiento porque te es dado servir y complacer al Rey de infinita majestad.

 

II. ¿Y cómo concebir con mente humana y expresar con lenguaje terrenal las ex­celencias de naturaleza y de gracia con que ha enriquecido el Omnipotente a sus Angeles? Criaturas perfectísimas ajenas a toda composición material y a toda corrupción; inteligencias puras que no con el lento paso de nuestro raciocinio, sino instantáneamente, por intuición, adquieren el conocimiento de la verdad; si es grande el hombre por su inteligencia, y ella lo constituye en Rey de la naturaleza material, que subyuga a su servicio, ¿cuánto más no lo será el Angel cuyo vuelo intelectual no traban la pesadumbre e imperfección de la materia? Con razón decía Tertuliano: Después de Dios los Angeles; y San Agustín: Por dignidad de naturaleza precede la angélica a cuanto Dios creó.

Y no se contentó el Creador con dotarlos de tan perfecta naturaleza, sino que los ele­vó a la vida sobrenatural, derramó sobre ellos los carismas de su gracia y santifica­ción, les concedió filiación adoptiva, y se manifestó a ellos tal cual es en si mismo; así ven ellos cara a cara a Dios, y esta intuitiva contemplación de tal suerte los llena de luz y los inunda de felicidad, que son para siempre bienaventurados. Ellos forman su corte en la Celestial Jerusalén, le alaban y bendicen, y postrándose con amorosa hu­mildad le proclaman tres veces Santo.

 

Pondera la sabiduría del Supremo Hace­dor y su infinita bondad, de la cual son re­flejo las angélicas perfecciones; pídele que, pues se ha dignado darte inteligencia, la cual te asemeja a los Angeles y aun a Él mismo, no consienta que te degrades y envilezcas sirviendo a las groseras inclinaciones de la carne; bendícele y alábale en unión con los angélicos espíritus, y dale gracias por haber deputado a una de estas perfectísimas cria­turas para que sea poderoso custodio tuyo, de tu familia, y de todos los que formamos una misma Patria.

 

Oración.

 

Oh, gloriosísimo Angel Custodio de España, criatura nobilísima enriquecida por Dios con tan excelsos dones de naturaleza y de gracia, tú que gozando de la eterna bienaven­turanza vives consagrado a servir al Señor en la custodia y defensa de nuestra Nación, al­cánzanos del Todopoderoso la gracia, que por tu intercesión confiadamente le pedimos, de vivir siempre a su servicio. ¡Qué felices tiem­pos aquellos en que nuestra Patria amadísima por medio de sus piadosos Reyes, de sus inspirados artistas, de sus iluminados docto­res, de sus heroicos guerreros y de sus innu­merables santos se esforzaba en dar gloria a Dios propagando y defendiendo la Religión Católica y mereciendo ser coronada de glo­riosos laureles en todos los ramos de la hu­mana actividad, madre fecunda de numerosos pueblos, señora de otros muchos y maestra de todos! Tú, Angel Santo, bajo cu­yas alas protectoras nos puso el Señor, ilumi­na nuestras mentes, mueve y aúna nuestras voluntades, para que con unidad de fe y concordia de acción, busquemos todos el Reino de Dios y su justicia, seguros de que todo lo demás se nos dará por añadidura y de que así lograremos para nuestra Patria glorias inmarcesibles y para cada uno de nosotros la gloria eterna. Amén.

Padre nuestro... Ave María... Gloria.

 

Ejemplo.

 

Bellísimo símbolo de la admirable provi­dencia con que Dios gobierna el mundo por medio del ministerio de sus Ángeles es la visión que en sueños tuvo el patriarca Jacob.

 

Dice el sagrado libro del Génesis (capítu­lo XXVIII), que Jacob, habiendo partido de Bersabée proseguía su camino hacia Harán. Y llegado a cierto lugar, queriendo descansar en él después de puesto el sol, tomó una de las piedras que allí había y poniéndosela por cabecera, durmió en aquel sitio. Y vio en sueños una escala de pie sobre la tierra y cuyo remate tocaba en el cielo: y Angeles de Dios que subían y bajaban por ella; y el Se­ñor apoyado sobre la escala que le decía: “Yo soy el Señor Dios de Abraham tu padre y el Dios de Isaac; la tierra en que duermes te la daré a ti y a tus descendientes.”

 

¡Hermosísimo cuadro! Abajo descansa plá­cidamente el justo perseguido, reponiendo sus fuerzas; arriba se le aparece el Señor que desde la altura lo rige todo, y entre uno y otro, yendo y viniendo, los Angeles Santos, ministros y servidores del Altísimo, ejecuto­res fieles de sus mandatos, bajando para mo­ver a los hombres al bien, iluminar sus mentes, inflamar en santos afectos sus voluntades, defenderlos de las asechanzas del ángel caído, que envidioso de la gloria de Dios y de la felicidad a que estamos destinados, ex­plota para nuestro mal nuestra facilidad al pecado y el desorden de nuestra concupis­cencia; o subiendo como para recibir nuevas órdenes de su amoroso y divino Soberano; descendiendo para servir al Señor en la custodia de cada uno de los hombres, y de sus diversas agrupaciones, o Estados, y singu­larisimamente de la Santa Iglesia Católica y sus distintas corporaciones; o ascendiendo al cielo para ofrecer al Altísimo las flores de devoción y de amor, los frutos de virtudes y buenas obras, el oloroso incienso de las oraciones, las lágrimas de resignado dolor, los suspiros de contrición y penitencia que de la tierra dirigimos al cielo.

 

De ahí viene el nombre de ángel, que no expresa la naturaleza, sino el ministerio, pues equivale a decir nuncio, enviado, men­sajero; porque esas perfectísimas criaturas sirven a Dios, como dice San Bernardo, tra­yéndonos sus gracias y llevándole nuestras oraciones y buenas obras, ofreciéndole nuestras lágrimas y nuestros trabajos y volviendo a nosotros con sus dones.

 

 

DIA SEGUNDO

 

Meditación.

 

Relaciones angélico-humanas.

 

I. ¿Has meditado alguna vez detenidamente sobre las estrechas relaciones que unen al mundo angélico con la naturaleza humana?

 

Ambas han sido creadas con un mismo supremo destino: para ser consciente mani­festación de la divina gloria, consciente reflejo de la divina bondad; coros, celestial el uno, terrenal el otro, que con acordados concentos cantasen las alabanzas del poder, la grandeza y la hermosura de Dios derramadas por toda la creación, y que fijasen luego en éxtasis de felicísimo amor por toda la eternidad su vista en la divina esencia, fuente de todo bien y de toda hermosura.

 

Criaturas inteligentes la angélica y la hu­mana, a ambas destinó al cielo por un mismo camino: por el de la voluntaria y libre aceptación, por el del amor. Para ello a am­bas sujetó a prueba; y en ambas tuvo la prueba el mismo resultado. Muchos ángeles se apartaron de Dios y en loca rebeldía se precipitaron en la desgracia eterna, como muchos hombres despreciando las amorosas finezas del Señor se abrazan con el pecado y caen en la eterna condenación.

 

Pero todos estaban llamados a un mismo fin, para todos era la divina gracia, que nos hace hijos adoptivos de Dios y nos llama a la herencia de su gloria.

 

Pondera aquí cuán grande debe ser el amor que nos tiene el Santo Angel, que nos mira como a hermanos suyos, hechuras del mismo omnipotente Dios y destinados a una misma eterna bienaventuranza; hermanos menores, por la inferioridad de nuestra naturaleza, y tal vez por eso más tiernamente amados con amor de compasión; pero ver­daderos hermanos en la comunicación de la naturaleza divina por la gracia.

 

II. Es más, los Santos Angeles no ven sólo en la naturaleza humana una bellísima obra de Dios, inteligente y libre, destinada al cielo; ven más, mucho más. Dios la esco­gió para desposarse en ella con la creación toda; para elevar así todo lo creado. ¡El Ver­bo se hizo hombre! Un hombre, no un ángel, es Hijo de Dios natural, y ese Hombre‑Dios es jefe y cabeza de los Angeles y de los hom­bres (1). A ese Hombre adoran los Angeles, mientras que adorar a un ángel sería pecado; a la diestra del Padre está la naturaleza hu­mana en la persona del Verbo exaltada, glo­rificada, revestida de divinos resplandores, y los ángeles te cantan himnos de adoración y de amor. ¡Oh, poderosa causa de rebelión y de envidia para los ángeles malos, que no han querido adorar al Verbo hecho hombre, que en nosotros lo odian y lo persiguen afa­nándose en borrar de nuestras almas su di­vina imagen!.

 

(1) Colos. II. 10. - Eph. IV, 15 - I, 10

 

¡Oh, inefable privilegio concedido por Dios al humano linaje; siendo inferior por naturaleza lo ha hecho superior por gracia, pues los santos ángeles en Cristo adoran a su Dios y en María reconocen, dan culto y obedecen a su Reina y Señora!

Contempla, pues, a los Angeles Santos formando con nosotros una misma sociedad de adoradores, amando y reverenciando en nosotros la semejanza de Cristo; ayudándo­nos solícitos a imitarle y asemejarnos más a Él; afanándose porque ninguno de nosotros muera a esa sociedad, que es la vida verda­dera del alma; regocijándose cada vez que un pecador resucita de nuevo a ella (1); ve­lando sobre nuestra flaqueza y corruptibili­dad; cooperando con Cristo y con María en la obra de nuestra salvación para llevarnos a ser como ellos en el cielo cumpliéndose en cada uno de nosotros aquellas palabras del Redentor: “Serán como los Angeles de Dios” (2), más aún, para que seamos seme­jantes a Dios según las palabras de San Juan: “Seremos semejantes a El” (3).

 

(1) Luc. XV, 10

    (2) Math. XXII, 30

    (3 ) I. Juan III, 2

 

Prorrumpe en acciones de gracias a Dios Nuestro Señor, y en coloquios de ternísimos afectos con los Santos Angeles, y en particular con el Custodio de nuestra Patria, con quienes tan estrechos y amorosos lazos te unen:

 

Oración.

 

¡Oh, Santo Angel Custodio de España, perfectísimo espíritu creado para alabar al Señor y disfrutar de la eterna beatitud! El primer acto de tu existencia fue adorarle con profunda humildad y bendecirle con ardentísimo amor; desde entonces, confirmado en su gracia, no cesas de contemplar sus infinitas perfecciones, abismado en el océano de interminable felicidad, ni dejas de servirle, velando por su gloria, obedeciendo sus man­datos y protegiéndonos para llevarnos a El.

 

Alcánzanos de Dios, oh Santo Angel, que todos nosotros te imitemos; que cada uno de nuestros actos sea una alabanza del Se­ñor, que toda nuestra vida sea como una consciente y amorosa adoración!

 

También nuestra Patria, como todo cuan­to existe, ha sido formada para dar gloria a Dios, y sólo procurándosela cumple sus destinos. ¡Cuánta le ha dado en los pasados tiempos, y cómo Dios la bendecía y recom­pensaba! Hoy el ángel rebelde, que sober­bio se apartó de Dios, arrastrando en pos de sí muchos espíritus, ya para siempre des­graciados, pretende seducirla con los falaces sofismas, y los halagadores desenfrenos de la impiedad, para que renuncie a su históri­ca religiosidad, se aparte de Dios, abomine de su antiguo carácter, apostate en su vida de nación de las creencias de nuestros ma­yores, y laica y atea busque sólo sus medros temporales, olvidando fines más altos. No permitas, Angel bendito, que nuestra Espa­ña caiga en tan funesta tentación; ilumina a todos tus protegidos, desbarata las intrigas y tenebrosos planes de los impíos, ruega al Altísimo que confirme a España en su servi­cio, que sea siempre la Nación Católica por excelencia, que en ella siempre viva, reine e impere Jesucristo, que de esa suerte Dios la colmará de prosperidades y de glorias; al­canza del Señor la conversión de todos los que por error o por depravación quieren acarrear a España tan graves males y ob­tennos a todos la eterna salvación para can­tar contigo las divinas alabanzas por los si­glos de los siglos. Amén.

Padre nuestro... Ave María... Gloria...

 

Ejemplo.

 

Hermosísima confirmación de la doctrina que acabamos de meditar encierra el capítu­lo XXII y último del Apocalipsis.

 

Dios Nuestro Señor había enviado un An­gel a revelar a San Juan las misteriosas profecías en la isla de Patmos; por medio de maravillosas visiones y de sentenciosas palabras había desempeñado el Santo Angel su misión; al final dice el ángel: Dios me ha enviado, y he aquí que velozmente he ve­nido.¡Bienaventurados los que observen las palabras de profecía de este libro! “Y yo mismo Juan, añade el vidente, soy el que ha oído y visto todo esto. Y después que lo oí y lo vi, caí postrado en adoración ante los pies del Angel que me lo mostraba, y me dijo: ¡Guárdate de hacerlo!, porque consiervo tuyo soy y de tus hermanos los pro­fetas y de todos los que guarden las pala­bras de profecía de este libro”.

 

Consiervo nuestro, se llama el Santo An­gel; criatura de Dios como nosotros, destinado también a su servicio y gloria; siervo como nosotros de Jesucristo, hijo de Dios, sobre quien versa la profecía apocalíptica, en la cual repetidas veces aparecen los án­geles adorándolo y obedeciéndole.

 

¡Qué honor para nosotros formar con los ángeles una sociedad de adoradores de Dios y de Jesús! ¡Cuán provechoso nos sería para adelantar en la virtud fomentar esas relaciones con los Santos Angeles por medio de culto y devoción en que les expresáramos nuestros afectos e implorásemos sus ilustraciones y favores, sus consejos y defensa para servir al divino Dueño de los Angeles y de los hombres!

 

 

DIA TERCERO

 

Meditación.

 

El Angel Custodio del Reino.

 

I. Todos los Santos Angeles forman con nosotros la familia de los hijos de Dios, herederos del cielo, todos nos ayudan a lograr nuestro supremo felicísimo destino. “¿Por ventura, decía el apóstol San Pablo (l), no son todos ellos espíritus que hacen el oficio de servidores o ministros enviados por Dios para ejercer ministerio en favor de aquellos que deben ser los herederos de la salvación?” Por eso dice San Agustín que la comunidad de los Santos Angeles asisten y auxilian a la Iglesia peregrinante en la tierra, porque así como les ha de unir una misma felicidad eterna, así un mismo vínculo de caridad los une, pues para adorar a Dios han sido creados.

 

(1) Hebr. I, 14.

 

           Doctrina católica es que Dios ha encargado a los ángeles la custodia de los hombres; lo dice la Sagrada Biblia en numerosísimos lugares, y la constante y común tradición de la Iglesia lo asegura.

 

Comentando sobre el capitulo décimo de la profecía de Daniel los Padres y escritores católicos toman ocasión de aquellas pala­bras “el Príncipe del Reino de los Persas, el Príncipe de los Griegos y el Príncipe de los Judíos” para exponer la común doctrina de que la Divina Providencia ha encomendado a la custodia y protección de un Angel cada uno de los pueblos o naciones.

 

“Que cada Nación tiene su propio Angel Custodio lo afirma la Escritura” dice Teodo­reto. “Unos Angeles están al frente de las naciones, otros acompañan a cada uno de los fieles” afirma San Basilio.

 

Además de la contemplación de Dios que los beatifica, los buenos ángeles están ocu­pados en la guarda de la Iglesia, de las na­ciones y de los individuos; cada pueblo tiene su Angel al frente, dicen San Gregorio, Casiano y San Isidoro.

 

San Cirilo se hace eco autorizado de la general creencia de que cada Reino tie­ne un ángel particularmente encargado de guiarle.

 

San Gregorio Nacianceno, el Niseno, San Juan Crisóstomo enseñan que a cada Nación ha sido dado un Angel Guardián que la. pro­tege e inspira santos pensamientos a los que guía.

 

San Jerónimo, San Hilario y San Ambrosio describen al ángel de cada Reino inter­cediendo por sus hijos y cubriéndoles con su protección.

 

San Juan Damasceno dice de ellos: “Men­sajeros y ministros de Dios ejecutan su vo­luntad, se muestran a veces a los hombres, están destinados para guardianes de ciertas regiones de la tierra, de ciertas naciones; se ocupan de nuestros intereses y nos prestan auxilio.”

 

Por último, todos los grandes teólogos de la Iglesia Católica han sostenido, como pre­sentada en 1a Sagrada Escritura y común a los Santos Padres, esa consoladora doc­trina.

 

Considera cuán misericordiosa es la providencia de Dios que ha destinado tan per­fectas criaturas a velar por tu bien y por el de tus allegados y compatriotas.

 

II. Pondera cuán conforme a razón es esa doctrina. Dios Nuestro Señor no creó al hombre para que viviese aislado y solitario; lo hizo social por naturaleza, de suerte que no por capricho ni mero pacto de conveniencia, sino según los designios divinos, se congregan los hombres, las familias y los pueblos, formando naciones o Estados; po­drán éstos variar, dilatarse o empequeñecerse, confederarse o disgregarse; pero siempre los hombres, para obtener el bien propio, necesitarán tener vida social, y esta vida so­cial se concretará en la formación de naciones por vínculos de lengua, afectos, tradiciones o intereses.

 

Y siendo tan misericordioso el Señor que confió a la angélica custodia, la suerte y go­bierno de la humanidad, convenía que así como quiso que un Ángel velase sobre cada hombre para que cumpliese éste fielmente su destino, así dispusiese que los que, con­gregados por intereses comunes formasen una sociedad, constituyesen un mismo Es­tado, tuviesen también un protector común que al Estado y a sus miembros amparase.

 

En esta consideración debes de encontrar un motivo más de agradecimiento profundo a la divina misericordia. Así como por ley natural debes procurar tu perfección y tu bien, y además el bien y mejoramiento de tu Patria, a la que debes amar y ser útil; asi­mismo no sólo por razones personales, sino que también por amor a tu Patria debes agradecer al Señor que se haya dignado po­nerla bajo la custodia de un ángel del cielo. Excita en ti estos nobles y levantados senti­mientos; dale gracias al Señor por haber concedido a España su Angel Custodio, y venera y ama a este Santo Angel, pidiéndo­le por la Patria, y confiando en su protec­ción.

 

Oración.

 

Oh gloriosísimo y bienaventurado espíri­tu celestial, a quien por dicha de los espa­ñoles Dios ha designado para custodio y protector de nuestro Reino, bendito seas de todos los hijos de España; en nombre de todos te damos culto y confiadamente te suplicamos que aceptes nuestras fervorosas acciones de gracias por tu constante y valiosísima protección. A tu amparo nos acogemos, Santo Angel Custodio e imploramos tu vigilante defensa y tu acertada dirección. Sé tú siempre nuestro escudo ante los ene­migos interiores y exteriores; sé tú la luz que nos guíe en medio de las tinieblas de los humanos errores. Tú, que gozoso guias­te por los caminos del bien y de la gloria a nuestros padres, no permitas que degeneremos de ellos; tú, que protegiste en nombre de Dios sus altas empresas, infunde en nues­tros pechos sus heroicos y cristianos alientos; tú, a cuya poderosa intercesión, por el hecho mismo de constituirte en custodio nuestro, ha vinculado eficazmente el Señor tantas gracias, ruega por España, para que en cada uno de sus hijos y en todas las esferas de la vida nacional, se avive la fe y se acreciente la caridad; para que Dios nos perdone tantos pecados y tan graves ofensas como hemos cometido contra la infinita Majestad; para que nos libre de toda suerte de calami­dades y de males, y en paz y prosperidad concordes colaboremos todos al florecimien­to de las virtudes cristianas entre nosotros, para gloria de Dios, complacencia tuya y eterna salvación de nuestras almas. Amén.

Padre nuestro... Ave María... Gloria...

