novenas - NOVENAS GRUPO 27
 

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CONCLUSIONES

NOVENA A SAN RAMÓN NONATO
1204 - 1240

 

DÍA PRIMERO: Dios y Señor mío, yo os doy infinitas gracias por todos los favores que hicisteis al glorioso San Ramón No-nacido; por cuyos méritos os suplico humildemente, que así como fuisteis tan liberal con el glorioso santo cardenal, lo seáis en esta ocasión conmigo, concediéndome el despacho de la petición que solicito en esta novena, para más serviros y amaros. Amén. Concluir con la oración final para todos los días.

DÍA SEGUNDO: Dulcísimo Jesús mío, mi Redentor, y Señor, yo os doy inmortales gracias por todas las mercedes que vuestra infinita benignidad concedió al glorioso Padre San Ramón No-nacido. Tantas maravillas obró vuestra Majestad en vuestro siervo San Ramón, que me dan motivo para valerme de su intercesión, para que Vos, Dios mío, por sus ruegos y merecimientos cumpláis esta mi petición, a mayor honra y gloria vuestra; espero en Vos, Jesús de mi alma, que pues a los que se han valido de tan grande Santo habéis socorrido en sus necesidades, me socorráis también las mías. Amén. Concluir con la oración final para todos los días.

DÍA TERCERO: ¡Oh, Reina Purísima de la Merced, Madre de los necesitados y afligidos! A Vos vengo como hijo indigno que soy de tan grande Madre, para rendiros mil veces las debidas gracias, de tantos y tan grandes favores con que favorecisteis a vuestro siervo San Ramón No-nacido, de cuya intercesión me valgo en la presente ocasión para obtener el favor que pido en esta Novena. Confío que vos, soberana Reina, así como no le negasteis cosa al glorioso Santo de cuanto os pidió en la tierra, no le negareis ahora vuestra intercesión para con vuestro Santísimo hijo Jesús, a fin de que me conceda la gracia que deseo, para gloria vuestra, de vuestro Unigénito Hijo y bien de mi alma. Amén. Concluir con la oración final para todos los días.

DÍA CUARTO: Dios y Señor mío, yo os ofrezco los méritos de la santa obediencia de vuestro grande siervo el glorioso Cardenal San Ramón No-nacido, y os suplico que por ellos me concedáis una perfecta y total obediencia, con la cual obedezca yo en todo y por todo a vuestras divinas inspiraciones, a los preceptos de la Santa Iglesia, y en particular os ruego que, por los mismos merecimientos me despachéis la petición que por mano del glorioso Santo os ofrezco. Amén. Concluir con la oración final para todos los días.

DÍA QUINTO: Señor y Dios mío, yo indigno hijo vuestro, me postro delante de vuestra presencia, y os presento aquella santa y suma pobreza con que vivió el glorioso San Ramón No-nacido, suplicándoos de todo mi corazón, que por los merecimientos que adquirió vuestro Santo con el ejercicio de tan grande virtud, queráis purificar este mi corazón, comunicándome una verdadera pobreza y desnudez de espíritu, con la cual esté mi alma totalmente despegada de todo lo transitorio, y unida con el amor Divino. Y en particular os ruego, os dignéis favorecerme con la gracia que pido, a mayor honra y gloria vuestra. Amén. Concluir con la oración final para todos los días.

DÍA SEXTO: Dios y Señor mío, pues que os habéis mostrado tan amante de la pureza, queriendo que el eterno Verbo tomase carne de una purísima Virgen desposada, yo os presento, Señor, la angélica pureza de vuestro castísimo siervo San Ramón No-nacido. Y por los méritos que correspondieron a la virginidad de tan gran Santo, os suplico queráis quitar todas las manchas de mi alma, para que así sea digna de unirse con Jesucristo, y quede dispuesta para recibir el favor que pido en esta Novena. Amén. Concluir con la oración final para todos los días.