 

Ejemplo.

 

Llenas están las Sagradas Escrituras de prodigios realizados por Dios a favor del pueblo de Israel por medio del Santo Angel que había deputado para su custodia. Era este San Miguel Arcángel, según se dice en el capitulo X de la profecía de Daniel; el mismo a quien según los Padres y Doctores ha sido encomendada la custodia de la Iglesia, una vez que terminada la Vieja Ley, disuelto el Reino judío y desparramado su pueblo por toda la tierra, se abrieron a todo el mundo las puertas del nuevo Reino de Israel, al cual pertenecen todos los justos, la Santa Iglesia católica.

 

En los días siguientes veremos algunas de esas maravillas realizadas por San Mi­guel, ya que ellas nos dan clara idea de lo que puede el Angel Custodio de un Reino en favor de sus protegidos; hoy recordaremos sólo lo que nos dice la Sagrada Biblia en el capítulo XIV del sagrado libro de Exodo:

 

Dios había sacado a Israel de la esclavi­tud de Egipto y capitaneado por Moisés lo llevaba a la tierra de promisión. Arrepenti­do el Faraón de haberles dejado salir en libertad juntó gran ejército y salió en busca de los Israelitas para batirlos y volverlos de nuevo esclavos a Egipto.

 

El Ángel del Señor precedía siempre a su pueblo, guiándolo y marcándole el camino, y aparecía como una columna de nube du­rante el día, como una columna de fuego por la noche.

 

Apenas los Israelitas divisaron a los Egipcios que les daban alcance se sobrecogieron de terror y prorrumpieron en gemidos y quejas contra Moisés, quien los arengó y ex­hortó a confiar en la omnipotencia de su Dios. Y he aquí que el Angel del Señor que precedía a los hijos de Israel se colocó de­trás de ellos, y lo mismo la columna de nube y cubrió la retaguardia poniéndose entre el ejército egipcio y el israelita, y a aquél su­mió en impenetrables tinieblas, de suerte que los Egipcios no podían ver a los Israelitas ni acercárseles, mientras que a éstos iluminaba la noche y facilitaba el tránsito del mar que dividido en dos partes dejaba camino seco. A la primera luz de la mañana los Egipcios se lanzaban en seguimiento de los fugitivos y perecían mísera y totalmente en el mar Rojo, que los Israelitas acababan de pasar.

 

He ahí simbolizada y como representada en un hecho real toda la protección que el Angel Custodio presta a un Reino. Nube de día, columna de fuego por la noche, guiando siempre a sus protegidos y siendo su escudo y defensa para que ni siquiera puedan acer­carse a ellos los enemigos que les persiguen. ¡Dichosos los pueblos que, cual entonces el de Israel, se dejan guiar por su Santo Ángel Custodio, confiados en él y en la divina pro­tección!

 

 

DIA CUARTO

 

Meditación.

 

Devoción al Santo Angel.

 

I. Siendo tan misericordiosa la divina Providencia que se ha dignado destinar un Santo Angel para que custodie, guíe y de­fienda a nuestra Patria e interceda constan­temente por ella, ¿no es verdad que debía nuestro pecho rebosar de agradecimiento a la divina bondad y que debíamos tener pro­funda y ferviente devoción al Angel Custo­dio de España en correspondencia a los cons­tantes favores que de él recibimos?

 

Y sin embargo, ¡qué olvidada y hasta des­conocida está esa devoción! ¿Cuántos son los españoles que a nuestro Santo Angel invo­can pidiéndole por la Patria, pidiendo que nos alcance del Señor gracias y luces, per­dón y misericordia, protección y bienandan­za, lo mismo para los individuos que para toda la Nación?

 

No se trata de una devoción de origen privado, que pueda parecer a unos o a otros más o menos acertada; se trata de una de­voción aprobada por la suprema autoridad de la Iglesia, y litúrgica, oficial. La Santa Sede Romana, accediendo a los piadosos deseos del Rey D. Fernando VII, concedió a España que el día 1° de Octubre de cada año se tuviere la fiesta del Santo Angel Cus­todio de este Reino, con oficio propio, para darle gracias por la asistencia con que nos favorece, por haber puesto fin al cautiverio del Rey y a tantas calamidades como acaba de pasar España y para impetrar su auxilio y protección en los tiempos venideros.

 

Las devociones litúrgicas debieran ser siempre las más populares, porque son más aceptas al Señor y porque demuestran mayor sumisión del pueblo fiel a la Iglesia docente; ¿quién no sabe que uno de los medios mejores y más eficaces de enseñar y educar al pueblo son los actos litúrgicos bien prac­ticados y meditados?

 

¡Cuántas gracias derramaría Dios sobre España si toda ella por la intercesión valio­sísima de su Angel Custodio se las pidiese!

 

Para demostrar España su agradecimien­to a su Santo Angel, y para que esa devo­ción dé los óptimos frutos que puede produ­cir, no basta la solemnidad litúrgica ya concedida por la Santa Sede; es preciso que por toda la extensión de la Patria se propa­gue y arraigue, y que en todos los hogares y en todos los pechos españoles tenga culto y amor el Santo Angel de España.

 

Piensa cómo has cumplido hasta aquí con ese deber de gratitud, y proponte ser en adelante no sólo devotísimo, sino además propagador de la devoción al Angel Custodio del Reino.

 

II. Pondera cuánto daña y perjudica a nuestra Patria el olvido en que suele tenerse el Santo Angel. Hablando Dios Nuestro Se­ñor a Israel del santo Arcángel destinado para su custodia decía: “He aquí que yo en­viaré mi ángel que te preceda y te custodie en el camino y te introduzca al lugar que te he preparado; atiéndele y escucha su voz y no le seas rebelde, porque no dejará de cas­tigarte si pecas, y mi autoridad está en él; mas si escuchas su voz y le obedeces y cum­ples lo que te mando, Yo seré el enemigo de tus enemigos y afligiré a los que te afli­jan” (1).

 

(1) Exodo XXIII, 20-22.

 

Mira qué grandes bienes promete Dios a los pueblos que, conscientes de la angélica protección, procuran cumplir bajo su tutela los divinos mandatos, y cómo en el Angel está la autoridad divina, pues en nombre de Dios guarda, protege e ilustra con santas inspiraciones.

 

Un pueblo que no tenga devoción a su Santo Angel Custodio, ¿cómo cumple aquel divino mandato: “Atiéndele y escucha su ­voz y no le seas rebelde”? ¿Cómo se librará del pecado de ingratitud contra la misericordiosa providencia que tal defensor le ha dado? ¿Cómo logrará los grandes bienes que la divina promesa ha vinculado al amor, ve­neración y obediencia al Santo Ángel?

 

Hoy que en todos los órdenes se despier­ta la conciencia nacional y España empieza a remediar sus males, reparar sus errores, reconcentrar sus energías para ponerse en condiciones de cumplir con los gloriosos de­beres que su historia y su naturaleza le im­ponen, es preciso que sea consciente de ese deber religioso, que repare el olvido en que está de su Santo Angel Custodio, que avive en su corazón el amor y la esperanza, y puesta bajo las alas protectoras del espíritu celestial a quien Dios la ha confiado pida perdón por los pecados cometidos, invoque su defensa y patrocinio, y guiada por él cumpla con los deberes que su glorioso nom­bre de Católica le imponen.

 

Duélete de que estos sentimientos no hayan vivido siempre en tu corazón; foméntalos en ti y en cuantos te rodean y haz pro­pósito firme y eficaz de poner de tu parte cuanto puedas para que la devoción de España a su Santo Angel Custodio, autorizada y bendecida por la Santa Sede Romana, sea una de las más populares y fervorosas de nuestra Nación.

 

Oración.

 

¡Oh, gloriosísimo Angel Custodio de España!, postrados reverentes ante ti te pedimos perdón por el olvido en que hemos tenido tu protección y tus favores; en nombre de España entera te veneramos y reverenciamos y prometemos para en adelante reparar nuestro pasado olvido con fervorosos actos de amor y devoción. ¡Hemos olvidado, con triste ingratitud, tantas misericordias del Señor! Pero ahora, Angel Santo, poniéndonos baja el amparo de tus alas, te rogamos que nos obtengas de la divina misericordia generoso perdón de todos nuestros yerros; perdón de tantas ofensas privadas y públicas a la Majestad del Señor; perdón de tantas apostasías; perdón de tantos actos hostiles a la Re­ligión Santa, como ha realizado nuestra Patria contagiada de los delirios antirreligiosos de otros pueblos. Conscientes de nuestros sagrados deberes para con Dios, queremos que nuestra Patria lo adore y que su vida toda se ajuste a los divinos mandatos; conscien­tes de nuestros deberes para contigo y de la misión que la misericordia del Señor te ha confiado sobre nosotros, prometemos serte agradecidos, fieles y obedientes, y guiados de tu mano seguir los caminos del Señor que en mala hora abandonamos. Ilumínanos, con­fórtanos, defiéndenos; abate a los enemigos de nuestra fe, que son a la par los enemigos de nuestra Patria; haz que cumpliendo fiel­mente los divinos mandatos y en inquebran­table unión con la Sede Romana, España sea siempre la Nación Católica por excelen­cia y cada uno de nosotros gane la eterna gloria. Amén.

Padre nuestro... Ave María... Gloria.

 

Ejemplo.

 

Si la vigilancia con que nuestro Santo An­gel nos asiste y sus trabajos por nuestro bien fuesen hechos de los que entran y se perciben por los sentidos, más viva y cons­tante sería la apreciación de ellos y la esti­ma en que los tendríamos, así como el agra­decimiento que nos merecerían.

 

Mas tratándose de cosas superiores a nuestros sentidos, pásanse los más sin ser notados, ni apreciados, y gran parte tiene eso en el lamentable olvido sobre que acaba­mos de meditar. Pero si los consideramos a la luz de la fe, constándonos de ellos con tan en­tera certidumbre, no puede menos de llenar­se el ánimo de agradecimiento y devoción.

 

Para avivar esa fe viene muy al caso lo que ocurrió al profeta Eliseo y se narra en el capitulo VI del libro IV de los Reyes. Dice la Sagrada Biblia que el Rey de Siria, que guerreaba con los Israelitas, estando lleno de furor contra Elíseo porque revelando al Rey de Israel los secretos de su enemigo frustraba sus artes de guerra y los lazos que para cogerle prisionero le tendía, determinó apoderarse del Profeta. Habitaba éste en Bothaim y de improviso una noche rodea­ron la ciudad los ejércitos de Siria. Muy de mañana salió un criado del Profeta y al ver así cercada la ciudad corrió a Eliseo a ad­vertirle del peligro exclamando: “Ay, ay, ay, Señor mío, ¿qué haremos? Porque los enemigos tienen rodeada toda la ciudad y no hay sitio por donde huir.”

 

. Eliseo le dijo: No temas; muchos más es­tán con nosotros que con ellos; más podero­sos que nuestros enemigos son nuestros de­fensores. Y levantando los ojos al cielo oró: Señor, abre los ojos de este para que vea. Y abrió el Señor, dice el Sagrado Texto, los ojos del criado y vio; y a sus ojos apareció todo el monte cubierto de caballeros y de carros de guerra, todos de llameante fuego, rodeando a Eliseo, que así protegido venció a sus enemigos.

 

Oh, abra el Señor los ojos de todos nos­otros, avive nuestra fe para que veamos a nuestro Santo Angel protegiendo y defen­diendo a España, librándonos de calamida­des y de males, para que apreciemos las mercedes con que nos favorece y le seamos agradecidos y devotos.

 

 

DIA QUINTO

 

Meditación.

 

Culto debido al Santo Angel.

 

I. Es sentimiento natural y espontáneo en el hombre tener en honor, estima y vene­ración y mostrar sujeción y obediencia a los seres superiores que por sus dotes y virtudes, por su dignidad y grandeza aparecen encumbrados sobre los demás; ese senti­miento traducido en actos se llama culto.

 

Al prestarlo, al ejercitarse en tales actos el hombre, no sólo obra justa y razonable­mente, sino que se perfecciona a sí mismo, pues la contemplación de las virtudes y el acatamiento prestado al ser superior le eleva llenando su espíritu de nobles aspiraciones y levantados sentimientos; le acerca más a la perfección que venera.

 

Ahora bien, entre la naturaleza creada ¿no sobresale la angélica por su excelencia y sabiduría, por sus resplandores de gracia y santidad? Substancias espirituales, com­pletas, inmortales, amantes de Dios, cuya faz contemplan en los cielos; pródigamente adornados con las carismas de la divina gracia y los dones todos del Espíritu Santo; re­verberos de los resplandores divinos, ministros de Dios y ejecutores de sus supremos mandatos; enriquecidos con dones de per­fectísima naturaleza, en la cual son, como dice Tertuliano, los primeros después de Dios, superiores a todas las demás criaturas; dotados de inefables tesoros de gracia sobrenatural y para siempre confirmados en ella; y beatificados por la visión de Dios, por la eterna gloria, que es la consumación de la gracia; tan luminosos y resplandecien­tes aparecen a los ojos de nuestra inteligen­cia, que al contemplarlos extasiada la humanidad, ante perfección tanta doblaría la ro­dilla en humilde adoración, como San Juan, si la razón y la fe y la voz misma del Angel no contuvieran en su justo punto la humana admiración.

 

Porque el acatamiento y sujeción, el honor y obediencia que se rinde a los seres superiores, y la expresión de esos sentimien­tos, el culto, deben ser proporcionados a la naturaleza de esos mismos seres. Distinto es el culto que se debe a Dios y el que se debe a las criaturas; y aún entre éstas ha de guar­darse diferencia por razón de especialísima relación con Dios. A Dios se debe culto su­premo, como omnipotente creador, infinita naturaleza y suprema bondad e igualmente a la Sacrosanta Humanidad de Nuestro Se­ñor Jesucristo, unida en un mismo ser personal al Verbo; ese supremo culto se llama la­tría. A los otros seres, que aunque sean per­fectísimos, aunque sean resplandecientes lumbreras de inteligencia y bondad, son criaturas, se presta culto de dulía; excepción hecha de la Santa Inmaculada Madre del Dios‑Hombre, a la cual por su augusta dignidad dotó Dios de tales prerrogativas, san­tidad y gracias que la constituyó superior a todos los espíritus angélicos, y la nombró Reina de ellos, Hija predilecta del Padre y Esposa del Espíritu Santo; a la cual se tributa culto de hiperdulía.

 

Pondera cuán justo es tributar a los Santos Angeles culto de dulía, honrarlos y ve­nerarlos, levantando el ánimo hasta ellos para contemplar sus méritos y virtudes. Si los soberanos de la tierra mandan que se rindan especiales actos de respeto y honor a sus dignatarios y cortesanos; si Faraón hizo que José recorriese Egipto y que ante él, al clamor de pregón, todos doblasen la rodilla; si Asuero dispuso que a Mardoqueo se tributasen regios honores, clamando el heraldo “así será honrado a quien el Rey quisiera honrar”; ¿con cuánto mayor motivo no manda el Soberano Rey de los cielos que se tribute honor, veneración, homenaje y culto a su angélica corte, a los Angeles sus ministros y embajadores?

 

II. Mas no sólo por sus excelencias de naturaleza y gracia, no sólo por el glorioso resplandor de que les reviste su categoría de íntimos e inmediatos servidores del Altísimo, merecen los santos ángeles que les hon­remos y rindamos culto; exígelo además el bien que constantemente nos hacen, pues a poco que meditemos sobre ello se levantará en nuestro pecho la voz de la gratitud recla­mando la humilde adhesión de nuestro ánimo y las fervorosas expresiones de nuestro acatamiento y obediencia a esas criaturas perfectísimas que constantemente nos favo­recen.

 

Ellos nos ilustran con enseñanzas celestiales; nos iluminan con pensamientos san­tos; velan sobre nuestro bien; nos defienden de las asechanzas y dañinas artes de los ene­migos de nuestras almas; como rodearon cantando el portal en que nació Jesús, como le acompañaron y sirvieron durante toda su vida mortal, así también le rodean, adoran y sirven ahora, postrándose ante el trono que tiene a la diestra de Dios Padre, intercediendo constantemente por nosotros; le llevan y presentan nuestras oraciones y sacrificios, y vuelven a nosotros con las manos llenas de gracias y de dones; disculpan nuestros ye­rros y aminoran nuestro reato, redarguyendo y desmintiendo ante el divino tribunal al enemigo malo, y así, elocuentes y solícitos abogados, se esfuerzan en reconciliar al humano linaje con nuestro Salvador y Señor.

 

              Tras tantos beneficios y tantas obras de misericordia ¿cómo no tributar a los Angeles nuestra acción de gracias, nuestro acata­miento y veneración, sin incurrir en la innoble tacha de ingratitud?

 

Pues pondera que por especialísimos motivos debemos todo eso al Santo Angel que Dios ha destinado para Custodio de nuestra amada Patria; y que en la medida que el bien común supera al bien particular, debe au­mentarse nuestro agradecimiento hacia él; no es sólo a cada uno de los españoles, sino que además es a toda la. Patria a quien protege y socorre; de suerte que así como nuestros bienes particulares se mejoran y afirman con el bien común, así la protección del Santo Angel Custodio del Reino por doble camino nos favorece y multiplicada gratitud merece de nosotros.

 

A la luz de estas certísimas verdades avi­va en ti la veneración y el culto que debes a nuestro Santo Angel.

 

Oración.

 

Oh, Angel bendito, naturaleza perfectísima, cuya inteligencia refleja la luz divina, cuya voluntad difunde las divinas bondades; resplandeciente reverbero de los divinos resplandores por la naturaleza y por la gracia; postrados ante ti te rendimos veneración y amor, obedeciendo al Supremo Hacedor que nos manda reverenciar en vosotros las más excelsas naturalezas salidas de sus manos; y llenas nuestras almas de profunda gratitud te damos gracias por tus incesantes favores.

 

      ¿Qué te daremos, Angel Santo, por todo lo que tú das a nuestra Patria?, diremos glosando al Rey Profeta. ¿Qué ofrenda digna de ti podremos hacerte por tantos beneficios y favores, por librarnos de tantos males y de tantos enemigos? Ah, nada mejor podemos ofrecerte, oh espíritu bienaventurado y purísimo, que procurar siempre imitar tu inocen­cia y santidad; llenos nuestros corazones de admiración y amor, siempre te daremos culto, meditando en tus excelencias y virtudes, para educarnos en el amor de la santidad, para atraer cada vez más tu amor y protec­ción sobre nuestra Patria. Haz que toda ella te venere y ame; que en toda ella se te tribute el honor, la veneración y el culto que por tan altos títulos mereces; que ella te honre a ti para que Dios la honre a ella por ti; y que con tu auxilio y protección crezca­mos todos en virtud y santidad y merezca­mos ser felices compañeros tuyos en la gloria eterna. Amén.

      Padre nuestro... Ave María... Gloria...

 

Ejemplo.

 

El culto debido a los Santos Angeles, culto, no de adoración, sino de dependencia y veneración, claramente lo vemos expresado en las Sagradas Escrituras; así, mientras de una parte vemos a un Angel prohibiendo al Evangelista San Juan que lo adore, y di­ciéndole que ambos deben adorar a Dios, de otra vemos a Josué postrándose ante el Angel del Señor, y pidiéndole órdenes, como a enviado y mensajero de Dios. He aquí cómo lo narra el capitulo V del libro sagrado de Josué: “Estando Josué en el cam­po de la ciudad de Jericó, al levantar los ojos vio enfrente de sí, de pie, a un varón que tenia una espada desenvainada, y se llegó a él y le dijo: ¿Eres tú de los nuestros o eres acaso de nuestros enemigos? Y el varón le respondió: No; yo soy el príncipe de los ejércitos del Señor, y vengo ahora. Cayó Josué postrado en tierra, y adorando excla­mó: ¿Que dice mi Señor a su siervo? Quítate, contestó, el calzado de tus pies, porque el lugar en que estás es santo. Y lo hizo Josué como se le había mandado”.

 

En este y otros muchos semejantes pa­sajes de las Sagradas Letras, a la voz del Angel se postran los patriarcas, los profetas y los Reyes, venerándole a él y adorando a Dios, que por sus labios envía órdenes y comunica mandatos.

 

La tradición cristiana plenamente lo confirma. En los primeros tiempos de la Iglesia ya decía San Justiniano: Damos culto al ejército de los ángeles buenos que obedecen a Dios y le son semejantes (1). En Roma, en España, en Grecia, en Alemania y Francia y en muchos otros países se levantan templos consagrados a Dios en honor y veneración del glorioso Arcángel San Miguel, en los mismos sitios en que se había aparecido a los fieles como protector de la Iglesia y de los ejércitos cristianos que luchaban contra los enemigos de la fe. En la Iglesia griega se da culto a San Miguel, conmemorando su aparición el día 6 de Septiembre; en la latina, el 8 de Mayo; el Papa León IV 1e edificó un espléndido altar en la Basílica Vaticana; igualmente tienen oficio litúrgico propio los Santos Angeles Custodios y el Angel Custodio del Reino.

 

(1) Apol. I, 6.

 

Necio sería atribuir carácter idolátrico a este culto; como sería impiedad, irreveren­cia e ingratitud negarse a tributarlo al An­gel de nuestra protección. Por religiosidad y por amor patrio debemos tributárselo muy ferviente. ¡Dios quiera que no tarde el día en que España entera levante un grandioso templo en honor de su Santo Angel Cus­todio!

 

 

 

DIA SEXTO

 

Meditación.

 

Angélica defensa.

 

I. Establecida por Dios esa íntima y consoladora relación entre todos los seres intelectuales, sobre la que meditamos el día segundo, consideremos hoy la forma en que las puras inteligencias, los Santos Angeles protegen y auxilian a la humanidad.

 

Claramente dicen en repetidos lugares las Sagradas Letras, y creencia ha sido de la Santa Iglesia Católica desde los primeros siglos, que la misericordiosa providencia del Señor rige los destinos de los hombres por el ministerio de los ángeles, constituyendo a éstos en custodios, protectores y poderosí­simos defensores de aquellos.

 

¡Qué alentadora es esta creencia de nues­tra fe!

 

Verdad que el enemigo malo, ángel tam­bién, inteligencia tan perfecta, nos pone asechanzas, nos incita al pecado, levanta en nuestra alma rebeldes ambiciones, azuza nuestras concupiscencias para que avasallen al espíritu envileciéndolo con la esclavitud de desordenados placeres; verdad que, como “león rugiente nos rodea buscando a quien devorar” (1); pero no estamos solos; Jesucristo, la Santísima Virgen y los Santos nos protegen e interceden por nosotros, y si án­geles malos nos tientan, los Angeles buenos fieles al Señor y ansiosos de nuestra salva­ción, extienden por orden divina sus alas para cobijarnos; mandados por Dios nos custodian en todos los pasos de nuestra vida para salvarnos de mortales tropiezos (2), y a ­las malas astucias del enemigo oponen su activa y celosa labor en bien de nuestras al. mas. Sólo nuestro libre albedrío puede rendirnos a nuestro enemigo, pues si bien es más poderoso por naturaleza, no sólo no lo es por la gracia, sino que encuentra en torno de nosotros a otras naturalezas perfectísimas que nos amparan, cumpliendo aquella dulcísima promesa del Eterno: Enviará el Señor su ángel en derredor de los que le temen y los salvará (3); lo que interpreta San Jerónimo de esta manera: “El Angel de Dios, nues­tro custodio, está a nuestro lado, y por do quiera nos rodea, para que el demonio no pueda hallar entrada hasta nosotros.”

 

(1) I. Petr. 5.

     (2) Ps. XC.

  (3) Ps. XXXIII

 

Alentémonos, pues, llenos de segura confianza y de humilde agradecimiento al Señor y a nuestro Santo Angel que tan amorosa­mente nos defiende, y con los ojos puestos en Dios y en él, propongamos enmendar y santificar nuestra vida.

 

II. “¿Quién no rebosará de inefable gozo, dice San Lorenzo Justiniano, al meditar so­bre el auxilio de los Santos Angeles, que in­fatigable e incesantemente dan guardia al pueblo de Dios y a las congregaciones de los fieles?“

 

Comentando aquella parábola evangélica de que habla el Señor en el capítulo XXI de San Mateo, dicen los Padres e intérpretes que el vallado que defendía la viña represen­ta la angélica custodia que Dios ha puesto alrededor de su pueblo. De la defensa angé­lica hablaba Dios por el profeta Isaías al decir:

“Sobre tus muros, Jerusalén, he puesto guardia.”

“Oh ciudad verdaderamente fuertísima, exclama San Bernardo, porque el Angel Santo la rodea defendiéndola, detiene lejos de ella a sus enemigos y rechaza a cuantos son osados de caer sobre ella, reprime su audacia, y atacándolos poderosamente los derrota.”

 

He allí clara imagen de lo que es una Nación defendida por su Angel Custodio. ¡Cuántos enemigos, internos y externos, que tra­man su daño privándole de sus bienes y sus glorias!

 

¡Cuántos que conspiran para arrebatarle el mayor bien de que preciarse puede un pueblo: su religiosidad, su vida cristiana, la santidad e inocencia de sus hijos, la rectitud y moralidad de sus costumbres, y con ello el vigor y la lozanía, la virilidad y el honor de sus habitantes!. Los que con propagandas impías tratan de descristianizar al pueblo; los que comerciando en libros y revistas y grabados deshonestos atentan contra la limpieza del alma y corrompen vilmente la juventud; los que detestando de la piedad de nuestros mayores pretenden con fanático sectarismo que España borre de su frente la señal de la cruz, reniegue de Cristo y no le confiese valientemente en medio de las naciones; los que predican utópicos conceptos de la vida social, reñidos con el código del Evangelio, ¿qué son sino temibles enemigos, seguidores del padre de las tinieblas, discí­pulos y remedadores de los desaciertos de pueblos extraños, ante cuya labor corren gravísimo riesgo la paz, el orden, la prospe­ridad y aun la misma vida de nuestra Na­ción?

 

¿Pero qué pueden todos ellos contra el brazo del Señor y la celestial defensa de que ha dotado a los suyos? Lo mismo en el or­den social que en el personal, sólo nuestra voluntad puede perdernos; si los miembros sanos de un pueblo acuden al Señor, invo­can la angélica protección y enérgicamente rechazan las invasiones del mal, lejos de ser vencidos, dan a su patria el triunfo de la vir­tud y del bien.

 

Ea, pues, acudamos a nuestro celestial defensor; si nuestra voluntad es decidida, con su auxilio podemos vencer; imploremos su valiosísima defensa y las potestades del mal serán vencidas. Puesta nuestra confianza en Dios y en el Santo Angel, esforcémonos en enmendar nuestra vida, y en cooperar en la medida de nuestras fuerzas para que en nuestra Patria triunfen el orden, la moralidad y las virtudes cristianas.

 

 

Oración.

 

Oh, fortísimo Angel Custodio de España, enviado por Dios para que defiendas y libres a nuestro pueblo de sus enemigos; de lo más profundo de nuestro corazón damos gracias al Señor por habértenos concedido; tú eres el escudo Protector con que El nos defiende de nuestros enemigos infernales; por medio de ti nos salva su diestra omni­potente; por ti endereza nuestros caminos y nos defiende de la impiedad que por dentro y de fuera pone asechanzas a la tradicional religiosidad de nuestra Patria.

 

En ti confiamos, Angel invencible; tú, revestido de fortaleza y ceñido de poder, confirmarás a nuestra Nación, que jamás podrá ser conmovida. Gozosos ensalzaremos al Señor, nuestro Creador, porque por medio de ti nos custodia y nos librará siempre del mal.

 

Alcánzanos tú fortaleza para luchar denodadamente contra nuestros corrompidos ins­tintos y viciosas pasiones; no consientas que nuestros pecados, nuestras ofensas al Señor y nuestra vida desordenada frustren la poderosa defensa con que favoreces a nuestra Patria; haz que, por el contrario, santificándonos individualmente cuente ella con hijos y ciudadanos nobles, honrados, virtuo­sos, buenos cristianos y esforzados paladi­nes de la causa de Dios, que es también la causa de la Patria.

 

Mira, Angel Santo, que son muchos los enemigos que luchan por la descristianiza­ción y por la ruina de España; desbarata sus planes e insidias y da fortaleza a los defensores de la fe.

 

Defiéndenos en la vida, y en la hora de la muerte preséntanos en tus brazos al Corde­ro inmaculado, para que nos reciba en su reino de paz y de gloria eterna. Amén.

Padre nuestro... Ave María... Gloria...

 

Ejemplo.

 

Muy abundantes son en la Sagrada Biblia los casos de un Angel Custodio defendiendo los intereses de 1a Nación, cuya custodia le está encomendada. Naturalmente, los más frecuentes se refieren a la protección dispensada por San Miguel al pueblo hebreo, pero no faltan otros que se refieran a otros pueblos; unos y otros dan clara idea de lo que por cada Nación hace, o puede hacer, su res­pectivo Angel y lo que por la Iglesia hace desde su fundación San Miguel, bajo cuya custodia la puso e1 Señor.

 

En el capítulo X de Daniel se presenta el Angel Custodio de Persia y de Grecia, lu­chando por defender a los pueblos sus prote­gidos.

 

La heroica Judit manifestó que el Angel del Señor la custodió, defendió y ayudó en su atrevida empresa de decapitar a Holofer­nes y salvar a su pueblo.

 

En el capitulo XI del 2º libro de los Macabeos se narra que al atacar Lysias con numerosas y aguerridas tropas a los judíos, viéndose el caudillo de éstos, Judas Macabeo, muy inferior en armas, no por eso des­mayó su ánimo, sino que con lágrimas y­ clamores pidió al Señor que enviase al Angel bueno para salvación de Israel; y cuan­do él y sus esforzados compañeros de armas salen a hacer frente al feroz y poderoso ene­migo, he aquí que aparece ante ellos un jine­te vestido de blanco, con armas de oro, blandiendo una lanza; entonces todos bendijeron a Dios misericordioso y cobraron ánimo; e iban decididos, confiados en la misericordia de Dios y en el celestial defensor, y cayeron como leones sobre sus enemigos, haciendo en ellos gran mortandad y poniendo en fuga a los restantes.

 

Igualmente en el capitulo 3º se narra como el Angel apareció en el templo, arro­jando de él violentamente al impío Heliodoro.

 

La Sagrada Liturgia en el oficio del Santo Angel Custodio de España, como si indica­se que pueden tener aplicación a nuestra Patria, usa de unas palabras del libro IV de los Reyes que se refieren a la gran derrota, profetizada por Dios, del Rey de los Asirios Senaquerib. “Esto dice Dios del Rey de los Asirios, profetizó Isaías: No entrará en esta ciudad, ni lanzara contra ella flecha, ni la ocupará armadura, ni la asediará ejército; por donde viene se volverá. Protegeré esta ciudad por mi honor y por mi siervo David.”

 

Y aquella misma noche el Angel del Señor vino y pasó a cuchillo a 185.000 hombres del campamento de los Asirios; de ma­ñana vio Senaquerib la mortandad y vol­viéndose sobre sus pasos se marchó a Nínive, donde sus propios hijos le asesinaron.

 

Al ver este pasaje citado en el oficio litúrgico de nuestro Santo Angel no puede menos de venir a la memoria aquella glorio­sísima página de la historia de España en que está escrita con caracteres de oro la gran batalla ganada sobre el poder de la media luna, la que decidió de la suerte de España entera: la victoria de las Navas de Tolosa.

 

Un innumerable ejército de mahometanos había pasado el estrecho; la nueva invasión amenazaba someter a España para siempre. Las tropas de la península, y sólo ellas (pues las extranjeras que acudieron al llamamiento del Papa Inocencio III y del Rey de Castilla Alfonso el Bueno, se retiraron desde Ca­latrava) llegaron, muy inferiores en número, al pie de Sierra Morena. Por lugar estrecho y fragoso tenían que pasar para llegar a contacto con los moros; y asentado el ejército de éstos en el paso y en las alturas amena­zaban con muerte cierta a los cristianos si seguían adelante. Temerosos e indecisos los cristianos no sabían qué partido tomar, cuan­do un joven desconocido de todos, que dijo ser pastor, y de quien después de la lucha nadie volvió más a saber, guió el ejército por caminos ocultos hasta aparecer en las alturas de la sierra. El 16 de julio de 1212 después de pasar la noche nuestros soldados en hacer oración, confesar y comulgar, lan­záronse sobre sus enemigos; trabose fiera­mente la pelea y fue tan grande la victoria y tan manifiesta la protección celestial, que quedaron muertos sobre el campo 200.000 enemigos, y en cambio, sólo murieron de los nuestros unos 25. “La verdad es, dice el P. Mariana, que esta victoria nobilísima y la más ilustre que hubo en España, se alcanzó, no por fuerzas humanas, sino por la ayuda de Dios y de sus Santos.” En Roma presi­didas por el mismo Romano Pontífice, y en todo el mundo cristiano, se habían hecho grandes rogativas. Extraordinarios prodigios se refieren ocurridos en la batalla, y era corriente en el pueblo la creencia de que el que con apariencias de pastor guió a los cris­tianos por oculto y seguro camino al alto de los montes era un Angel. Nada ha dicho sobre esto la autoridad de la Iglesia y nada podemos asegurar. Lo cierto es que la Iglesia conmemora como milagrosa esta victo­ria con la fiesta anual del “Triunfo de la santa Cruz”.

 

 

DIA SEPTIMO

 

Meditación.

 

Angélica enseñanza.

 

I. No sólo nos protegen los Santos Án­geles defendiéndonos poderosamente de nuestros enemigos; principalísima misión suya es edificarnos en la virtud y fomentar nuestras buenas obras por medio de ense­ñanzas e ilustraciones celestiales.

 

Dios rige y gobierna los seres inferiores por medio de los superiores; a los hombres por medio de los Ángeles. Sapientísimos son por naturaleza, pero además por la visión beatífica ven cara a cara la increada Sabiduría y llenos de sus fulgores los derraman por divino mandato sobre la humanidad. Por eso San Dionisio llama a los Angeles nítidos faros, esplendidísimas lumbreras, que llenas de celestiales ilustraciones, las derra­man fuera de si; y por eso dice también San Máximo: los Angeles Santos elevan a los hombres a los esplendores que les son familiares, cual pedagogos educan en las buenas costumbres; y como de la mano conducen a una sublime sabiduría, siendo óptimos maestros y preceptores.

 

San Atanasio dice que los Angeles han sido destinados a enseñar e iluminar, y Tertuliano afirmaba que los cristianos tienen por preceptores a los Ángeles del cielo, a quienes el Areopagita llamaba intérpretes e intermediarios de lo divino ante los hombres.

 

Ellos nos sugieren santos pensamientos, nos excitan a practicar el bien y nos pre­sentan favorables ocasiones, nos corrigen, nos exhortan, nos enseñan. En la sagrada Escritura frecuentísimamente aparecen para revelar misterios celestiales e instruir en las cosas necesarias para la salvación.

 

Del ministerio angélico se sirve el Señor para revelar a María el misterio de la Encarnación, para tranquilizar a San José ma­nifestándole la santidad y la grandeza de su inmaculada Esposa hecha Madre de Dios; para anunciar al mundo la nueva era de amor y de paz que empieza con el nacimiento de Jesucristo; para decir a los Magos que vuelvan por otro camino a su patria; para salvar la vida del Niño Dios haciéndole lle­var a Egipto; para confortar al mismo Ver­bo encarnado, cuando con tristeza mortal desfallecía de dolor en la oración del huerto; para anunciar la gloriosa resurrección del Salvador del mundo.

 

¡Siempre aparecen los Santos Angeles de­rramando luz del cielo sobre la tierra!

 

Así, en particular, misión principalísima es del Santo Argel Custodio de nuestro Rei­no, enseñarnos, iluminarnos y enriquecer­nos con celestiales ilustraciones.

 

¿No debe despertar esto en nuestra alma vivísimos sentimientos de veneración y gra­titud, de amor y devoción al Santo Angel?

 

II. Poderosísimo estímulo para la enmienda y santificación de nuestra vida por el perfecto cumplimiento de nuestros deberes, tanto individuales como sociales, debe­mos encontrar en la devoción al Santo Angel Custodio del Reino.

 

La consideración do su sobrehumano poder debe inspirarnos un saludable terror, que a semejanza del que debemos tener a Dios de quien el Angel es ministro y mensajero, es principio de sabiduría.

 

Tengamos presente que puede castigarnos, ya que, como enseña el Eximio Doctor Suárez, ese castigo sería obra de misericordia y muy en carácter con el oficio de pedagogo y custodio.

 

Amándole y meditando sobre sus virtudes nos sentiremos movidos a copiarlas en nosotros, y al calor de 1a devoción las iremos poniendo por obra. El pensamiento de su presencia y constante vigilancia nos debe tener siempre sobre nosotros mismos para evitar el pecado. Por eso dice San Bernar­do: “En cualquier sitio, en cualquier rincón que estés guarda reverencia a tu Angel; no seas osado de hacer en su presencia lo que delante de mí no harías. ¿Dudarás acaso de su presencia porque no lo ves? ¿Y si lo oye­ras? ¿Y si lo tocases? ¿Y si por el olfato percibieras su presencia? Ya ves que no sólo por la vista se comprueba la presencia de las cosas.” Ni sólo por los sentidos. Aunque estos nada digan, la razón y la fe acreditan 1a existencia de los seres espirituales.

 

De ese modo la consideración y respeto debidos al Santo Angel Custodio de España debe movernos a evitar todo pecado y practicar la virtud, especialmente cuando uno y otra tengan efectos de daño o edificación comunes. Los escándalos, las rebeldías, las violaciones de las leyes, el menosprecio de las cosas santas, los vicios de corrupción, la pereza y el desamor al trabajo, las penden­cias y rencillas, los odios y rencores, peca­dos son que, además de mancillar nuestras almas, forman un ambiente perjudicial para la vida pública, quebrantan los lazos de unión, siembran el desgobierno, empobrecen la Patria y la hacen menos cristiana, la alejan de Dios y de su bien, y ofenden y hieren muy dolorosamente a su Santo Angel; así como las contrarias virtudes la prosperan, engran­decen y dignifican estableciendo y arraigando en ella el reinado de Dios, con gran contentamiento del Santo Angel.

 

Y si queremos recibir sus celestiales ilustraciones y que nos ilumine con utilísimas enseñanzas, huyamos singularmente de los vi­cios deshonestos y cultivemos con amoroso cuidado la angelical virtud de la castidad, imitándole en su santidad e inocencia; porque como dice San Bernardino, “Dios y su Angel no se manifiestan a cualquiera, sino a aquellos que son puros y castos de corazón”.

 

Oración.

 

Oh, purísimo espíritu, faro resplandeciente, luz de celestial sabiduría y limpísima lla­ma de caridad, todo inteligencia y amor; avergonzados y arrepentidos de nuestros pecados nos postramos en tu presencia. Ellos cubriendo como negras nubes nuestra alma nos privan de las luces celestiales; ellos vendan nuestros ojos, cierran nuestros oídos y endurecen nuestro corazón para que no percibamos tus ilustraciones y enseñan­zas y las suaves y dulcísimas mociones con que nos diriges al bien.