DÍA SÉPTIMO: Dios y Señor mío, Vos sólo sabéis aquel ardor soberano, con que siempre os estuvo amando, y deseando amaros más y más vuestro gran siervo y amigo San Ramón No-nacido, ansioso siempre de que todos los humanos corazones se abrasasen en divinos amores. Yo, confiado en vuestra misericordia infinita, os suplico humildemente, que por aquel corazón del Serafín San Ramón, os dignéis de abrasar el mío con llamas de vuestro amor y favorecerme con el despacho de la merced que os pido, por los merecimientos de la ardiente caridad de este gran Santo, mi abogado. Amén. Concluir con la oración final para todos los días.

DÍA OCTAVO: Dios y Señor mío, con toda la humildad en mí posible, vengo a pediros un favor, valiéndome de los grandes merecimientos que tuvo San Ramón No-nacido: por el ejercicio heroico de su humildad profunda, alcanzaba de Vos lo que os suplicaba; la misma humildad de vuestro Santo os ofrezco, para que por ella me hagáis de tal manera humilde, que por vuestro amor deje mi propia estimación. Asimismo os ruego os dignáis concederme, para gloria vuestra y salvación mía, la merced que os pido. Amén. Concluir con la oración final para todos los días.

DÍA NOVENO: Eterno y Omnipotente Dios y Señor mío, hoy es el último día de esta mi Novena, y si hasta ahora no he sabido disponerme para alcanzar el favor que deseo, os suplico me deis luz para debidamente disponer mi alma; y para que lo hagas te presento los martirios, trabajos, aflicciones, azotes y demás penas que tuvo el glorioso San Ramón No-nacido. Así, por tan grandes méritos que alcanzó por estas penas, concededme, Señor, un deseo fervoroso de padecer por Vos, y un cumplimiento a mi petición que todos estos nueve días ha pedido y pido, para honra vuestra y de mi glorioso Santo. Amén. Concluir con la oración final para todos los días.

 

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS: ¡Oh Gloriosísimo San Ramón No-nacido! De todo corazón me gozo de que la majestad soberana de nuestro Dios y Señor os haya hecho tan grande Santo, adornándoos con tantas prerrogativas y mercedes; de todas las cuales doy a la Santísima Trinidad infinitas e inmortales gracias, y a Vos, Santo mío, mil parabienes.

Por esos admirables favores, y por la sangre que vertieron vuestros santos labios con el penoso martirio del candado, os suplico humildemente intercedáis ante la Divina Majestad por el aumento de la Santa Fe católica, la extirpación de las herejías, la quietud y sosiego de los reinos cristianos, la conversión de los infieles, y libertad de los pobres cautivos cristianos. También, Santo mío, os pido seáis mi intercesor, para que así como perseverasteis muchas horas vivo dentro del cuerpo de vuestra madre difunta, así esta mi pobre alma persevere viva en la vida de la gracia, dentro de la cárcel de este corruptible cuerpo, y salga de él a su tiempo en paz, para alabar a Dios en compañía de los Ángeles y Santos, por toda la eternidad; y para que mejor lo pueda conseguir, os suplico me alcancéis el favor que ahora os voy a pedir:

(Hágase aquí la petición)

Así confío lo haréis, amantísimo Padre mío, pues de Vos se dice alcanzáis de Dios todo cuanto vuestros devotos os piden, estando ellos afligidos; pero si acaso ha de ser para mayor gloria de Dios, y bien de mi alma el que se dilate, o no consiga la gracia que deseo, alcanzadme, Santo mío, perfecta resignación en la voluntad de mi Dios y Señor, para que así quede mi alma en paz, mientras el Señor me conserve la vida, y después, por medio de una dichosa muerte llegue a gozar las delicias de la eterna Patria. Amén.

ANTÍFONA. Oh, Bienaventurado Ramón, que con todo su corazón amó a Cristo, y para ejemplo de su caridad no dudó en quedarse cautivo por librar a los cautivos. Oh dichosa vida, que aunque no la quitó la espada de los perseguidores, no por eso perdió el mérito del martirio.