 

Con humildad y firme propósito de en­mendarnos clamaremos con el Real Profeta: ”Crea en mí, Señor, un corazón limpio”, para poder después decir: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.

 

Alcánzanos, Angel Santo, esa limpieza de corazón, para que veamos, para que po­damos percibir tus celestiales enseñanzas; recoge nuestro espíritu tan distraído y disi­pado por las cosas mundanas, para que atentos a tu voz nos aprovechemos de las ilustraciones con que constantemente nos encaminas hacia Dios. Muéstranos los sen­deros del Señor y haz que nuestra Patria amada los conozca y los siga; que imite tus virtudes, que ame a Dios sobre todas las cosas y viva para servirle; esta, Angel San­to, era en nuestros tiempos de oro la carac­terística de España; no consientas que la corrupción la acabe de pervertir, no toleres que consume su nefanda apostasía. Ilumínanos para que veamos nuestro verdadero bien; haznos castos, austeros, sobrios, traba­jadores, obedientes, disciplinados y caritativos.

 

Singularmente te suplicamos por nuestros hermanos que no tienen fe y con sus predicaciones impías tanto dañan a los demás; ilumina a los que yacen en tinieblas y som­bras de muerte. Fortifica a los débiles, infla­ma en caridad a los tibios, da esforzado aliento a los pusilánimes, convierte a los pecadores, enciéndenos en divino amor y fraterna caridad; para que guardando la ley de Dios, cumpliendo con nuestras obligaciones particulares y con nuestros deberes ciudada­nos, vivamos cristianamente, demos gloria a Dios y por los méritos de Nuestro Señor Jesucristo merezcamos la gloria eterna. Amén.

Padre Nuestro... Ave María... Gloria ...

 

Ejemplo.

 

Son tantos y tan edificantes y consoladores los casos que en las Sagradas Escrituras se nos narran de la intervención de los Santos Angeles en cuanto se refiere a la santifi­cación de los hombres, instruyéndolos, exhortándolos, en nombre de Dios, y hasta su­jetándolos a medicinales y reparadoras pe­nas, que precisamente en sus comentarios a la Sagrada Biblia es donde los Santos Pa­dres han llamado a los espíritus celestiales maestros y pedagogos de la humanidad.

 

Por vía de ejemplo sólo pondremos aquí algunos de los que se narran del Angel Cus­todio de Israel.

 

En el Libro II de los Reyes, capitulo 24, el Angel cumpliendo un castigo divino hiere de peste a mucho millares de Israelitas, hasta que compadecido el Señor dice a su Angel: Basta ya, detén tu mano. En el capítulo primero del Libro IV el Angel del Señor apa­rece a Elías, y le manda anunciar al Rey Ococías que por su pecado de idolátrica superstición Dios le condenaba a morir. ¿Para qué exponer más casos? Baste decir que, se­gún se narra en el capítulo XXI del Libro I de los Paralipómenos cuando el valiente y esforzado Rey David y los ancianos que le acompañaban vieron al Angel del Señor de pie entre el cielo y la tierra con la espada desenvainada en la mano y vuelta hacia Je­rusalén, para castigarla, cayeron de cara al suelo y David, según la frase bíblica, quedó “aterrorizado con extremado temor viendo la espada del Angel del Señor”.

 

Mucho más frecuentemente aparece el Arcángel San Miguel enseñando al pueblo por medio de sus profetas o sus caudillos en todo cuanto convenía para el servicio de Dios y bien y prosperidad de Israel. Así en el libro de los Jueces, capítulo II, sube San Miguel desde el Monte Gálgala, donde el pueblo hebreo se había circuncidado hacien­do solemne promesa de guardar la Ley mosaica, hasta un lugar donde exhortó al pueblo, recordándole los beneficios de Dios, redarguyéndole de ingratitud y excitándolo a penitencia con tan viva eficacia que por los gemidos y llantos en que prorrumpió el pueblo tomó aquel sitio el nombre de “Lugar de las lágrimas”. Asimismo en el libro de Josué, capítulo V, el Angel Custodio de Israel se aparece al caudillo y en nombre de Dios le instruye minuciosamente para la prodigiosa conquista de Jericó. Igualmente en el capitulo VI del libro de los Jueces se narra la aparición del Angel a Gedeón, convenciéndole con prodigios para que se pusiese al frente del pueblo y combatiese a los Madianitas, e instruyéndolo para conse­guir la victoria.

 

¡Oh, si con nuestras oraciones y nuestras penitencias, con gran pureza de costumbres y ardiente deseo de servir a Dios, merecié­semos que el Santo Angel Custodio del Rei­no mostrase a España los caminos del Señor y la guiase y condujese por ellos; qué nueva era de prosperidad, bienandanza y gloria se abriría para nuestra amada Patria!

 

 

DIA OCTAVO

 

Meditación.

 

Intercesión angélica.

 

I. El tercer oficio, importantísimo, que desempeñan los Santos Angeles en favor de la humanidad es el de interceder por nosotros. Ocupando por su naturaleza un puesto medio entre Dios y los hombres, y constituídos por Dios protectores de éstos, son solícitos mediadores, que llevan al Señor nuestras preces, nuestras lágrimas y nues­tras buenas obras, y vuelven a nosotros car­gados de las divinas gracias que nos alcan­zan. Doctrina es esta claramente expresada en las Sagradas Letras y enseñada por to­dos los Santos Padres.

 

A San Juan se le manifestó en su visión apocalíptica de poética y expresiva manera. Vio un altar de oro y ante él apareció un Angel con áureo incensario y se le dieron multitud de inciensos, que son, dice el Sa­grado Texto, las oraciones de los santos, para que las ofreciera en el altar que está ante el trono de Dios, y de la mano del Angel subió el humo del incienso de las oracio­nes de los santos a la presencia de Dios (1). ¿Y no era e1 Arcángel San Rafael el que ava­loraba las fervientes oraciones y caritativas obras de Tobías presentándolas al Señor?

 

(1) Apc, VIII.

 

“Solícitamente, dice San Agustín, los San­tos Angeles ofrecen a Dios nuestras oracio­nes, nuestros trabajos, nuestras lágrimas, nos obtienen la propiciación de la divina benignidad y nos traen la deseada bendición de la gracia”. San Bernardino de Sena los compara con fidelísimos mensajeros “que van y vienen entre Dios y el alma, el amado y la amada, llevando suspiros y trayendo dones, avivando el amor de ésta y aplacan­do los justicieros rigores de Aquél; los Angeles Custodios, verdaderos mediadores, suben hasta Dios, le ofrecen nuestras oraciones, nuestros gemidos y nuestros votos; le piden perdón y gracia y bajando de prisa nos lo traen”.

 

No sólo llevan nuestras oraciones y bue­nas obras, sino que al presentarlas las enri­quecen con sus súplicas en nuestro favor, para alcanzarnos la divina misericordia.

 

¡Y cuán eficaz es su intercesión! Si la oración del justo tiene tanta fuerza que ex­clamó San Agustín: “Suba la oración del justo y descenderá la conmiseración de Dios”, ¿cuál no será la eficacia de esos espíritus purísimos, inmaculados y confirmados en gracia por la consumación de la santidad, que es la bienaventuranza eterna? Y aún para aumentar su eficacia alegan su misión, de Dios recibida, de protectores, tutelares y procuradores nuestros, y presentan el mis­mo cuerpo del Hijo de Dios, dice San Juan Crisóstomo, y ruegan por el género humano, diciendo al Señor: He aquí que te pedimos por los mismos por quienes has dado tu vida en 1a cruz, por quienes has derrama­do tu sangre, por quienes has inmolado este tu divino cuerpo.

 

¡Cuánto debemos confiar en la angélica intercesión, y con qué humilde agradeci­miento y encendido amor debemos procurar hacernos dignos por nuestras virtudes y buenos deseos de tan excelso patrocinio!

 

II. Apliquemos esta doctrina al Angel Custodio de nuestro Reino. ¡Con qué fervor ora siempre por esta Nación que Dios le ha encomendado! ¡Con qué gozo presenta al Señor las buenas obras que para su gloria se realizan en ella! Y ¿cómo no pensar en la alegría que le inundaría en pasados y glo­riosos tiempos, cuando nuestra Patria se cu­bría de laureles luchando infatigable contra la barbarie de la media luna, cuando enviaba sus hijos a evangelizar mundos nuevos, cuan­do oponía con sus leyes y sus armas insupe­rable dique a las desbordadas herejías, cuan­do las privilegiadas inteligencias de sus sabios irradiaban luz de sana ciencia teológica por todo el mundo, cuando la inspiración de sus artistas revestía de exquisita belleza las verdades y los sentimientos de la fe, cuando sus Santos llenaban de fervor y de gloria a toda la Iglesia! ¡Con qué inefable complacen­cia presentaría el Santo Angel ante el Señor tantos tesoros de buenas obras, pidiendo bienes sin cuento para nuestra Patria!

 

Mas también debemos ponderar la amar­gura que le causan los pecados y malas obras. Cierto es que no puede padecer dolor ni amargura un espíritu celestial; pero tene­mos que expresarnos de ese modo, por carecer nuestro lenguaje de frases que co­rrespondan a los sentimientos del bienaventurado. Comentando Orígenes aquellas pala­bras de Jesucristo: “Habrá gozo en el cielo por un pecador que haga penitencia”, dice que, por el contrario, lloran los Angeles cada vez que pecamos; y San Agustín también dice que nuestras faltas dan tristeza a los Angeles y gozo a los enemigos. Ya antes la Sagrada Escritura había usado de ese lenguaje, diciendo por Isaías: Llorarán los Angeles de la paz.

 

Actualmente ¿da nuestra Patria gozo, o más bien tristeza al Santo Argel? Tanto pe­cado público, tanta apostasía, tanta y tan descarada y tolerada propaganda de funestos errores y vergonzosos vicios tienen que cau­sarle profunda amargura por ser ofensas al Señor, ruina para nosotros y causa de gran­des castigos del Altísimo. ¿Nos obstinare­mos en nuestra perdición? ¿Tendrá que decir de España el Santo Angel lo que de Babilo­nia se dice en la profecía de Jeremías: “Hemos curado a Babilonia y no ha sanado: abandonémosla”?

 

En el Evangelio de San Lucas se lee una parábola muy consoladora; un señor tenía en su campo un árbol de quien en vano un año y otro año esperaba fruto; por fin dio orden de que fuese arrancado y echado al fuego; al oirla el hortelano se compadeció y dijo: ¡Se­ñor, espera un año más, trabajaré y abonaré este árbol con especial esmero, a ver si da fruto! Ese árbol infructuoso somos nosotros y el Angel es quien por nosotros ruega. Alen­temos con confianza, multipliquemos nues­tras buenas obras para que valiéndose de ellas el Angel nos consiga nuevas gracias, nuevas bendiciones. Por amor a Dios, al Santo Angel y a nuestra Patria corrijamos nuestras costumbres, enmendemos nuestra vida, abstengámonos de todo pecado, pase­mos por todas partes haciendo bien, y oremos sin cesar.

 

Oración.

 

Oh, bondadosísimo Angel Custodio de España, que ardiendo en caridad eres nues­tro abogado ante el trono del Altísimo, pre­sentándole nuestras buenas obras, disculpan­do nuestros defectos, implorando del Señor que tenga clemencia, paciencia y misericor­dia, y pidiéndole gracias y auxilios para que corrijamos nuestra vida, lloremos nuestros pecados y nos reconciliemos con la infinita justicia; de todo corazón damos gracias al Señor que te ha destinado para que tan caritativamente nos protejas, y te las damos a ti suplicándote que nunca nos abandones. Muchos son nuestros pecados, muchos los castigos que merecemos; pero confiados en la gracia divina, en los méritos de nuestro Redentor, en la protección de la Santísima Virgen y en tu mediación e intercesión va­liosísima, proponemos firmemente enmendarnos.

 

Intercede tú siempre por nosotros; estas nuestras oraciones suban por ti a nuestro Señor Jesucristo; humildemente reconoce­mos que no somos como debíamos ser; que no corresponde actualmente nuestra Patria a los misericordiosos designios del Señor sobre ella; pero las oraciones que hoy de ella se levantan y las buenas obras y cristianas virtudes que en ella se practican, pueden mover a piedad la divina misericordia y atraernos nuevas y eficaces gracias, podero­sos auxilios de lo alto para reformarnos, si tú, Angel Santo, las presentas al Señor ava­lorándolas con tus fervientes suplicas. ¡Que suban de tu mano hasta cl trono del Omnipotente como aroma de suavísimo incienso de adoración y amor, para que desciendan después sobre nosotros raudales de gracias que iluminen nuestras inteligencias, enfervo­ricen nuestros corazones, conforten nuestras voluntades para luchar con el espíritu del mal y vencerle, para gloria de Dios, gozo tuyo y salvación de nuestras almas. Amén.

Padre nuestro... Ave María... Gloria...

 

Ejemplo.

 

Hermosísimo caso de eficaz intercesión del Angel Custodio a favor del pueblo que Dios le encomendara es el que se lee en el capítulo I de la profecía de Zacarías.

 

Israel padecía aún los tristes efectos de su recién terminada cautividad; en ruinas el templo desde setenta años antes, derrumba­das las murallas de Jerusalén, ausente toda­vía gran parte del pueblo, gemía aún saboreando las amarguras de los terribles casti­gos que se había atraído con sus grandes infidelidades á Dios.

 

Y he aquí que Zacarías tiene una proféti­ca visión en la cual aparece el Santo Angel Custodio de Israel diciendo a Dios: “Oh Se­ñor de los ejércitos, ¿hasta cuándo no te apia­darás de Jerusalén y de las ciudades de Judá contra las cuales estás enojado? Ya este es el año septuagésimo.”

 

¡Cuánta compasión y cuánto fervor en esta breve y tierna oración del Angel interce­diendo por su pueblo! No se hicieron esperar sus saludables efectos. Inmediatamente dijo el Señor palabras de bondad y de consuelo y recibió orden Zacarías de clamar diciendo: “Esto dice el Señor de los Ejércitos: Me ha­llo poseído de grande celo por amor de Je­rusalén y de Sión, y estoy altamente irritado contra aquellas naciones poderosas” (es a saber, las que oprimían y avasallaban al pueblo escogido); “por tanto, esto dice el Señor: Volveré mis ojos compasivos hacia Jerusalén y en ella será edificado mi tem­plo .... mis ciudades aún han de rebosar en bienes y aún consolará el Señor a Sión y de nuevo Jerusalén será su elegida.”

 

¡Cuánto aliento debe infundirnos esa her­mosa página bíblica, y cuán poderosamente debe movernos a pedir constantemente al Santo Angel de nuestro Reino que interpon­ga en favor nuestro su valiosísima interce­sión!

 

Aunque hayan sido sin número los peca­dos, y aunque los justísimos castigos del Se­ñor lleguen a ser como principio de mortal agonía, puede la angélica intercesión poner remedio, reconciliar a Dios con el pecador, aplacar los divinos rigores y devolver la an­tigua bienandanza.

 

En el capitulo XXXIII del sagrado libro de Job se describe al pecador afligido por justos castigos hasta el punto de que “está para expirar y desahuciada su vida” y se añade que, sin embargo, si intercediese por el un Angel, mostrándole la justicia de los castigos que sufre y pidiendo al Señor por él, Dios se apiadaría de él, lo libraría de la muerte y le devolvería la lozanía de la ju­ventud.

 

Instemos con fervorosas oraciones a nuestro Santo Argel para que abra nuestros ojos, ilumine nuestras inteligencias, nos haga concebir un santo horror de todo cuanto sea ofensa del Señor y pida fervorosamente por nosotros para que corrigiéndonos y aplacando los rigores de la divina justicia volvamos a gozar de días prósperos, fecundos en toda suerte de bienes.

 

 

DIA NOVENO

 

Meditación.

 

Jesús y María Santísima, Reyes de la Angélica Milicia.

 

I.. Excelsa es la naturaleza de los Santos Angeles; encumbrados han sido por la divina bondad en las alturas de la eterna gloria; bienhechores nuestros son, merecedores de nuestra gratitud y dignos de religioso culto; potentísimos para vencer y dominar a nuestros enemigos infernales, así como llenos de sabiduría celestial para iluminarnos y enseñarnos, inflamados en caridad para encendernos en santo amor de Dios y del prójimo, y, por último, eficacísimos intercesores nuestros ante el Señor. Debernos, pues, siempre venerarlos e invocarlos, tributarles culto e imitar sus virtudes y pedirles que oren por nosotros, y que presenten nuestras oraciones y buenas obras a Jesús y a María Santísima,

para que así lleguen al trono del Omnipo­tente.

 

Porque con ser tan excelsos y santos los bienaventurados Angeles, no son más que súbditos fidelísimos de Jesús y de María, a quienes sirven y obedecen, procurando la salvación de nuestras almas.

 

El centro, la cabeza de toda la creación es nuestro Redentor adorable Jesucristo. El Verbo divino se hizo hombre, y por los in­sondables misterios de la sabiduría de Dios en la Encarnación, que nunca se sacian de contemplar los Santos Angeles (1), Jesucris­to quedó constituído en Rey y cabeza de los Angeles y de los hombres; “por El fueron creados, dice el apóstol San Pablo, todas las cosas en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, ora sean tronos, ora domina­ciones, ora principados, ora potestades: todas las cosas fueron creadas por Él mismo y en atención a El mismo” (2); Dios Padre, “colo­cándole a su diestra en los cielos, sobre todo principado y potestad y virtud y dominación, y sobre todo nombre y dignidad, por celebrado que sea, no sólo en esta vida sino también en la futura” (3), ha entronizado y proclamado Rey a Jesucristo, “el cual está a la diestra de Dios, habiendo subido al cielo y estándole sumisos los Angeles y las potes­tades y virtudes” (4), es decir, todas las ce­lestiales jerarquías angélicas.

 

(1)    I Petr. I, 12.

   (2) Colos. I, 16.

   (3) Efes. I, 20.

(4) I Petr. III, 22.

 

Uno es nuestro Maestro: Cristo, el que es la luz del mundo, el camino, la verdad y la vida; y para adoctrinarnos se vale de la jerarquía visible que ha instituido en la tierra, y del invisible ministerio de los Angeles a quienes comunica divinas iluminaciones acerca de los misterios de la gracia.

 

Cristo tiene sobre los Angeles preeminencia de dignidad por la unión hipostática, preeminencia de perfección por la plenitud de la gracia, y preeminencia de dominio, porque todo lo ha sujetado el Padre a su po­der, y todos, aun los mismos Angeles, parti­cipan de Él dones y gracias de vida sobrenatural.

 

Y María Santísima, la Inmaculada Vir­gen Madre, por la dignidad que le da el ser­lo de Dios, por la plenitud de sus gracias y méritos, por las singularísimas relaciones que con cada una de las tres divinas personas la une, atesora en sí mayor dignidad y santi­dad que todos los Santos y todos los Ange­les juntos; Reina de los Angeles la proclama la Iglesia y ellos se extasían contemplando sus virtudes y admirando su grandeza, y se postran reverentes ante ella venerándola y esperando sus mandatos.

 

Los Santos Angeles desde el principio del mundo defendían y auxiliaban al huma­no linaje, llevaban a Dios las oraciones de los hombres y a éstos traían gracias y dones divinos; al instituir Cristo su Iglesia la ha dotado de fuertes gracias y dones, los Santos Sacramentos, es nuestro intercesor y abogado, ora y se ofrece perennemente en sacrificio por nosotros; mas no por eso ha cesado el angélico ministerio, sino que ha sido dotado de mejores medios de hacernos bien; por eso dijo muy acertadamente Orígenes que después de encarnarse el Verbo “los Angeles nos defienden más eficazmente”.

 

¡Oh, cuán grandes, cuán llenos de sabidu­ría y misericordia son los designios de Dios para santificarnos y darnos la vida eterna!

 

II. Exponiendo la doctrina que antece­de decía el apóstol San Pablo a los colo­senses (1): Que nadie, pues, os seduzca con culto supersticioso de los Angeles; y se refería a los herejes que, negándoselo a Cristo, atribulan a los espíritus celestiales el oficio de mediadores para con Dios. ¿Cómo recurrir a los miembros y súbditos con despre­cio de su cabeza y jefe?. Todo lo tenéis en Cristo que es la cabeza de todo principado y potestad (2).

 

(1)    Colos. II, 18.

(2)    Colos. II, 10

 

Si en los tiempos de San Pablo había ta­les herejes, como en los del paganismo se adoraba a los Genios o espíritus, maléficos o bienhechores, y por desconocer el verdadero oficio de tan excelsos seres espirituales se pecaba pretendiendo venerarlos; también en nuestros días, como reacción, pero extra­viada, contra el crudo materialismo de la pasada centuria, se va extendiendo y propa­gando un espiritualismo erróneo y morboso; y tanto en las supersticiones espiríticas, como en los delirios teosóficos se presenta a los seres puramente espirituales con ac­ción e influencia independiente de Nuestro Señor Jesucristo, Contra tales errores nos previene nuestra fe. Todo ser espiritual que no obedece a Cristo ni enseña conforme a sus doctrinas es perverso y enemigo del hombre. Un Angel bueno no puede obrar en nuestras almas sino para servir a Cristo, para aumentarnos su gracia y amor, y ni enseña contra la fe, ni induce a obrar contra la ley de Cristo y de su Santa Iglesia.

 

El más puro culto, la más aceptable devoción, el más grato obsequio que podemos tributar a los Santos Angeles es esmerarnos en creer y obrar de perfecto acuerdo con la Iglesia.

 

Nada desea tan vivamente de nosotros el Santo Angel como ver establecido en cada uno y en toda España el Reino de Dios. Ese Reino está dentro de nosotros mismos (1): si estamos en gracia, Dios reina en nuestro corazón; si caemos en pecado, levantamos al demonio trono de soberanía en nuestra alma.

 

(1) Luc. XVII.

 

Que sea este el fruto práctico que saquemos de esta novena; ciertamente, con nin­gún otro agradaremos tanto como con este al Santo Angel Custodio de nuestro Reino: pureza de fe, creyendo cuanto enseña la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana; santidad de costumbres, esforzándonos en el cumplimiento y observancia de las leyes de Dios y de su Iglesia; y un amor ardiente a Jesucristo y a su Santísima Madre, dispen­sadora de todas las gracias, y amor, agrade­cimiento, y devoción al Santo Angel que sirve a Jesús y a María, defendiendo y pro­tegiendo esta noble tierra, tan amada de Dios.

 

Oración.

 

¡Oh Jesús, Hijo de Dios, Soberano Rey de cielo y tierra, cuyo reinado florece en los cielos sobre los Angeles y los Santos y en la tierra sobre los justos! Postrados ante Ti, te adoramos como a nuestro Dios y te pro­clamamos por nuestro Rey. ¡Venga a nos­otros el tu Reino, que, “es la justicia, la paz y el gozo del Espíritu Santo!” (1).

 

(1) Rom. XIV, 17.

 

Gracias fervientes te damos por haber destinado para nuestra custodia a un Angel de los que te adoran y sirven. ¡Oh, Señor, gobiérnanos y dirígenos por medio de él, porque tú eres nuestro Salvador!

 

¡Oh, Virgen Santísima, Reina de los An­geles, tú que tanto amas a nuestra Patria que te dignaste honrarla con tu presencia viviendo aún en carne mortal; haz que no desmerezca España tus constantes favores, que goce siempre de tu predilección y patrocinio!

 

Y tu, Angel bendito, acoge benignamen­te estos cultos que te hemos dedicado; tú ves nuestro amor, nuestra gratitud y nues­tros vivísimos deseos de agradarte para me­recer cada vez más tu protección y ayuda. Cúbrenos con tus alas, para que al calor de tu defensa crezcamos en virtud; no nos de­jes caer en pecado, y si caemos muévenos a penitencia y enmienda; inspíranos el bien y danos muchas ocasiones de practicarlo; defiende en cada uno de nosotros y en to­dos los españoles el reinado de Jesús; para que todos tengamos una misma fe y un mismo corazón confortado con la gracia del Señor. Reinen en nosotros la justicia, la paz y el gozo de que el Espíritu Santo llena las almas de los justos; para que después de adorar y servir bajo tu protección a Dios en esta vida, gocemos en tu compañía de la eterna felicidad del cielo. Amén.

Padre nuestro ... Ave María ... Gloria ...

 

Ejemplo.

 

La misma doctrina de la supremacía de nuestro divino Redentor Jesucristo sobre los Angeles y sobre toda criatura, que revelada por el Espíritu Santo nos enseñó en sus Epístolas el apóstol San Pablo, fue inspirada al Evangelista San Juan en una maravillosa visión que describe en su Apocalipsis (1).

 

(1) Cap. V.

 

Arrebatado en éxtasis vio el cielo abierto y a Dios sentado en su trono, y cuanto le rodeaba entonaba cánticos de alabanza y adoración. Y tenía el Señor en su diestra un libro, escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos. Y al mismo tiempo vio a un Angel fuerte y poderoso pregonar a grandes voces: ¿Quién es el digno de abrir el libro y levantar sus siete sellos? Y nadie podía ni en el cielo ni en la tierra, ni debajo de la tierra abrir el libro, ni aun mirarlo.

 

Apenado por esto, dice el vidente apocalíptico que se deshacía en lágrimas, cuando uno de los ancianos le dijo: No llores: mira ya como el león de la tribu de Judá, estirpe de David, ha ganado la victoria para abrir el libro y levantar sus siete sellos. Y miró y vio que delante del trono estaba un Cordero como inmolado, el cual se acercó y recibió el libro de la diestra de Dios. Y apenas el Cordero (que representa a Nuestro Señor Jesucristo, león por su poder y fuerza inven­cible y cordero mansísimo por su inocencia y candor, por su mansedumbre y paciencia, león que venció y encadenó las potestades infernales, y cordero que con su sacrificio y su sangre borró los pecados del mundo), hubo abierto el libro, todos los que ro­deaban a Dios en su trono cayeron postra­dos ante el Cordero y le tributaron la melodiosa música de sus cítaras y los perfumes do sus incensarios de oro, que son las ora­ciones de los santos, mientras cantaban: Digno eres, Señor, de recibir, el libro y de abrir sus sellos, porque tú has sido entregado a la muerte y con tu sangre nos has rescatado para Dios de todas las tribus y len­guas y pueblos y naciones.

 

Y vio también y oyó la voz de muchos Angeles alrededor del trono y su número era millares de millares, los cuales decían con poderosa voz: Digno es el Cordero que ha sido sacrificado de recibir el poder y la divinidad y la sabiduría y la fortaleza y el honor y la gloria y la bendición.

 

Y a todas las criaturas que hay en el cielo y sobre la tierra y debajo de la tierra y las que hay en el mar; a cuantas hay, a todas oyó el Evangelista, que uniendo sus voces en armonioso cántico, adoraban a Jesucristo, diciendo: Al que está sentado en el trono y al Cordero, bendición y honra y gloria y potestad por los siglos de los siglos.

 

¡Oh, que nuestra voz no falte nunca en ese coro maravilloso; que en unión con la de su Santo Angel la voz de España se levante siempre valerosa y esforzada para dar a Je­sucristo el testimonio de su fe, de su adoración, y de su amor!

 

18 Junii 1917

Imprimatur.

Prudentius, Epus. Matritensis Complutensis.

 

 

ADORACIÓN EUCARÍSTICA
NOVENA AL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR

 

ORACIONES PREPARATORIAS
PARA EMPEZAR CADA DÍA


Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar, y la Inmaculada Concepción de María Santísima, Madre de Dios y Señora nuestra, concebida sin pecado original en el primer instante de su ser. Amén.

Acto de contrición. Dulcísimo Jesús Sacramentado, en quien creo, en quien espero, a quien adoro y amo sobre todas las cosas; penetrado del mas vivo dolor de haberos ofendido, recurro a vuestros pies y presencia santísima, conociendo que he pecado delante del cielo y contra Vos, y por ser quien sois, Bondad infinita, me pesa una y mil veces de haberos ofendido. Recibid, Señor, la contrición de mis pecados, y aumentadla y perfeccionadla para que sea firme el propósito que hago de nunca más volver a ofenderos, y de confesarme debidamente. Y en reconocimiento de la misericordia que espero me habéis de conceder, admitiéndome a vuestra gracia, quiero dedicarme a vuestro servicio en el Santísimo Sacramento, en donde os alabaré y bendeciré toda mi vida. Amén.

Rezar la oración del día que corresponda.

DÍA PRIMERO  Comenzar con las oraciones preparatorias para todos los días.

Soberano y eterno Dios, en cuya presencia están llenos de respeto los más altos serafines; y maravillados de vuestra infinita grandeza no hacen más que repetir: Santo, Santo, Santo; que habéis querido encerrar en la Sagrada Eucaristía todas vuestras perfecciones: dignaos recibir en señal de mi agradecimiento todas las alabanzas que os dieron y dan todos los espíritus bienaventurados desde su creación, y todos los santos desde que entraron en vuestra gloria, y las que os dan y darán todas las criaturas desde el principio del mundo por toda la eternidad; os pido humildemente alumbréis mi alma con una fe muy viva, para que conociendo vuestras finezas en el Santísimo Sacramento, sepa tributaros continuas acciones de gracias y la más profunda adoración. Amén.

Rezar seis padrenuestros, seis avemarías y seis glorias al Santísimo. Terminar con las oraciones finales.

DÍA SEGUNDO  Comenzar con las oraciones preparatorias para todos los días.

Soberano Señor y Rey eterno, que, estando en el cielo a la diestra del Padre con universal imperio y señorío sobre todos los Santos, y Espíritus bienaventurados, cantándoos perpetuas alabanzas, y reconociéndoos por verdadero Rey y Señor, quisisteis humillaros en el Santísimo Sacramento del altar, encubriendo toda vuestra grandeza bajo el velo de los accidentes, os suplico con la mayor humildad vengáis a mi alma, como poderoso Rey, destruyáis todos mis enemigos que son mis vicios, e imprimáis firmemente en ella vuestras divinas leyes, y prometo seros fiel, obedeceros y adoraros en espíritu y verdad por toda mi vida. Amén.

Rezar seis padrenuestros, seis avemarías y seis glorias al Santísimo. Terminar con las oraciones finales.

TERCERO  Comenzar con las oraciones preparatorias para todos los días.

Dulcísimo Señor y vigilante Pastor de mi alma, que no contento con haberme buscado y llevado sobre vuestros hombros como oveja perdida, quisisteis quedaros en el Santísimo Sacramento para daros en pasto a las fieles ovejas y que comiesen la misma carne, y bebiesen la preciosa sangre de vuestro sagrado cuerpo, cumpliendo de esta manera y con excelencia los oficios de verdadero Pastor, haced que arrepentido ya de haberos hecho trabajar en buscarme, por haberme huido de Vos tantas veces, de aquí en adelante me deje guiar y gobernar por vuestra gracia, y apacentada mi alma con tan divino manjar, jamás vuelva a caer en las garras de la fiera pésima de la culpa. Amén.

Rezar seis padrenuestros, seis avemarías y seis glorias al Santísimo. Terminar con las oraciones finales.

 

DÍA CUARTO Comenzar con las oraciones preparatorias para todos los días.

Amabilísimo Señor y Jesús mío, que quisisteis dar a conocer vuestra misericordia llamándoos Médico y para que sanásemos de todas las enfermedades de nuestra alma os dignasteis dejar en la Iglesia la preciosa medicina de vuestra propia carne y sangre: compadeceos Médico divino de todos mis males. Mirad Señor, que hace muchos años que los padezco; pero si vos queréis, podéis en este instante mismo limpiarme de toda mi lepra: oigo interiormente aquel piadoso quiero con que sanasteis al leproso; y si sanó también la enferma del flujo de sangre tocando la orilla de vuestro vestido, sane yo de todas mis dolencias tocando y recibiendo dignamente vuestra misma carne, y logre así la salud para siempre. Amén.

Rezar seis padrenuestros, seis avemarías y seis glorias al Santísimo. Terminar con las oraciones finales.

 

DÍA QUINTO Comenzar con las oraciones preparatorias para todos los días.

Sapientísimo Señor y Maestro de mi alma, que después de haber hablado tantas veces y de tantas maneras a vuestro antiguo pueblo por medio de los profetas quisisteis hablar y enseñar por Vos mismo a los hijos de la Iglesia, estableciendo vuestra perpetua cátedra en el Santísimo Sacramento, a donde como a verdadero monte de Dios y casa de Jacob convidáis a todos para que os oigan, comunicando los tesoros de sabiduría y ciencia que en Vos se encierran; apiadaos, o dulcísimo Maestro mío, de mi rudeza e ignorancia, y dignaos comunicar a mi entendimiento luz para que aprenda a cumplir vuestros mandamientos, enseñándome al mismo tiempo a conoceros y a conocerme, para que en todos sepa ejecutar siempre vuestra divina voluntad. Amén.

Rezar seis padrenuestros, seis avemarías y seis glorias al Santísimo. Terminar con las oraciones finales.

 

DÍA SEXTO Comenzar con las oraciones preparatorias para todos los días.

Omnipotente Señor y Padre amabilísimo, que siendo dueño universal de todo lo criado tenéis tanto amor a los hombres, que los adoptáis por hijos, y queréis que lo sean y se llamen así, preparándoles en la mesa divina el pan del cielo para su alimento: despertando mi alma del olvido en que ha vivido, me presento a vuestra soberana presencia, y cual si fuese aquel pródigo del Evangelio recurro a Vos confiado en que sois mi Padre, aunque he perdido tantas veces la preciosa cualidad de hijo vuestro. ¡Oh si pudiera dar una voz de verdadero dolor de mis pecados, que penetrando los cielos se oyera por todas partes que he pecado contra mi buen padre! Humildemente os pido me perdonéis, y me recibáis en vuestra gracia, admitiéndome al convite de vuestro divino Sacramento, para permanecer en ella hasta el fin de mi vida. Amén.

Rezar seis padrenuestros, seis avemarías y seis glorias al Santísimo. Terminar con las oraciones finales.

 

DÍA SÉPTIMO Comenzar con las oraciones preparatorias para todos los días.

Benignísimo Señor y huésped divino de mi alma, que siendo los cielos corto espacio para vuestra grandeza gustáis de hospedaros en la pobre casa de mi corazón, y para facilitarme tanta dicha habéis querido quedaros en el Santísimo Sacramento, dignaos, Señor, que así como enriquecisteis a la Reina de los ángeles María Santísima con innumerables gracias y dones, porque la escogisteis para morada vuestra, a proporción derraméis sobre mí las riquezas de vuestras misericordias para que, siendo yo templo vuestro, pueda recibiros dignamente, y conservar siempre en mí la santidad que necesito. Amén.

Rezar seis padrenuestros, seis avemarías y seis glorias al Santísimo. Terminar con las oraciones finales.

 

DÍA OCTAVO Comenzar con las oraciones preparatorias para todos los días.

Dios y Señor enamorado de las almas, ya que tanto nos aseguráis que tenéis todas las delicias en estar con los hombres, y en señal de tanta fineza dijisteis a los Apóstoles después de haberles dado la Comunión: "Ya no os llamaré siervos, sino amigos míos"; y lo mismo decís en este Sacramento a todos los cristianos que os reciben dignamente. Por esta amistad, Señor, os pido que excitéis en mi corazón los más vivos afectos de amor y de ternura para que no ame otra cosa sino a Vos, ni piense en otra cosa mas que en visitaros y adoraros, regalándome siempre con el trato de tan buen Amigo, hasta que goce de vuestra clara vista en la gloria. Amén.

Rezar seis padrenuestros, seis avemarías y seis glorias al Santísimo. Terminar con las oraciones finales.

 

DÍA NOVENO Comenzar con las oraciones preparatorias para todos los días.

Dulcísimo Jesús sacramentado, que habéis querido en la Sagrada Eucaristía señalaros con los títulos de mayor consuelo para nosotros, queriendo también que en este misterio os reconozcamos por Esposo fiel y amante de nuestras almas; haced Señor, que yo corresponda a tanta fineza, y que me prepare con las vestiduras nupciales para asistir dignamente a tan santo desposorio, y poderlo celebrar después eternamente en la gloria. Amén.

Rezar seis padrenuestros, seis avemarías y seis glorias al Santísimo. Terminar con las oraciones finales.

 

ORACIONES PARA CONCLUIR CADA DÍA

 

Afectos. Vos sois mi Dios, y os confesaré siempre en este Santísimo Sacramento.

Vos sois mi Dios, y os exaltare.

Os confesaré siempre, porque os habéis dignado oír mis súplicas en este lugar de propiciación.

Glorificaré vuestro santo nombre eternamente, porque así manifestáis sobre mí vuestra misericordia. Vos solo sois Dios, y no hay otro fuera de Vos. Vos solo Santo, sólo Señor, y sólo Altísimo. Vos esplendor del Padre y figura de su sustancia. Iluminad mi entendimiento y abrasad mi corazón con vuestro divino amor.

 

Hacer aquí la petición que se desea alcanzar con la novena.

 

Oración. Dulcísimo Jesús Sacramentado, que obligado de vuestra infinita caridad quisisteis enriquecer a la Iglesia con el preciosísimo tesoro de vuestro Cuerpo y Sangre para ser en la Eucaristía Rey que nos gobierne, Pastor que nos dirija, Médico que nos ame, Huésped que nos enriquezca, Amigo que nos consuele, y Esposo que nos haga felices para siempre; haced, Señor, que yo logre en este Sacramento tan singulares misericordias, y que reconociendo en él vuestra real presencia, acuda a adoraros frecuentemente en espíritu de verdad para desagraviaros del olvido que padecéis en las Iglesias, y para recompensar las injurias que recibís de los infieles y herejes, y de los malos cristianos con sus comuniones sacrílegas. Y ya que son tan pobres mis afectos, yo os ofrezco todas las adoraciones que os tributan los bienaventurados, y las alabanzas que os dio en la tierra, y os está dando en el cielo la Reina de los ángeles María Santísima. Recibidme, Señor, por perpetuo esclavo vuestro, y haced que lo acredite en la reverencia con que os adore, y en el cielo con que promueva vuestras alabanzas, pidiéndoos que socorráis las necesidades en que se halla la santa Iglesia, y que miréis con perpetua misericordia a este vuestro católico pueblo. Destruid las herejías, convertid a los pecadores y perfeccionad a los justos. Abrid, Señor, vuestra mano generosísima, y compadecido de mis necesidades espirituales y temporales, dadme el remedio que en todo necesito, que, santificado con vuestra gracia, os alabe por todos los siglos en la gloria. Amén.

 

¡Oh sacrificio y hostia saludable    Que las puertas del cielo nos franqueas!
La lucha nos oprime formidable;   Todo nuestro favor y esfuerzo seas.

 

III.   Les disteis, Señor, el Pan del cielo.
R. Que encierra en sí todo deleite.

 

Oración final. O Dios, que nos dejaste la memoria de tu Pasión en este admirable Sacramento; concédenos que de tal suerte veneremos los sagrados misterios de tu cuerpo y sangre, que experimentemos continuamente en nosotros el fruto de tu redención. Que vives y reinas con Dios Padre en unidad del Espíritu Santo, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén. 