V. Mi corazón y mi carne,
R. Se alegran por el Dios vivo.



ORACIÓN. Oh Dios, que hiciste admirable a San Ramón No-nacido, tu confesor, en librar a tus fieles del cautiverio de los impíos: concédenos por su intercesión, que nos libres de las cadenas de los pecados, practiquemos con libre voluntad las cosas que te son agradables. Por Cristo, Nuestro Señor. Amén

 

 

NOVENA A SAN VICENTE DE PAUL
1581 - 1660



I. ORACIONES INICIALES Y FINALES

ORACIÓN INICIAL

Por la señal...
Acto de contrición.

Oración preparatoria para todos los días


Dios todopoderoso y eterno, que llenaste de caridad el corazón de san Vicente de Paúl, escucha nuestra oración y danos tu amor. A ejemplo suyo, haznos descubrir y servir a Jesucristo, tu Hijo, en nuestros hermanos pobres y desdichados. Que en su escuela aprendamos a amarte a Ti con el sudor de nuestro rostro y la fuerza de nuestros brazos. Por sus oraciones, libra nuestras almas del odio y del egoísmo; haz que todos recordemos que un día seremos juzgados sobre el amor. Oh Dios, que quieres la salvación de todos, danos los sacerdotes, las religiosas y los apóstoles seglares que tanto necesitamos. Que sean entre nosotros los primeros testigos de tu amor. Virgen de los pobres y Reina de la Paz, obtén para nuestro mundo dividido y angustiado, el amor y la paz. ASÍ SEA.


Leer y meditar a continuación la lectura del día que corresponda:

ORACIÓN FINAL

Terminar cada día con los gozos:

GOZOS   HIMNO A SAN VICENTE


(Melodía del "Quis novus caelis")

¿Qué nuevo triunfo cantan hoy, los cielos? ¿Qué nuevo aplauso los santos tributan?
¡La luz del Clero, el Padre de los Pobres brilla en la Gloria!

R/. Ayúdanos, San Vicente, a renovarnos en el Evangelio.

Obras ingentes loan tus proezas y el Amor ciñe de laurel tu frente; cuanto le diste al Pobre con largueza te vuelve el Cielo.

Los sacerdotes, siendo tú su Guía, llevan al Pobre la verdad de Cristo: la madre Iglesia vive y canoniza
tu Magisterio.

Pero te honran de manera insigne vírgenes castas que, a la vez, son Madres: los Pobres gozan, bajo tu mirada, de su ternura.

Como aliviaste el dolor del mísero, ye hoy, benigno, el clamor del Pueblo: todos los pobres, juntos te proclama Padre y Amigo.

Demos hoy, todos, gloria al Padre Eterno y al Hijo Ungido Salvador del hombre y al Amor mismo, Llama de Dios vivo que arde en Vicente. Amén.

DÍA PRIMERO Las máximas evangélicas

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

¿Cuáles son estas máximas? Hay un gran número de ellas en el Nuevo Testamento, pero las principales y fundamentales son las que se detallan en el sermón que tuvo nuestro Señor en la montaña, que comienza: «Bienaventurados los pobres de espíritu» (Mt 5, 3).

 

Pongamos por ejemplo ésta, que es de las fundamentales: «Id y tened con vuestro prójimo, el mismo trato con que os gustaría ser tratados» (Mt 7,12). Esta máxima es la base de la moral, y sobre este principio se pueden regular todas las acciones de la justicia secular. Y como toda conclusión que se saca de uno o varios principios tiene que mostrar con seguridad lo que ordenan para la práctica de la virtud, o lo que prohíben para la huida del vicio, así también de estas máximas evangélicas se sacan consecuencias ciertas que llevan, según los designios de nuestro Señor, no sólo a huir del mal y a seguir el bien, sino también a procurar la mayor gloria de Dios, su Padre, y a adquirir la perfección cristiana.