NOVENA EN HONOR AL SANTO CRISTO DEL SAHÚCO

 

                                                                

PRESENTACIÓN

           

Para el cristiano es de vital importancia la celebración del domingo. Es el día del Señor y día de los cristianos. Celebrarlo y hacerlo con este sentido tiene que ser el objetivo de todos los devotos o seguidores del Santo Cristo.

            Durante las Novenas hemos experimentado cómo tenemos que recuperar el domingo, acentuar su celebración y su vivencia en nuestro pueblo y parroquia. No podemos dejarnos llevar por la comodidad, el ambiente, la pereza, la indiferencia,...

            Damos las gracias a los sacerdotes que nos han acompañado durante estos días de Novena. Gracias por sus reflexiones y por acercarnos más y mejor el sentido del domingo.

            De nada nos ha servido la Novena en honor al Santo Cristo del Sahúco si en nuestro interior no ha cambiado nada. Si seguimos igual. Si la celebración del domingo no se vive como día del Señor y día de los cristianos. Si nuestras misas dominicales no se han revitalizado. Si no hay creyentes que se han reenganchado a la Eucaristía dominical. Si el domingo también vamos estresados y no lo pasamos con la familia y viviendo en solidaridad con los demás.

Tener las reflexiones por escrito nos ayudará a recordar, a meditar mejor, a no olvidar.

El objetivo que nos marcábamos estaba claro, vivir mejor el domingo, darle al domingo sentido cristiano para así fortalecer nuestro seguimiento de Jesucristo. ¿Lo hemos conseguido? Esperemos que sí. Confiamos que sí.

Que el Santo Cristo del Sahúco nos guíe y bendiga a todos.

José Joaquín

                                                           Párroco de Peñas

 

Primer Rezo, 19 de Agosto

 

Los cristianos no podemos vivir sin el Domingo

 

 

Texto bíblico: Mt. 22,34-40

 

 

            Comienza la cuenta atrás de la despedida del Santo Cristo de nuestra parroquia de Peñas en su traslado al Santuario del Sahúco. Nuestra despedida se hace de forma solemne, con cariño y, sobre todo, con mucha fe.

            En esta cuenta atrás tiene un lugar muy especial e importante la Novena en honor al Santo Cristo del Sahúco. Por la mañana la Eucaristía que nos fortalece durante la jornada y nos pone en buena disposición para comenzar la tarea diaria. Y por la noche, cuando el sol deja de verse y la faena llega a su fin, nos sentamos alrededor del altar, para ofrecer nuestra jornada, para dar gracias y adorar al Señor Sacramentado.

            Este año nuestros rezos y nuestras meditaciones alrededor de la imagen del Santo Cristo del Sahúco giran entorno al domingo.

            Es el domingo el día de los creyentes, de los cristianos. No podemos vivir sin el domingo. Y como día nuestro que es, día de los seguidores de Jesucristo, queremos durante estos días de Novena reflexionar sobre todo lo que lleva consigo celebrar y vivir este día de la semana.

            Nuestra parroquia se ha caracterizado siempre por ser una comunidad que celebra el domingo. Una comunidad que vive y manifiesta el domingo como un día especial. Como veremos a lo largo de todos estos días, el domingo lleva dentro de sí un significado enorme. Y todo este valor que iremos redescubriendo lo abarca la afirmación: el domingo día de la Eucaristía. Pues es en la Eucaristía donde encontramos el empuje necesario para vivir como creyentes.

En las Peñas, da lo mismo que el sábado tengamos funeral, celebración o lo que sea. Para los peñeros: el domingo es día señalado. Pues en el domingo celebramos la fiesta de la comunidad, celebramos el día del Señor.

“Los cristianos no podemos ni debemos vivir sin el domingo como día del Señor, día de la Iglesia, día de fiesta, día del descanso, día de la familia y los amigos, día de la solidaridad con los más débiles, día de la comunidad. Resumiendo, el domingo, como día de los días y día de la Eucaristía. Esto significa que todos debemos esmerarnos más en nuestra vivencia cristiana del domingo, priorizando la participación en la misa y haciéndolo de manera activa, comprometida, gozosa y fecunda.

Dicho en lenguaje todavía más sencillo y coloquial: los cristianos no podemos ni debemos quedarnos sin misa los domingos y nuestra asistencia a ella no debe ser nunca por rutina y con desgana sino con el corazón y el ánimo bien dispuestos a nutrirnos para toda la semana del Pan de la Palabra y de la Eucaristía, único Pan de vida”.

Hay que recuperar el domingo, tenemos que recuperar el domingo. No nos podemos dejar llevar por aires de individualismo y comodidad.

Para recuperar el domingo tenemos que sentir la necesidad de la Eucaristía dominical, necesidad de encontrarme con los hermanos, de escuchar la Palabra de Dios, y de recibir la fortaleza de este sacramento. No hay que descubrir la obligación, sino la necesidad.

Tenemos que recuperar también el día de descanso. Estamos toda la semana liados y cuando llega el domingo, nos toca hacer la faena del campo o aquello que durante la semana no nos ha dado tiempo a realizar. ¿Entonces cuando descansar? El descanso es necesario. Un descanso que hace saborear la vida, ver la belleza de lo sencillo, la grandeza de la familia y los amigos. Los jóvenes saben de esto: el domingo día de descanso. Han vivido a tope el fin de semana y hay que reponer fuerzas para la semana. Así que... a descansar. Pero quizá se nos olvida que la familia está esperando, que la comunidad nos hecha de menos y que el Señor en la Eucaristía no deja de invitarte a la mesa. Al séptimo día descansó el Señor de todo el trabajo de la creación. Aprendamos nosotros también de Dios.

El domingo es día también de visitar a los enfermos, a los que se encuentran solos, a los que esperan una palabra de ánimo de nosotros, es el día de la solidaridad. Al igual que día de la familia y amigos. Muchas veces la familia desea reunirse y estar juntos, ¿para hacer algo? Quizá nada, solamente estar juntos. Tenemos que buscar esos momentos que el ajetreo de la semana no nos deja. Una de las cosas más bellas en una parroquia es ver a una familia al completo en la celebración del domingo. ¿Por qué no recuperar esta práctica en nuestro pueblo?

Hay que recuperar el domingo, recuperar lo que nos hace bien a las personas y a los creyentes, recuperar el encuentro con las personas y con Dios. Potenciemos el domingo en nuestra fe y en nuestro pueblo. Que esta Novena nos ayude y que el Cristo Vivo, Cristo del Sahúco que nos invita a todos a “Venid ante su altar” nos asista y nos fortalezca en nuestro caminar.

           

ORACIÓN

 


Ayúdanos, Señor, a mirar siempre hacia delante, a emprender los caminos convencidos de que no vamos solos: de que Tú vas con nosotros.

 

Danos valor, mucho valor, para afrontar nuestra vida de todos los días, para ser testigos tuyos en este tiempo y llevar el ánimo y la esperanza a nuestros hermanos.

 

Abre nuestro corazón a los problemas del mundo. Haz que seamos capaces de escuchar a los demás, danos una actitud de humildad para servir con alegría cada día sabiendo que, de esta manera, vamos construyendo tu Reino paso a paso.

 

Ayúdanos a gastar nuestra vida por el proyecto que Tú nos encargaste.

No queremos defraudarte, Señor, queremos que cuentes con nosotros.

Estamos seguros de tu apoyo.

 

Gracias por este tiempo vivido, gracias por el silencio y por tu mensaje, gracias porque Tú nos has unido de verdad.

Gracias por haber estado aquí, gracias por todo, hasta por los detalles más sencillos.


 

Segundo Rezo, 20 de Agosto

 

El Domingo, día del cristiano

y de la Iglesia

 

 

Texto bíblico: Gn. 1,3.2,1-4

 

I. Punto de Partida

 

            Moisés y Aarón recibieron la indicación de celebrar la pascua por parte de todos los israelitas en Egipto. En el Éxodo vemos como se dice “Rociar con sangre de cordero las jambas y dinteles de las puertas de los israelitas” (Ex. 12,2ss.).

            Los israelitas guiados por Moisés salen de Egipto siendo perseguidos por el ejército del Faraón. “Moisés extendió la mano sobre el Mar Rojo y el Señor hizo retirarse al mar, con un fuerte viento quedando seco” y pasaron todos a pie firme. Todo el ejército del Faraón quedó atrapado en las aguas muriendo ahogados, caballo y caballero, todo el ejército.

            A partir de esta gran gesta realizada por el Señor, Dios verdadero del pueblo de Israel, los israelitas celebran la fiesta del paso de Dios porque Él ha sido grande con su pueblo.

            En la manifestación de Dios a Moisés en el Sinaí, le entrega las tablas de la ley indicándole “Guardaréis el sábado, porque el sábado es señal convenida entre Yo y vosotros. Lo guardaréis porque es el día santo” (Ex. 31, 12ss.).

            Pero si miramos nuestra situación actual vemos como vivimos sin contar con Dios, potenciamos un mundo más secularizado y laicista, se pretende destruir la familia tradicional, la educación de niños y adolescentes se vacía de valores, violencia, terrorismo, guerras, hambre sequías e injusticias. Son los nuevos faraones y los nuevos esclavos.

 

 

II. Quién y cómo nos puede sacar de esto

 

            Jesús de Nazaret como judío, hijo de José y María, había manifestado ya signos de ser hijo de Dios, el Mesías, el Cristo, Él es enviado por Dios para la misión de ser el libertador del hombre. Ésta es la nueva pascua: la de Jesús.

            Cerca de su pasión y muerte quiso celebrar la cena Pascual judía con sus discípulos. Terminada ésta, rezó los salmos de bendición y cogió un pan y les dio a sus discípulos diciendo: “Tomad y comed... esto es mi cuerpo”; “Tomad y bebed éste es el cáliz de mi sangre, derramada para el perdón de los pecados... haced esto siempre en mi memoria”.

            En este gesto, el Cristo del Sahúco, quiso quedarse en medio de nosotros hasta el fin del mundo.

            Contemplemos al crucificado, la imagen del Santísimo Cristo del Sahúco, Él ha sido quien nos ha salvado y perdonado, así en la cruz cogido al madero santo, en su muerte y resurrección.

            Nos dice el evangelio de Lucas que “el primer día de la semana de madrugada fueron unas mujeres al sepulcro y se encontraron que estaba vacío. Y unos ángeles les dijeron: “Por qué buscáis entre los muertos al que vive, no está aquí, ha resucitado”. La pascua del resucitado es cimiento del domingo Día del Señor. En el domingo vivimos y celebramos: Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo.

 

 

III. Vivencias en el Día del Señor o del Domingo

 

            En los orígenes de la Iglesia, en el siglo primero, en la comunidad apostólica escuchaban juntos la Palabra de Dios, recibían la enseñanza de la Iglesia, celebraban la Eucaristía y ponían todo en común...

            Otro testimonio de vivencia del domingo es el de San Justino, mártir del siglo II, que defiende a los cristianos ante los gobernantes, diciendo lo que hacen en el domingo: “El día del sol, Día del Señor, donde celebramos la resurrección de Cristo, nos reunimos hombres, mujeres, niños y ancianos venidos de aldeas, pueblos y ciudades para escuchar la palabra de Dios, celebrar los misterios santos, etc...”

            Otro testimonio es la vivencia del Domingo en mi comunidad parroquial de Valencia. Allí hay grupos de catecumenado de adultos postbautismal y celebración de la Eucaristía el sábado por la noche. También se celebra oración familiar en las casa, rezando los salmos, la lecturas bíblicas y donde se tienen catequesis del padre de familia, oración de petición y acción de gracias, padre nuestro, la paz y la bendición del padre de familia a los hijos.

 

ORACIÓN

 


Señor, queremos ponernos a tu disposición,

para el servicio de tu Reino,

para el trabajo que creas conveniente,

para empezar y volver a empezar

cuantas veces lo necesitemos.

 

Y queremos contar contigo

como un aliado seguro

que nos defienda y nos guíe

sin imponernos las cosas...

sino en libertad que es como mejor se entiende.

 

Perdona si en nuestra ilusión desmedida

ofendemos tu persistente bondad.

Será la prueba de que tenemos nuestras raíces

en el fango de la debilidad

y de que nos imaginamos que podemos,

aunque no podamos en verdad.

 

Por eso, Señor, nosotros deseamos servirte

y nos ponemos a tu disposición

con lo que tenemos... y como somos.

 

Aunque a veces nos veamos tan poco,

cuenta con nosotros también hoy,

porque para nosotros el poder servirte

es un premio... es una bendición.


 

 

 

Tercer Rezo, 21 de Agosto

 

El domingo, día de la Eucaristía

 

 

Texto bíblico: Lc. 22,14-20

 

 

            En primer lugar saludar a José Joaquín, amigo que desde el Seminario hemos vivido años de oración y amistad y que me permite, por primera vez, tener la oportunidad de estar tan cerca de esta imagen querida por vosotros y por mucha gente de nuestra provincia. Entre ellos, la gente de mi parroquia de Madrigueras que todos los años vienen a la fiesta del Cristo del Sahúco.

           

Te agradezco a Ti, Señor, que me has traído...

 Porque Tú nos conoces y nos defiendes. Tú nos curas y acaricias porque nos perdonas, nos aguantas y nos sufres porque arriesgas tu vida hasta la muerte y te haces comida. Tú nos prefieres débiles e indefensos, heridos para dejarnos transportar en hombros de los demás.

 

Te contemplo, Señor...

            en una imagen sagrada y querida que comparte el tiempo entre el Sahúco y Peñas. Pero...          

 

Te adoro, Señor...

            en el sagrario donde nunca faltas, donde eres cena.

 

            Mi aportación en esta noche quiere agrandar el domingo con la celebración de la Eucaristía. La verdad es que cada domingo la necesita más porque la Eucaristía hace el Domingo.

 

Cuando el Domingo ha sido...

            día de descanso y de alegría

            día de comida en familia

            día de comunidad y encuentro festivo en la Parroquia.

 

Hemos descuartizado el Domingo...

            porque nos deja cansados y tristes

            porque nos deja sin comida ni encuentro familiar

            porque nos aburre encontrarnos con creyentes.

 

            El domingo nos deja vacíos porque le hemos quitado la luz Pascual y el envío a los hermanos, se nos olvida decir y llevar a los demás el mensaje de Cristo: “hemos visto al Señor”. Y hemos quitado al domingo la vida y el encuentro.

            Por eso, urge no como obligación o mandato sino como NECESIDAD de la celebración de la Eucaristía. Rememorar las palabras del Señor: “Yo soy la Vida... Quien come mi carne y bebe mi sangre no puede morir, vive en mí y yo en él... No tengáis miedo, yo estoy con vosotros”.

 

            Y es que la Eucaristía es...

ESCUCHAR, necesitamos quitar ruidos.

CELEBRAR, para eso quitar aburrimientos, rutinas,...

COMULGAR, recibir a quien me necesita.

 

            La Eucaristía nos hace una doble ecografía del corazón:

 

1. ¿Huele mal el corazón por no haber tirado a la basura todo aquello que nos deshumaniza? El pedir perdón, al principio de la Eucaristía, es la llave que nos abre, a los humanos heridos por el consumismo de nuestro tiempo, las puertas del comedor.

Sin el abrazo del Padre al hijo equivocado que vuelve, no hay Cordero ni cena ni fiesta; como le ocurría al hijo que sin irse estaba lejos.

 

2. ¿Huele bien el corazón por retener lo bueno? Eucaristía es hacer recuerdo, repetir y recibir el envío. Eucaristía es solidaridad, compartir, tener lástima, cargar con el otro. Eucaristía es dejarse lavar y querer, quedarse en migajas y gotas. Aunque los silos de trigo están llenos se pasará hambre si el trigo no se muele, se amasa, se cuece, se parte y reparte. Si las cooperativas y las bodegas están llenas de uva de buen grado no paladeará el grado si la uva no se deja pisar o triturar.

 

            La Eucaristía no es una celebración privada sino que es repercute en todo el mundo. La transformación del pan y del vino debe ser transformación de todo nuestro mundo. Dios se hace uno conmigo para aceptarme a mí mismo, aceptar mi vida y vivirla en armonía con los demás y aceptar que si Cristo está en todos, también yo, con Él, debo ver a todos con buenos ojos y sentirme uno de ellos.

            El domingo debe plantearse en torno y desde la Eucaristía, escucharnos y darnos. Debe ser día de Resurrección y vida, de correr y beber lo que no nos deje vacíos. Debe ser día de Alimento Verdadero, no de lo que deja sueño, cansancio y miedo al lunes. Debe ser día de poder experimentar no sólo “¡He visto al Señor!” sino “¡He comido con Él y de Él!”.

 

 

ORACIÓN

 


Hoy, domingo, es tu fiesta, Señor,

queremos vivirlo para ti.

queremos ser fieles contigo.

 

Eres Padre

que deseas tener junto a ti

felices a tus hijos.

 

Cada domingo es tu resurrección,

tu Victoria,

la fiesta de los salvados.

 

Nos sentimos felices

de ser tu pueblo, tu familia;

tu amor nos une para celebrarlo.

Que tu amor nos siga convocando.

Que tu alegría nos siga iluminando

el camino de la felicidad verdadera.

 

A ti acudimos

a ti venimos porque hemos escuchado

tu invitación de Padre.

 

Mira nuestro corazón y nuestra ofrenda.

mira nuestra vida

que te ofrece nuestro amor y cariño. 

 

Que en nuestros corazones

brille siempre tu luz

y con nuestras obras seamos

testigos de tu Resurrección.


 

 

Cuarto Rezo, 22 de Agosto

 

El domingo, día del Señor y primer día de la semana

 

 

Texto bíblico:  Jn. 20,19-23

 

 

Nos encontramos esta noche en la Novena al Cristo del Sahúco para profundizar en su mensaje, para vivir cada vez más de acuerdo con el Evangelio.

Durante esta Novena estamos profundizando en el sentido del DOMINGO, sabiendo que los cristianos no podemos vivir sin el domingo, ya que es el día de la Iglesia y día de los cristianos, día en que nos reunimos para celebrar la Eucaristía, actualización del sacrificio de Cristo para bien de toda la humanidad.

Pero cuando hablamos del DOMINGO, hablamos del DÍA DEL SEÑOR, sabiendo que queremos empezar la semana unidos a Cristo, unidos a Dios, que es el que llena y da sentido a nuestra vida.

Desde los tiempos apostólicos, los primeros cristianos llaman al domingo: DÍA DEL SEÑOR, así lo proclamamos en el Salmo 118: “Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo”. Alegría que experimentaron los Apóstoles: la tarde de la resurrección al ser visitados por Jesús resucitado.

La Iglesia al celebrar cada domingo el día de la resurrección de Cristo, indica el eje central de su historia, por eso el día de la Resurrección de Cristo es el día del Señor.

La celebración de la Eucaristía al ser actualización de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo llena de significado el domingo.

Profundizando en la Sagrada Escritura vemos, que el pueblo judío (nuestros hermanos mayores) celebra el descanso el Sábado (el séptimo y último día de la semana), lo celebra como descanso del Señor y lo dedica especialmente a Dios para profundizar en su Palabra.

En el Génesis se ve la bondad de la creación de Dios, y como el hombre  está llamado a cooperar en ella con su trabajo. En el relato de la creación del Génesis, el sábado significa el gozoso descanso del Creador después de hacer, crear, todo; pero sabiendo que el descanso de Dios en el 7º día no se refiere a una inactividad, sino a una plenitud de la obra bien realizada, ya que Dios siempre actúa.

El descanso del hombre, le lleva a la comunión con Dios en la obra de la creación; por esto el sábado (shabbat, el descanso del hombre para entrar en esa unión con Dios) es algo tan importante para el hombre (criatura de Dios…)  y  la Sagrada Escritura lo recogió en el Decálogo (en los Mandamientos dados por Dios a Moisés).

Todo esto, es lo que prepara al domingo como “día de Señor”.

Esto lleva a llamar el día de descanso: día del Señor, ya que lleva una especial unión y bendición de Dios. Esa unión del hombre con Dios se debe manifestar en todo, pero necesita de momentos especiales: El Domingo, DÍA DEL SEÑOR, expresa eso.

El sábado en el Antiguo Testamento, ahora el DOMINGO, nos sirve para recordar la obra  de Dios, y por tanto santificarlo.

No sólo es recordar las obras de  Dios en la creación, sino que es recordar la salvación de Dios para con los hombres.

Lo principal de la obra salvadora es la redención de Cristo y su triunfo con la resurrección, nos lleva al domingo, al primer día de la semana, cuando Cristo resucitó; por tanto el domingo es el día de Cristo, DIA DEL SEÑOR.

De manera, que recordar lo principal de esa obra salvadora de Dios para con los hombres, nos lleva al domingo. Día en que Cristo resucitó y venciendo a la muerte nos ha dado la VIDA, la VIDA DE LOS HIJOS DE DIOS. Así, el DOMINGO:

- es el día del Señor resucitado.

- es le día dedicado por excelencia a Dios.

- es el día del Señor.

 

Así, desde tiempos apostólicos, los primeros cristianos se reunían el domingo temprano para celebrar la Eucaristía, para celebrar el “día del Señor”. Mantenían el ciclo semanal y querían empezar la semana celebrando los misterios de la salvación, acogiendo esos misterios de salvación en su vida.

Los primeros cristianos, no lo tenían fácil, porque la sociedad estaba organizada de otra forma: celebrando fiestas paganas y como muchas veces el domingo coincidía con día de trabajo, para vivir el domingo, para celebrar el día del Señor, para empezar la semana, para celebrar la Eucaristía frecuentemente lo hacían al amanecer, ya que después tenían que ir a trabajar.

Más tarde, es cuando la sociedad empezó a facilitar la celebración del domingo como día del Señor al tomarlo como día de descanso.

Pero lo que quiero destacar, es que los primeros cristianos aunque no lo tenían fácil: siempre acudían  a la Eucaristía, a la Misa del domingo para celebrar el día del Señor.

¿Por qué hacían eso?

porque tenían motivaciones fuertes,

porque tenían gran Fe,

porque sabían unir su vida a Dios, ya que solo en Dios, solo en Cristo su vida tenía sentido, y por eso, eran capaces de vencer todas las dificultades…

 

En estos tiempos que vivimos, también hay dificultades, otras dificultades. ¿Qué nos quiere decir esto a nosotros?

Viendo el testimonio de los primeros cristianos, nos viene a decir que, a pesar de las dificultades que se puedan presentar, sólo si se celebra la Eucaristía en el día del Señor, el domingo puede adquirir su pleno significado. Y sólo con Fe auténtica se pueden poner los medios para no faltar a la Eucaristía el día del Señor. Y solo Nuestro Señor Jesucristo puede dar la auténtica Fe para celebrar en el domingo la alegría cristiana.

A veces podemos pensar que es difícil asistir a misa el domingo. ¿No será que nosotros lo hacemos difícil, porque nos falta Fe en Cristo?

Un misionero en Perú, me contaba emocionado el testimonio de una familia indígena, que vivía en los Andes, lejos del lugar donde se celebraba habitualmente misa los domingos: Esta familia se levantaba todos los domingos muy temprano y caminando todos (el padre con el niño pequeño sobre los hombros)  hacían  muchas horas andando (unos 20 kms.) y luego la vuelta… Esto todos los domingos para ir a misa. ¿Por qué? porque les movía la Fe

Y hace tan solo unos días, Juan Cárdenas, que estuvo de misionero en Safané y que muchos conoceréis; me contaba otro testimonio. El de un leproso, llamado Jorge, que la enfermedad, antes de su curación le había quitado los pies y las manos, de manera, que solo le quedaban unos muñones y con ellos andaba. Pues bien, este hombre en Safané, andando sobre sus muñones, siempre iba a misa los domingos y tenía que hacer kilómetros. ¿Por qué hacía este hombre eso? porque le movía la Fe y su amor a Dios. (Juan Cárdenas, hablando de esto, decía: este hombre (Jorge el leproso) que ya ha muerto tiene que estar en lo más alto del cielo…)

 

Viendo estos dos testimonios, estos ejemplos de vida (la familia del Perú y el leproso Jorge de Safané) ¿Qué excusas podemos poner para no vivir la MISA el domingo, día del Señor? Ninguna.

Todo lo contrario, hemos de guiarnos por la Fe y nuestro amor a Cristo, para celebrar su DÍA, EL DOMINGO, DÍA DEL SEÑOR, el primer día de la semana, unidos a Dios, que es el que llena de sentido nuestra vida y da plenitud a nuestra existencia.

 

 

ORACIÓN

 


Gracias, Señor, por haber llegado un año más a tu presencia,

creyendo, confiando, amándote.

Han sido muchas veces las que animaste mi fe.

Gracias por esa otra fe que he conservado,

la fe en mis hermanas y hermanos.

Gracias por las ayudas, la compañía

y la alegría que me has brindado.

 

Gracias por tantos ojos que me miraron con ternura.

Gracias por tantas manos

como se adelantaron a estrechar la mía.

Gracias por tantos labios cuyas palabras

y sonrisas me alentaron.

Gracias por tantos oídos que me escucharon.

 

Gracias, Señor, por tanto como he recibido;

que no fueron méritos míos, sino dones tuyos.

Gracias por el mérito que me estimuló.

Gracias por la salud que me sostuvo.

Gracias por el trabajo que desempeñé,

y el descanso que disfruté.

 

Gracias por la enfermedad.

Gracias por aquel fracaso y aquella desilusión.

Gracias por el insulto, la calumnia, la injusticia.

Gracias por aquel ser querido que perdí.

Tú sabes bien qué difícil me resultó aceptar todo esto.

Hoy no sólo lo acepto, sino que hasta te lo agradezco,

pues me acercó más a Ti.

 

Perdón, Señor: por la palabra que callé,

por esa mano que no tendí, por la sonrisa que escatimé.

Por el saludo que negué, por la mirada que desvié.

Por la alabanza que no regalé, por la disculpa que no pedí.

Por esos oídos que no presté. Por el gozo que no compartí.

Por tanta lágrima que no enjugué. Por esa verdad que omití.

Por tantas veces, Señor,

como me marché de Ti o como no te abrí.

 

Ayúdame, Señor, porque debo comenzar un nuevo año,

a no malgastar mis días.

Lo que he hecho mal, está perdonado por tu bondad.

Lo que está por hacer es una nueva oportunidad.


 

 

 

Quinto Rezo, 23 de Agosto

 

El domingo, día de descanso

 

 

Texto bíblico: Mt. 11,25-30

 

 

            Todas las religiones tienen su día grande cada semana, para dedicárselo a su Dios y descansar. Para nosotros los cristianos este día es el Domingo, que tiene sus raíces en el sábado judío (shabbat).

            Si leemos el tercer mandamiento vemos que se proclama la santidad del sábado: “Santificarás las fiestas”. Este mandamiento nos habla del descanso semanal y tiene sus raíces en la Palabra de Dios: “Guardarás el día del sábado para santificarlo como te ha mandado el Señor, tu Dios... Seis días trabajarás y harás todas tus tareas, pero el día séptimo es día de descanso para el Señor tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu asno, ni tu buey, ni ninguna de tus bestias, ni el forastero que vive en tus ciudades...” (Dt. 5,12ss). “El día séptimo será día de descanso completo, consagrado al Señor” (Ex. 31,15).

            La Biblia este día hace memoria de la creación: “Pues en seis días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen y el séptimo descansó; por eso bendijo el Señor el día del sábado y lo hizo sagrado” (Ex. 20,11).

            La acción de Dios es el modelo de la acción humana. Si Dios tomó “respiro” el día séptimo, también el hombre debe “descansar” y hacer que los demás sobre todo los pobres, recobren el aliento.

            El domingo interrumpe los trabajos cotidianos y concede un respiro. Durante algunos siglos los cristianos han vivido el domingo sólo como el día del culto, sin poder relacionarlo con el descanso. Es muy difícil santificar el domingo no disponiendo de tiempo libre suficiente.

            La alternativa entre trabajo y descanso, propia de la naturaleza humana, es querida por Dios. A través del trabajo el hombre se hace más persona y contribuye a perfeccionar la creación. ¿Trabajamos para vivir o vivimos para trabajar? Cada día queremos tener más comodidades, más cosas, vivir mucho mejor, incluso por encima de nuestras posibilidades, no nos conformamos con nada, estamos estresados, somos como un pozo sin fondo y todo ello a costa de quitarnos tiempo para descansar.

            El descanso es una cosa sagrada y necesaria. A través de él recuperamos fuerzas, recargamos las pilas para seguir. Libera al hombre de los compromisos terrenos y le hace tomar conciencia de que todo es obra de Dios y que lo material no es lo más importante (lo más importante es lo que no se puede comprar con el dinero).

            Por medio del descanso dominical, las cosas materiales por las que nos inquietamos, dejan paso a los valores del espíritu. Las personas con las que convivimos recuperan en el encuentro y en el diálogo más sereno su verdadero rostro. La misma naturaleza puede ser mirada, descubierta y gustada profundamente. El domingo así se convierte en un día de pan del hombre con Dios, consigo mismo y con sus semejantes.

            El creyente conjuga el descanso con expresiones de su fe personal y comunitaria, manifestada en la celebración y santificación del día del Señor, asistiendo a la Eucaristía del domingo.

            Pero tenemos que tener cuidado para que el descanso mismo no sea algo vacío o motivo de aburrimiento, debemos elegir entre las distintas posibilidades que se nos ofrecen entre los medios de la cultura y las diversiones que la sociedad ofrece los que estén más de acuerdo con los valores que Jesús nos ofrece en el Evangelio: hacer obras buenas, servicios humildes para con los pobres, enfermos y ancianos, estar más con la familia, tener momentos de reflexión, de silencio, de cultura, que favorecen el crecimiento de la vida interior y cristiana.

            El descanso dominical adquiere también una dimensión profética afirmando no sólo que Dios es lo primero, sino también la dignidad de la persona. El Día del Señor se convierte así también en el día del hombre.

 

ORACIÓN

 


Señor, Tú me sondeas y me conoces;

sabes de mi vida más que nadie; lo sabes todo.

Cuando me siento, allí te tengo; cuando me acuesto, allí estás;

donde quiera que esté Tú te haces siempre presente.

¡Tú estás aquí: Dios tú eres Amor!

 

Cuando voy de camino, cuando corro como un loco;

cuando huyo de mí mismo buscando lo que no encuentro;

cuando llamo a una y otra puerta y todas se me cierran,

donde quiera que vaya o huya, allí estás Tú.

¡Tú estás aquí: Dios, Tú eres Amor!

 

Tú conoces los pensamientos de mi corazón;

Tú sabes de los deseos limpios o confusos de mi alma:

Tú estás al tanto de las tensiones o conflictos de mi vida;

Tú sientes mi dolor cuando quiero ocultarlo.

¡Tú estás aquí: Dios, Tú eres Amor!

 

Cuando la crisis me aprieta y me siento desesperado;

cuando la prueba me golpea y me siento cansado y solo;

cuando la soledad y el absurdo llaman a mi puerta,

en medio de mi agitación y confusión, de nuevo estás Tú.

¡Tú estás aquí, Dios, Tú eres Amor!

 

¿A dónde iré, Señor, que pueda alejarme de ti y no verte?

¿A dónde huiré y deje a mis espaldas tu rostro?

¿A dónde caminaré que no encuentre

tus huellas en el camino?

Donde quiera que vaya, allí, donde yo llego, estás Tú.

¡Tú estás aquí: Dios, Tú eres Amor!

 

Siempre Tú, siempre vaya donde vaya;

tu presencia inunda mi vida y todo cuanto existe.

Porque eres Amor lo llenas todo, lo vives todo, lo sabes todo.

Porque eres Amor te encuentro siempre a mi lado.

¡Tú estás aquí: Dios, Tú eres Amor!

 

¡Oh Dios, sondeas mi corazón que busca;

entra hasta el fondo de mi ser, que necesito de tu Amor!


 

 

Sexto Rezo, 24 de Agosto

 

El domingo, día de la solidaridad

 

 

Texto bíblico: Mt. 5,1-11

 

 

El alimento del amor

 

Más que una caricia, más que una palabra, está la vida que compartimos y construimos juntos.

 

Un famoso maestro se encontró frente a un grupo de jóvenes que estaban en contra del matrimonio. Los muchachos argumentaron que el romanticismo constituye el verdadero sustento de las parejas y que es preferible acabar con la relación cuando éste se apaga en lugar de entrar en la hueca monotonía del matrimonio. El maestro les dijo que respetaba su opinión, pero les relató lo siguiente:

 

“Mis padres vivieron 55 años de casados. Una mañana mi madre bajaba las escaleras para prepararle a mi padre el desayuno y sufrió un infarto. Cayó. Mi padre la alcanzó, la levantó como pudo y casi a rastras la subió al coche. A toda velocidad, rebasando, sin respetar stop, condujo hasta el hospital. Cuando llegó, por desgracia, ya había fallecido.

Durante el entierro, mi padre no habló, su mirada estaba perdida. Casi no lloró. Esa noche sus hijos nos reunimos con él. En un ambiente de dolor y nostalgia recordamos hermosas anécdotas; él pidió a mi hermano teólogo que le dijera dónde estaría nuestra madre en ese momento. Mi hermano comenzó a hablar de la vida después de la muerte, conjeturas de cómo y dónde estaría ella. Mi padre escuchaba con atención, de pronto pidió que lo lleváramos al cementerio. “Padre, respondimos, son las 11 de la noche, no podemos ir al cementerio ahora”.

            Alzó la voz y con una mirada vidriosa dijo: “No discutáis conmigo por favor, no discutáis con el hombre que acaba de perder a la que fue su esposa durante 55 años”. Se produjo un momento de respetuoso silencio, no discutimos más.

            Fuimos al cementerio, pedimos permiso, con una linterna llegamos a la tumba. Mi padre la acaricio, oró y nos dijo a sus hijos que veíamos la escena conmovidos: “Fueron 55 años... ¿sabéis?, nadie puede hablar del amor verdadero si no tiene idea de lo que es compartir la vida con una mujer así”. Hizo una pausa y se limpió la cara. “Ella y yo estuvimos juntos en aquella crisis. Cambié de empleo”, continuó. “Hicimos el equipaje cuando vendimos la casa y nos mudamos de ciudad. Compartimos la alegría de ver a nuestros hijos terminar sus carreras, lloramos uno al lado del otro la pérdida de seres queridos, rezamos juntos en la sala de espera de algunos hospitales, nos apoyamos en el dolor, nos abrazamos en cada Navidad, y perdonamos nuestros errores...

            Hijos ahora se ha ido y estoy contento, ¿sabéis por qué?, porque se fue antes que yo, no tuvo que vivir la agonía y el dolor de enterrarme, de quedarse sola después de mi partida. Seré yo quien pase por eso, y le doy las gracias a Dios. La amo tanto, que no me hubiera gustado que sufriera...”

            Cuando mi padre termino de hablar, mis hermanos y yo teníamos el rostro empapado de lágrimas. Lo abrazamos y él nos consoló: “Todo está bien, pedemos irnos a casa; ha sido un buen día”.

            Esa noche entendí lo que es el verdadero amor; dista mucho del romanticismo, no tiene que ver demasiado con el erotismo, ni el sexo, más bien se vincula al trabajo, al complemento, al cuidado y, sobre todo, al verdadero amor que se profesan dos personas realmente comprometidas”.        

 

 

ORACIÓN

 


Quiero fiarme de Ti, Señor,

Tú eres mi Señor, mi Dios,

Tú te revelaste a los sencillos y humildes de corazón.

Danos un corazón sensato y sencillo,

bueno y sabio como a Salomón.

 

Señor, te necesitamos, para cambiar, para convertirnos

para transformar el agua de nuestra mediocridad

en el vino de tu alegría.

 

Desde la creación pensaste en mí,

me entretejiste, me modelaste en el seno materno

y con paciencia has acompañado mis pasos.

 

Dame luz, como al ciego de Jericó

para ver el camino que he de seguir.

Hazme caer como Pablo

para hacerme caer en la cuenta de mi egoísmo.

 

Tú me llamas, Señor, ábreme los oídos

Señor, Tú me dices, Ven y sígueme.

Que no tenga ídolos ni riquezas,

que no busque mi buena imagen,

ni el reconocimiento de los demás.

 

Que no busque la gratitud,

ni el tener tales o cuales cosas.

Sea tu amistad, mi tesoro

tu Palabra, mi alimento.

 

Señor, Tú te has fijado en mí,

¿Qué esperas de mí?

¿Qué quieres que yo haga?

¿Qué proyecto, qué camino, qué plan tienes para mí?


 

 

 

Séptimo Rezo, 25 de Agosto

 

El domingo, día de la comunidad

 

 

Texto bíblico: Hch. 2,42-47

 

La Iglesia, por aquello de “SANTIFICARÁS LAS FIESTAS”, nos convoca cada domingo a celebrar en comunidad nuestra fe.

Decir domingo es decir día del Señor. Es decir familia que reza unida, que comparte y celebra su fe.

Decir domingo, es ir al encuentro del Señor. Es encontrarnos con el Dios de nuestras alegrías y de nuestras penas.

Es vaciar en su Presencia nuestra mochila y poner a sus pies todo lo nuestro, sin olvidar la problemática de nuestros hermanos, los hombres.

El domingo es el día de la COMUNIDAD CRISTIANA. Es la reunión fraternal de la Parroquia.

Bautizados que celebran gozosos su amor a Dios y a los hombres, en un culto y acción de gracias. Gracias porque, en su locura de amor a los hombres, Dios se nos da en alimento, oculto en el pan su cuerpo y en las gotas de vino su sangre.

Gracias por el aire, el sol, la luz,... la amistad y la paz.

También el hombre descubre su indigencia y necesita de tantas y tantas cosas y reclama ser escuchado.

El templo, semanalmente es el lugar de encuentro para la Comunidad.

La Comunidad quiere sentir el calor humano, quiere sentir los problemas de unos y otros: el dolor, la enfermedad, las desgracias, las alegrías...

A un creyente no le pueden resbalar las angustias del hermano.

Quizá nuestra liturgia no resulte demasiado atrayente.

Alguien me dijo: “Los curas aburrís al mismo Dios”.

Yo le dije: “¿Y tú?, ¿Qué haces para evitar el bostezo parroquial?”

Los jóvenes con sincero descaro nos dicen a los sacerdotes: “nos contáis en misa siempre la misma película”.

En nuestras celebraciones, unos que no entran y otros que se salen.

Esta actitud va creando un clima de fría indiferencia.

La frialdad en el culto dominical a todos nos hace responsables.

¡Qué hermoso cuando las familias se reúnen cada domingo en la casa paterna!

Los cristianos, la familia de los hijos de Dios, también debemos reunirnos en torno a la mesa de nuestro padre Dios para escuchar su Palabra, para comer su Cuerpo y beber su Sangre.

Sin embargo, hoy que hablamos tanto de los marginados y olvidados, la comunidad margina a nuestro Padre Dios al que aparcamos lejos de nuestras vidas y le damos la espalda.

En cierta ocasión hubo que hacer obras en la Iglesia de un pueblo. El cura consultó a los feligreses exponiéndoles que tendría que retirar el Santísimo, y, por un tiempo, cerrar la iglesia. El más atrevido dijo al cura: “Puede llevarse al Señor y cerrar la iglesia, total... para la falta que nos hace...”