 

Para tener una mayor inteligencia de estas máximas y distinguir mejor las que obligan de las que no obligan, es conveniente añadir que hay algunas que obligan a su observancia, como éstas: «Guardaos de toda avaricia» (Lc 12,15), «Haced penitencia» (Mt 4,17), porque son mandamientos absolutos. Otras no obligan más que a la disposición de recibirlas en caso necesario, cuando se le propongan y éste tenga poder para cumplirlas, como ésta: «Haced bien a los que os odian» (Mt 5,44). Hay otras que son puramente consejos, como por ejemplo: «Vended todo lo que poseéis y dadlo en limosna» (Lc 12,33), porque nuestro Señor no obliga a nadie a vender todos sus bienes para dárselos a los pobres; esto es sólo para una mayor perfección.

 

Finalmente, hay otras que son también puros consejos evangélicos, pero que sin embargo obligan a veces a observarlos por haberse convertido en preceptos; esto sucede cuando se ha hecho voto de guardarlos, haciendo voto de pobreza, castidad y obediencia, ya que los consejos evangélicos se refieren y se reducen a estas tres virtudes, pues no hay ninguno que no tenga que ver con la pobreza, con la castidad o con la obediencia. (Cf. Op. cit., n. 690 y 691).

 

Oración final. Señor, Dios nuestro, que pusiste como fermento del mundo la fuerza del Evangelio, concede a cuantos has llamado a vivir en medio de los afanes temporales que, encendidos de espíritu cristiano, se entreguen de tal modo a su tarea en el mundo, que con ella construyan y proclamen tu Reino. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.

 

DÍA SEGUNDO Las máximas del mundo

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

 

El abrazar las máximas del Evangelio compromete a huir de las máximas del mundo, ya que son opuestas a las del Evangelio; para huir de ellas, hay que saber cuáles son, qué es lo que se entiende por estas máximas del mundo y ver cómo se oponen a las de Jesucristo y en qué las contradicen.

 

En primer lugar, las máximas de nuestro Señor dicen: «Bienaventurados los pobres» (Mt 5, 36); y las del mundo: "Bienaventurados los ricos". Aquellas dicen que hay que ser mansos y afables; éstas, que hay que ser duros y hacerse temer. Nuestro Señor dice que la aflicción es buena: «Bienaventurados los que lloran»; los mundanos, por el contrario: "Bienaventurados los que se divierten y se entregan a los placeres".

«Bienaventurados los que tienen hambre y sed, los que están sedientos de justicia»; el mundo se burla de esto y dice: "Bienaventurados los que trabajan por sus ventajas temporales, por hacerse grandes".

 

«Bendecid a los que os maldicen» (Lc 6, 28), dice el Señor; y el mundo dice que no hay que tolerar las injurias: "al que se hace oveja, se lo comen los lobos"; que hay que mantener la reputación a cualquier precio, y que más vale perder la vida que el honor.

Y esto basta para conocer cuál es la doctrina del mundo y qué es lo que pretende. Por consiguiente, al comprometernos a seguir la doctrina de Jesucristo, que es infalible, nos obligamos al mismo tiempo a ir contra la doctrina del mundo, que es un abuso. (Cf. Op. cit., nn. 692-694).

 

Oración final. Oh Dios, que has llamado a todos los hombres a cooperar en el plan inmenso de la creación, haz que en el esfuerzo común por construir un mundo nuevo, más justo y más fraterno, se consiga que todo hombre encuentre el puesto que su dignidad pide, para que realice plenamente su vocación y contribuya al progreso de todos los demás hombres, según la Buena Nueva que nos predicó tu Hijo, Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.

 

DÍA TERCERO Motivos para observar las máximas evangélicas

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

 

Los motivos se deben derivar de la santidad, de la naturaleza y de la utilidad de estas máximas. Vamos a verlo.

 

¿Qué es la santidad? Es el desprendimiento y la separación de las cosas de la tierra, y al mismo tiempo el amor a Dios y la unión con su divina voluntad. En esto me parece a mí que consiste la santidad.

 

¿Y qué es lo que nos aparta más de la tierra y nos une tanto al cielo sino las máximas evangélicas? Todas ellas pretenden separarnos de los bienes, placeres, honores, sensualidades y propias satisfacciones; todas tienden a ello; ese es su fin. Por eso, decir que una persona se mantiene en la observancia de las máximas evangélicas, es decir que está en la santidad; decir que una persona las practica, es decir que tiene la santidad, porque la santidad, como acabamos de anotar, consiste en el rompimiento del afecto a las cosas terrenas y en la unión con Dios; de forma que es inconcebible que una persona observe las máximas evangélicas y no se vea despegada de la tierra y unida al cielo.

 

El segundo motivo que se saca de las máximas evangélicas, es su utilidad. Las personas que las practican, ¿qué es lo que hacen? Se apartan de tres poderosos enemigos: la pasión de tener bienes, de tener placeres y de tener libertad. Ese es, hermanos míos, el espíritu del mundo que hoy reina con tanto imperio, que puede decirse que todo el afán de los hombres del siglo consiste en poseer bienes y placeres y en hacer su propia voluntad. Eso es lo que se busca, tras eso corren. Se imaginan que la felicidad de este mundo está en amontonar riquezas, en gozar y en vivir a su antojo.

 

Pero, ¡ay!, ¿quién no ve todo lo contrario y quién ignora que el que se deja gobernar por sus pasiones se convierte en esclavo de las mismas?

 

Una persona que se queda ahí, esto es, que no logra hacerse dueño de sus pasiones, puede y debe creerse hija del diablo. Por el contrario, los que se alejan del afecto a los bienes de la tierra, del ansia de placeres y de su propia voluntad, se convierten en hijos de Dios y gozan de una perfecta libertad, porque la libertad sólo se encuentra en el amor de Dios. Esas personas, hermanos míos, son libres, carecen de leyes, vuelan libres por doquier, sin poder detenerse, sin ser nunca esclavas del demonio ni de sus placeres. ¡Bendita libertad la de los hijos de Dios!. (Cf. Op. cit., nn. 990-991).

 

Oración final. ¡Oh Salvador, Señor, Dios nuestro! Tú trajiste del cielo a la tierra esta doctrina, la recomendaste a los hombres y la enseñaste a los apóstoles, a quienes les dijiste que esta doctrina es como la base del cristianismo y que todo lo que no se cimenté en ella estará cimentado sobre arena: llénanos de este espíritu, dispón nuestros corazones a recibirlo. Amén.

 

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.

 

DÍA CUARTO La sencillez, una máxima evangélica

 

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

 

¡Qué agradable a Dios es la sencillez! La Escritura dice que se deleita tratando con los más sencillos, con los sencillos de corazón, que proceden con toda sencillez y bondad (Pr 3, 32). ¿Queréis encontrar a Dios? Está con los sencillos.

 

Otra cosa que nos anima maravillosamente a la sencillez son aquellas palabras de nuestro Señor: «Te doy las gracias, Padre mío, porque la doctrina que yo he aprendido de tu divina majestad y que he esparcido entre los hombres, sólo es conocida por los sencillos y permites que no la entiendan los prudentes de este mundo; tú les has ocultado, si no las palabras, al menos su espíritu».

 

La sencillez en general equivale a la verdad, o a la pureza de intención: a la verdad, en cuanto que hace que nuestro pensamiento sea conforme con las palabras y con los otros signos que nos sirven de expresión; a la pureza de intención, en cuanto que hace que todos nuestros actos de virtud tiendan rectamente hacia Dios.

 

Pero cuando se toma la sencillez por una virtud especial y propiamente dicha, comprende no sólo la pureza y la verdad, sino también esa propiedad que tiene de apartar de nuestras palabras y acciones toda falsía, doblez y astucia.