Sintámonos comunidad sensible a los acontecimientos de cada jornada.

Siguiendo el consejo paulino: “riamos con el que ría, lloremos con el que llora”.

Que las lágrimas de unos sean nuestras lágrimas, que seamos capaces de ser bálsamo que alivie tanto dolor.

Que la alegría sea contagiosa y nos llene de paz, que el domingo nos agrupe para celebrar como comunidad orante el día del Señor.

Tenemos tiempo para todo, hasta para el aburrimiento. El Dios de nuestras horas, cada domingo nos pide, como un pobre mendigo, treinta minutos que muchas veces le negamos.

Señor, Tú que nos reúnes alrededor de tu mesa como familia, danos tu fuerza para que, cada domingo, nos sintamos comunidad, deseosos de construir un mundo mejor.

 

 

ORACIÓN

 


Yo sé que me quieres, Señor, porque eres bueno

Porque tienes un corazón sensible, perdóname;

Limpia mis bajos fondos de pecado,

Y de mis caídas continuas, levántame.

 

Me siento pecador ante Ti, que eres santo;

Mi pecado está agarrado a mí.

¡Cómo soy!, contra Ti, contra Ti solo pequé

y tus ojos han visto con pena mi corazón manchado.

 

Tú me miras fijamente y amas lo profundo

y limpio dentro de mí.

Y me amas suavemente como amigo en el silencio.

Abrázame y tu amor me cambiará el corazón,

Sé mi amigo y caminaré hacia la cumbre.

 

Devuélveme, lo que perdí, el gozo y la alegría

y toda mi vida salte en fiesta.

Somos amigos olvida el mal que te hice

y ayúdame con tu amistad a renovarme.

 

Dámela te lo pido, la alegría de tu salvación

y mi corazón sincero que se juegue todo por ti.

Les diré a los jóvenes que tus caminos son formidables

y los que hacen el mal sin conocerte

que prueben lo que eres Tú, Señor.

 

Ya sé que Tú no andas con pamplinas

y que no quieres de mí palabras vacías.

Lo que me pides es un corazón arrepentido.

Un corazón sincero y noble es lo que quieres.

 

Sé bueno conmigo y con los otros

y fortalece nuestras vidas indefensas.

Aquí nuestra vida dura de cada día te ofrecemos,

para que Tú, Dios nuestro,

sobre tu altar encuentres nuestro don y lo recibas con alegría.

 

Devuélvenos, te lo pedimos, el gozo y la alegría,

y toda nuestra vida salte en fiesta.

Somos amigos: olvida el mal que te causamos

y ayúdanos con tu amistad a convertirnos.


 

 

Octavo Rezo, 26 de Agosto

 

El Domingo, día de al familia y los amigos

 

 

Texto bíblico: Mt. 12,46-50

 

1. LA CRISIS DE LA FAMILIA

 

En este recorrido que se está haciendo en la Novena sobre el domingo, a mí me ha tocado centrar el tema en la relación que tiene este día con la familia y los amigos.

Partimos de una cuestión que se debate mucho en todos los círculos sociales y eclesiales: ¿Es cierto que la familia (lo que entendemos como familia tradicional) está en crisis?

Por una parte, tendríamos que responder que sí, que la familia está sufriendo continuamente una crisis. Crisis en el sentido, de que tiene que ir constantemente acomodándose a nuevos tiempos y nuevas circunstancias.

Por otra parte, deberíamos responder que no, ya que un 90% de los españoles considera a la familia como un valor fundamental y necesario para su vida y para ser feliz.

 

 

2. EVOLUCIÓN DE LA FAMILIA

 

Lo que llamamos familia ha existido siempre, ya desde que nacemos hasta que nos valemos por nosotros mismos, necesitamos la ayuda de la familia, esto sin tener en cuenta las necesidades afectivas.

Pero la familia ha tenido que adaptarse a las nuevas condiciones sociales de cada época:

 

- El papel cambiante del padre y de la madre.

- El acceso de la mujer al mundo laboral.

- Las relaciones con los hijos.

- Número de miembros.

- Condiciones de vivienda y trabajo.

- La educación.

 

Esta evolución no siempre es fácil y lleva consigo muchas dificultades y conflictos.

Además es una evolución que va demasiado deprisa, movida sobre todo por los medios de comunicación, que nos proponen muchos cambios y valores ambiguos, como por ejemplo:

 

- Libertad-manipulación.

- Tolerancia-libertinaje.

- Derechos-¿Deberes?

- Calidad de vida-consumismo.

- A más información-más pasotismo.

 

Se da la idea de que el matrimonio no tiene que ser una realidad permanente y el divorcio se acepta sin más.

La sexualidad se vanaliza y es vivida sin compromiso.

El aborto se legaliza y se acepta socialmente, a veces sin ningún planteamiento moral.

Todo esto hace que aparezcan nuevas formas de familia: monoparentales, de un solo hijo, familias con hijos de diversos matrimonios, parejas de hecho, matrimonio de personas del mismo sexo...

No debemos de juzgar, ahora, estos tipos de familia, habría que tratar cada caso individualmente, para ser justos. Pero tampoco ante estas situaciones debemos caer en el pesimismo y creer que la familia tradicional no sirve hoy en día.

 

 

3. POSIBILIDADES DE LA FAMILIA

 

Dentro de la evolución de la familia también hay motivos para la esperanza:

 

- Mayor igualdad entre hombre y mujer. (Superación del machismo).

- Mayor comprensión y capacidad de diálogo. (Superación del autoritarismo).

- Mayor sinceridad, naturalidad y espontaneidad para hablar de todo. (Incluido lo relacionado con la sexualidad).

- Más medios materiales.

 

En una sociedad en que todo esta masificado, en la que somos un número más, la familia es el lugar necesario para sentirnos persona individual, para sentirnos valorados y queridos.

Nunca debemos olvidar que el amor es el valor fundamental de la familia. Es el eje conductor y el fundamento de otros valores como la confianza, la fidelidad, la comunicación, etc...

 

 

4. DOMINGO Y FAMILIA

 

Pero... estaréis pensando ¿Qué tiene esto que ver con el domingo?

El domingo debe ser el día privilegiado para vivir tres dimensiones:

 

- Acordarse especialmente de Dios (celebrar la Eucaristía)

- Descansar y dedicarse al ocio.

- Estar en y con la familia.

 

De aquí que no sirve eso de: El padre se pasa el día cazando, la madre se pasa todo el día preparando una paella para 50 personas, el adolescente no se levanta ni a comer por la resaca del sábado y el pequeño se pasa el día jugando al fútbol.

De esta manera nos cargamos las tres dimensiones del domingo.

Tampoco podemos olvidar que el domingo nos ofrece estar y reunirnos con una doble familia:

 

- Con la familia humana: en casa, en el campo, en la Iglesia...

- Con la cristiana: especialmente en la Eucaristía.

 

Pidámosle pues al Cristo del Sahúco por nuestra familia, y por todos nosotros, para que seamos capaces de hacer familia en lo humano y en lo cristiano, sintiendo el domingo como día privilegiado para celebrarlo.

 

ORACIÓN

 


Te amo, Señor, porque escuchas mi voz suplicante;

te amo, porque inclinas tu oído hacia mí cuando te invoco.

Estoy contigo, Señor, porque tu amor da sentido a mi vida;

estoy contigo, porque eres mi salvación y mi esperanza.

                                                                              

A veces me siento solo, Señor, y no me ayuda el ambiente,

tienden hacia mí sus lazos, como una tela fina de araña,

los agentes del mal que buscan ganarme para su causa.

En la angustia y la tristeza abro a ti mi corazón.

 

Salva mi vida, Señor, de los golpes duros de la mentira;

salva mi vida, Señor, de las palabras falsas y enmascaradas;

salva a mi familia, Señor, de lo que no es verdadero y puro;

dame tu fuerza, Señor, para luchar con la cara descubierta;

dame tu fuerza, Señor, para ser fiel a la fe que he aceptado.

 

Tú eres tierno y justo, Señor,

eres compasivo con las personas,

Tú guardas a los pequeños y humildes en tus manos,

y a la persona abatida y postrada en tierra la levantas.

Has salvado mi vida y siento que tu amor me da firmeza.

 

Tú, Señor, has guardado mi alma de la muerte,

mi pie de la caída;

has enjugado las lágrimas de mis ojos,

el sueño de mis noches;

Tú Señor, me has dado la mano y camino en tu presencia;

soy peregrino entre las personas por el sendero de la luz.

 

Gracias, Señor, soy tu discípulo, seguidor de tu proyecto;

aquí me tienes cargando con la cruz día tras día,

paso tras paso;

yo voy contigo y quiero ser fiel a la voz de tu llamada.

Has roto mis cadenas, soy libre

y mi corazón se alegra en la fe.

Seré fiel hasta las últimas consecuencias,

Señor en mi camino;

guardaré tus mandatos y te seguiré con fidelidad;

seré firme en las opciones que por Ti he tomado libremente;

con fortaleza, deseo, y tesón, Señor,

llegaré contigo, seguro, hasta el final.


 

 

 

Noveno Rezo, 27 de Agosto

 

¡Cristianos de las Peñas, venid ante su altar!

 

Texto bíblico: Mt. 22,34-40

 

 

            Hace nueve días comenzábamos los Rezos al Santo Cristo del Sahúco. Comenzábamos una cuenta atrás que hoy damos por finalizada.

¡Ha llegado el día!. Hoy es el día. Ésta es la madrugada de la marcha del Cristo a su Santuario en El Sahúco.

Y es en esta tarde, después de unos días intensos de meditar y reflexionar en el valor del domingo cuando finalizan nuestros rezos con la fuerte afirmación: ¡Cristianos de las Peñas venid ante su altar!

            Nos hemos planteado durante este Novenario un objetivo bien definido: potenciar la vivencia del domingo, recuperar el domingo. Todos los que hemos participado activamente en las Novenas hemos sentido que el domingo hay que vivirlo, hay que celebrarlo como día de los cristianos que es.

            Por esta razón, porque somos cristianos, porque queremos seguir a Cristo, esta tarde podemos decir: “¡Cristianos de las Peñas venid ante su altar!”.

            Ser cristiano es ir al altar, participar de la mesa de la Palabra de Dios y del Pan y el Vino. Ser cristiano es acoger la invitación de Jesucristo a su seguimiento y hacerlo realidad en el día a día.

            Pero ¿qué hay en el altar?, ¿Por qué hay que ir al altar? ¿Por qué el cristiano tiene que ponerse en camino ante su altar? En el altar está la Vida en mayúsculas, está la razón que llena el corazón, la fuerza que ayuda a perdonarse a sí mismo, en el altar está tu familia, la comunidad, tu gente, en el Altar está Cristo.

            Fijaos que es alrededor del altar de la Iglesia donde todos nos sentamos y hacemos comunidad, nadie es más que otro. Es en el altar donde Cristo se parte y se reparte. El altar es el símbolo de Cristo. 

             El cristiano tiene que ir hacia el altar porque es seguidor de Cristo, porque cree en Cristo. Porque ésta es su fe, porque ésa es su razón de ser, lo que llena su corazón.

            El cariño, el seguimiento, la unión se demuestra sentándonos a la mesa, aceptando la invitación a estar juntos, a encontrarnos. De igual forma con el Señor.

 

            Ayer comenzaban nuestras fiestas en honor al Santo Cristo del Sahúco. Unas fiestas en las que el pueblo se une y vibra, se divierte y celebra la amistad.

            Pero unas fiestas entorno a una persona: al Santo Cristo. Es el Santo Cristo el que nos une, es el Santo Cristo el que llevamos en el corazón y al que amamos incondicionalmente.

Si algo he aprendido de este pueblo, es que somos un pueblo de fe. Y esto no lo he aprendido en los libros históricos de la parroquia ni en los comentarios de unos y otros. No. Que Peñas es un pueblo creyente y lleno de fe me lo ha dicho la experiencia, me lo ha dado el vivir con vosotros.

Que amáis al Señor... se nota. Que queréis a la Virgen... se siente. Un pueblo acompañado por la Virgen Milagrosa del Castillo, lleno de confianza por la Esperanza de la titular de la parroquia y bendecido por su Santo Cristo del Sahúco. La fe que tenéis es vuestro tesoro, habéis descubierto la perla preciosa. ¡Cuidémosla!

La fe si no se cuida... se pierde. Si no se trabaja... se olvida. Si no se forma... se deforma. Por esta razón, ¡venid ante su altar!.

No descuidemos lo que nos hace luchar y amar la vida. No descuidemos a Jesucristo. Recuperemos y potenciemos la vivencia del domingo.

 

Fijaos que la invitación a ir al altar de Dios, va unido en el himno del Santo Cristo a “y llenos de entusiasmo”. El creyente, el que va al altar de Dios, es el que está lleno de entusiasmo, el que está feliz, contento. Y lo está porque tiene motivos, porque ha descubierto algo grande. Los cristianos de las Peñas tenemos que ser alegres, entusiastas, fervorosos, que radiemos alegría y no negatividad y tristeza.

Y ese entusiasmo se comunica a los demás: “digamos sin cesar”. El cristiano es el que comunica sin más remedio, no puede callarse y gritar y proclamar: ¡Viva, viva el Santo Cristo!.

Pero un Santo Cristo que no es sólo imagen, sino ¡Viva, nuestro Redentor!, nuestra salvación. Y porque la vida merece la pena y la fe nos ayuda, ¡Viva, viva nuestro pueblo!, y ¡viva nuestra religión!.

Como veis, la fe nos llena, la llevamos dentro. Nos ayuda a caminar. Pero la fe hay que vivirla, hay que celebrarla, no hay que descuidarla.

Por eso, amigos todos, potenciemos el domingo, recuperemos la vivencia de Dios. Que no nos venza el desánimo, la pereza, el trabajo incluso.

Esforzaos en vivid lo que creéis. No os quedéis a la puerta, en la entrada, pasad dentro, celebrar con la comunidad. No tengas miedo a ir a misa los domingos, a levantarte temprano, a decir no a otras cosas, a esforzarte por Dios. Él ha hecho mucho más por ti. Él se ha dado por completo.

Con lágrimas en los ojos, con fortaleza en la voz, con deseos  profundos: ¡Cristianos de las Peñas venid ante su altar!

 

 

OFRENDA AL SANTO CRISTO

 

Hoy la comunidad, ante tu presencia, Señor, quiere ofrecerte sus ilusiones, sus anhelos y todo su cariño.

 

Te pedimos Santo Cristo que cuides de nuestros pequeños.

Te ofrecemos este puñado de caramelos que quieren simbolizar la ilusión y la alegría de nuestros niños y niñas. Que crezcan cada día más en sabiduría y en bondad.

 

Los jóvenes necesitan apoyo, confianza y acompañamiento.

Te ofrecemos esta luz traída del encuentro mundial de Jóvenes de Colonia, es símbolo de cada una de las vidas de nuestros jóvenes. Guía a nuestros jóvenes. Unos jóvenes con deseos de madurar y trabajar por un pueblo y un mundo mejor.

 

Los adultos tienen una gran responsabilidad en la buena marcha de nuestro pueblo y de nuestra comunidad parroquial.

Te ofrecemos esta cruz, como signo de su entrega generosa y total.

 

Los más mayores de nuestra comunidad te ofrecen toda una vida entregada. Su trabajo sin descanso. Una vida dura pero siempre acompañada de tu presencia. Te ofrecen con este bastón el peso de sus años y sus intenciones personales.

 

Los grupos de la parroquia: pastoral de la salud, catequesis, coro, consejo de pastoral, jóvenes, monaguillos, escuela de padres... Te ofrecen su esfuerzo y constancia por crear una comunidad abierta, en constante crecimiento. Te ofrecen esta guitarra y estos libros de formación como su deseo de seguirte en la vida diaria con fuerzas renovadas.

 

La comunidad de las Hijas de la Caridad de Peñas quieren ofrecerte su dedicación y trabajo por el pueblo. Ellas fomentan en nosotros nuestra fe y, entre otras cosas, nuestro cariño a la Virgen y a la Madre del cielo. Te ofrecen una medalla de la Virgen Milagrosa y un rosario. 

 

 

 

Eucaristía de Despedida, 28 de Agosto

 

Homilía en Peñas de San Pedro

 

 

Textos bíblicos: Jr. 20,7-9; Sal. 62,2-9;

Rm. 12,1-2; Mt. 16,21-27

 

 

Estamos reunidos en el domingo, día del Señor y día de los cristianos. Como fieles cristianos hemos acogido la invitación de Jesús y nos hacemos presente en la Eucaristía.

Para cada uno de nosotros, Dios es importante. Lo seguimos y lo queremos. Venimos ante la presencia del crucificado, Santo Cristo del Sahúco, porque le tenemos devoción y sabemos que es un Dios vivo y resucitado.

Y este seguimiento, nuestra fe en Cristo nos puede llevar a dos posturas:

... Ser seguidores de Jesús,  como el discípulo Pedro en la primera lectura, pensando como los hombres y no como Dios. Pensar como hombres, es pensar en fama, dinero, ganar, prestigio, orgullo, en yo mismo...

... O, la otra postura, ser seguidores de Jesús pero pensando no como los hombres sino como Dios. Pedro tuvo que cambiar su forma de pensar. Y pensar como Dios es pensar en amor, humildad, entrega, servicio, generosidad.

 

Si somos seguidores, si estamos esta mañana aquí por Dios; tenemos que pensar como Él. Pensar en positivo, pensar en crecer, pensar en querernos y querer a los demás.

Es el mismo Cristo el que te dice: “Si quieres seguirme... déjate seducir por mí, déjate llenar por mí”. El cristiano y el seguidor de Cristo es el que se ha dejado llenar por Dios, el que se deja seducir por el Evangelio. El seguidor es aquel que le fascina la vida y el mensaje de Jesús.

Amigos todos, Cristo cuenta contigo, te quiere y ha pensado en ti. Cuenta contigo para grandes proyectos. Cristo, quiere seducirte, quiere entrar a formar parte de tu vida... Déjate mirar por Él y déjate seducir por Él.

 

 

 

Eucaristía de Bienvenida, 28 de Agosto

 

Homilía en El Sahuco

 

 

 

Textos bíblicos: Jr. 20,7-9; Sal. 62,2-9;

Rm. 12,1-2; Mt. 16,21-27

 

 

¡Amigos, el Santo Cristo ha llegado al Sahúco!. Ha venido a nuestro encuentro. Ha sido fiel a la cita.

Este año lo hace en el domingo, día del Señor y día de la Eucaristía. El Señor ha llegado a nosotros como cada 28 de agosto, pero Él sigue siendo fiel a otra cita, la de cada semana, la del domingo.

En el domingo, Cristo se hace presencia viva entre nosotros. Es el mismo Cristo, el que nos salva, el que nos acompaña, el que hace que miremos la vida desde otra perspectiva: con más ilusión y fortaleza. Es el mismo Cristo el que se queda en la celebración de la Eucaristía.

Vivid el domingo, como día del Señor. En la Eucaristía, Cristo se hace presente, es fiel a la cita. No deja de ofrecerse.

Recordad que es el mismo Señor el que nos invita a su seguimiento. Él nos seduce con su forma de ver la vida, con su corazón lleno de felicidad y de amor, con su humildad y sencillez, con su felicidad. ¡Dejaos seducid por Cristo, dejaos llenad por él. Dejaos querer por Dios!. Y para dejarse querer por Dios hay que ser humildes, sencillos, no mirase a sí mismo, sino mirar más allá.

            El Santo Cristo del Sahúco ha sido fiel a la cita, a la de su fiesta, como cada 28 de agosto. Que nosotros seamos también fieles a la cita del domingo, a la del encuentro con el Cristo Vivo y Resucitado. Acojamos su invitación, no faltemos a la cita.

 

 

 

 
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