 

La sencillez que se refiere a las palabras consiste en decir las cosas como las sentimos en el corazón, como las pensamos. Todo lo que no es esto, es doblez, apariencia, falsía, que son contrarias a la virtud de que estamos hablando, la cual quiere que se digan las cosas como son, sin dar muchas vueltas, hablando ingenuamente y sin malicia, y además con la pura intención de agradar a Dios.

 

En cuanto a la otra parte de la sencillez que se refiere a las acciones, consiste en obrar normalmente, con rectitud y siempre teniendo a Dios ante los ojos, en los negocios, en los cargos y en los ejercicios de piedad, excluyendo toda clase de hipocresía, de artificios y de vanas pretensiones.

 

Esta sencillez en las acciones no existe en aquellas personas que, por respeto humano, desean aparentar lo que no son; lo mismo que tampoco son simples o sencillos sus trajes. También va contra esta virtud tener unas habitaciones bien amuebladas, adornadas de imágenes, de cuadros, de muebles superfluos, tener un montón de libros para presumir, complacerse en cosas vanas e inútiles, en la abundancia de las necesarias cuando una basta, predicar con elegancia, con un estilo hinchado, y finalmente buscar en nuestros ejercicios otra finalidad distinta de Dios; todo esto va contra la sencillez cristiana en las acciones. (cf. Op. cit., nn. 769, 770, 774, 775, 778, 779).

 

Oración final. Oh benignísimo Jesús, tú viniste al mundo a enseñarnos la sencillez, para destruir el vicio contrario y educarnos con prudencia divina, para destruir la del mundo. Concédenos, Señor, una parte de esas virtudes que tú tuviste en un grado eminente. Llénanos a cada uno de nosotros de ese deseo de ser sencillos y hacernos prudentes con la prudencia cristiana. Amén.

 

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.

 

DÍA QUINTO  La virtud de la indiferencia

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

 

Un santo dice que la indiferencia es el grado más alto de la perfección, la suma de todas las virtudes y la ruina de los vicios. Necesariamente tiene que participar la indiferencia de la naturaleza del amor perfecto, ya que es una actividad amorosa que inclina el corazón a todo lo que es mejor y destruye todo lo que impide llegar a él.

 

Digamos en qué consiste. Hay que distinguirla en dos partes: primero, la acción de indiferencia; y segundo, el estado de indiferencia. La acción indiferente es una acción moral voluntaria que no es ni buena ni mala. Ejemplos: Existe la obligación de alimentarse; por eso comemos. Esa acción no se sitúa entre las acciones virtuosas. Mala tampoco es, con tal que no se estropee la acción por algún exceso o por alguna prohibición. Pasearse, estar sentado o en pie, pasar por un camino o por otro, son cosas de suyo indiferentes, que no son de ningún mérito, pero tampoco son dignas de reprensión, a no ser que haya alguna circunstancia mala. Eso es la "acción indiferente".

 

En cuanto al estado de indiferencia, es un estado, en que se encuentra una virtud por la que el hombre se despega de las criaturas para unirse al Creador.

 

Lo propio de la indiferencia es quitarnos todo resentimiento y todo deseo, despegarnos de nosotros mismos y de toda criatura; tal es su oficio, tal es la dicha que nos proporciona, con tal que sea activa, que trabaje. ¿Y cómo? Hay que procurar conocerse; hay que decirse: «¡Ea, alma mía!, ¿cuáles son tus afectos? ¿a qué nos agarramos? ¿Qué hay en nosotros que nos tenga cautivos? ¿Gozamos de la libertad de los hijos de Dios o estamos atados a los bienes, a los caprichos, a los honores?». Examinarse para descubrir nuestras ataduras, para romperlas. Realmente, hermanos, la eficacia de la oración debe tender a conocer bien nuestras inclinaciones y apegos, decidirnos a luchar contra ellas y enmendarnos, y luego a ejecutar bien lo que hemos resuelto.

 

En primer lugar estudiarse; y cuando uno se sienta apegado a algo, esforzarse en desprenderse de eso y en hacerse libre por medio de resoluciones y de actos contrarios. (cf. Op. cit., nn. 878-881).

 

Oración final. ¡Salvador nuestro! Concédenos la gracia de la indiferencia para estar a las órdenes de tu Padre, que nos tiende su mano y nos salva. Despéganos de todo y que, como una bestia nos dé lo mismo un carro que otro, pertenecer a un amo rico o pobre, habitar en la patria o en el extranjero. Amén.

 

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.

 

DÍA SEXTO  Sobre el buen uso de las calumnias

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

 

He dicho que las calumnias y las persecuciones son gracias con que Dios bendice a los que le sirven con fidelidad. Veamos, pues, cómo hemos de portarnos cuando se nos calumnie y persiga, e incluso cuando se emplee la fuerza contra nosotros.

 

En primer lugar, hemos de disponernos de buena gana a recibir este bien de la desgracia del mundo mediante un fiel uso de las ocasiones que Dios nos presente todos los días, los choques, las palabras molestas, las contradicciones y murmuraciones; hay que empezar el aprendizaje por las cosas menos molestas, para prepararse a sostener otros ataques más importantes y duros; porque, ¿hay alguna probabilidad de que permanezca firme y esté dispuesta a sostener embates más fuertes una persona que se inquieta, se desanima o pierde la paciencia por cosas más ligeras?

 

Entremos, hermanos míos, en nuestro interior y veamos cómo nos aprovechamos de las ocasiones diarias que nos ofrece su divina providencia. Si entonces somos cobardes, ¿cómo podremos soportar con paciencia los grandes sufrimientos? Si no podemos ahora soportar una palabra dura y una mirada desdeñosa, ¿cómo recibiremos con rostro sereno, o incluso con alegría, las calumnias, los oprobios y las persecuciones?

 

Por consiguiente, hermanos míos, ejercitémonos en ello y corrijamos nuestra sensibilidad en las pequeñas contrariedades, para que Dios nos conceda la gracia de ser firmes y alegres en las mayores y más molestas.

 

En segundo lugar, cuando lleguen las calumnias y las persecuciones, hay que cerrar la boca para que no se nos escape ninguna palabra de maldición, de impaciencia o de recriminación contra los que nos calumnian y persiguen. ¿No es justo que nos callemos, si es Dios el que envía esas visitas? ¿No es razonable que aceptemos esa cruz con sumisión, si esa es su voluntad? ¿No hemos de alabarlo y de darle gracias por las persecuciones que sufrimos, ya que las permite para nuestra santificación?

 

En tercer lugar, no basta con cerrar la boca a toda palabra de impaciencia, y de queja contra los que nos persiguen y calumnian; ni siquiera hemos de defendernos, ni de viva voz, ni por escrito.

 

«¡Cómo!, dirá alguno, ¿No está permitido justificarse y aclarar las cosas ante los que la calumnia ha prevenido contra nosotros?». No, hermanos míos; yo no puedo decir más que lo que nos indica el espíritu del Evangelio: ¡paciencia y silencio!; esos son los elementos de la religión cristiana; hay que seguirlos.

 

Pero, esto será para condenarnos a nosotros mismos; nuestro silencio será una confesión tácita, y entonces ya no será posible conseguir ningún fruto con la gente. Estamos engañados, hermanos míos, si basamos el éxito de nuestros humildes trabajos en la estima del mundo; sería algo así como abrazar una sombra y dejar el cuerpo. La estima y la reputación de que hablamos no es más que el esplendor que brota de una vida buena y santa; su base y su apoyo es la virtud, que nunca podrán arrebatarnos ni las calumnias, ni las persecuciones, si permanecemos fieles a Dios y hacemos buen uso de ellas. (cf. Op. cit., nn. 956a, 962b, 963-965a, 967).

 

Oración final. ¡Oh Salvador de nuestras almas, que nos has llamado al seguimiento de tus máximas y a la imitación de tu vida humilde y despreciada! Pon en nosotros las disposiciones necesarias para sufrir, de la manera que tú deseas, las persecuciones que tengas a bien enviarnos.

 

Afírmanos en ese estado bienaventurado que has prometido a las personas afligidas y perseguidas. Haz que nos mantengamos firmes en la persecución, sin huir ni doblegarnos ante los ataques del mundo. Te lo pedimos por el mérito de tus sufrimientos. Amén.

 

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.

DÍA SÉPTIMO  La virtud de la uniformidad

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

 

La uniformidad es un estado o una virtud, o las dos cosas a la vez. La uniformidad, considerada en un individuo, es una virtud que lo hace obrar en conformidad con su condición; y considerada en la comunidad, es un estado que, uniendo a todos los individuos, forma de los diversos miembros un solo cuerpo vivo con sus operaciones propias. Por consiguiente, los misioneros son unánimes si no tienen más que un solo espíritu que los anime; y son uniformes si no tienen más que un alma que tiene las mismas facultades en cada uno de ellos.

 

¿Qué entiende usted por facultades? Yo entiendo el entendimiento, la voluntad y la memoria, que son las facultades o potencias del alma, y que tienen que ser semejantes en cada uno de nosotros; de forma que, propiamente hablando, tener uniformidad es tener un mismo juicio y una misma voluntad en las cosas de nuestra vocación.

 

Pues bien: en esta relación o semejanza que tenemos mediante esta unión, hay que distinguir entre las actitudes naturales del cuerpo y las acciones morales; pues en las actitudes del cuerpo es difícil que haya unanimidad: nunca hay dos rostros iguales, ni tampoco son iguales el caminar, el hablar y los gestos de dos personas.

 

Pero, en cuanto a las acciones morales sí que tiene que haber unanimidad, ya que las virtudes que las producen radican en el alma y todos nosotros no somos más que una sola alma y, por consiguiente, hemos de tener un mismo juicio, una misma voluntad y unas mismas operaciones.

 

Es verdad que, a propósito de las ciencias es casi imposible que todos se parezcan; pero respecto al fin de nuestra vocación, que es tender a la perfección, trabajar por la instrucción de los pueblos y el progreso de los eclesiásticos, hemos de convenir en el mismo juicio, tenemos que juzgar de la misma manera y hacernos semejantes en la práctica.

 

Quizás los extremos nos ayuden a conocer mejor este estado del que estamos hablando. Un extremo de la unanimidad es la división y la separación; uno tira de un lado y otro de otro; cada uno hace como le parece. El otro extremo consiste en dejarse llevar por el abandono, por el humor y las acciones desordenadas del prójimo.

 

¿Cuáles son los motivos que tenemos para conservar y aumentar esta uniformidad? Encontramos muchos en la sagrada Escritura: «Para que con un mismo corazón y una misma boca honréis a Dios Padre» (Rm 15,6). En la carta a los Filipenses (2, 2): «Colmad mi gozo, no teniendo más que un mismo corazón y los mismos sentimientos para conservar la caridad». Tened el mismo sentir, nos dice; haced todo lo que podáis por tener los mismos afectos, por juzgar lo mismo de las cosas, por estar de acuerdo, por no disputar jamás; cuando uno exponga su parecer, que los otros lo suscriban y apoyen, juzgándolo mejor que el suyo propio.

Otro pasaje dice: unánimes colaborantes; trabajad todos unánimemente. No debemos estar unidos sólo en cuanto a los sentimientos interiores, sino, además, en las obras exteriores, ocupándonos todos en ellas según nuestras obligaciones; y como todos los cristianos tienen que colaborar en todo lo referente al cristianismo, también nosotros hemos de cooperar en todos los trabajos de la Misión conformándonos en el orden y en la manera.

 

Otra razón que tenemos para practicar la uniformidad es que el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso llevar una vida común para conformarse a los hombres, y así atraerlos mejor a su Padre, y se hizo todo para todos, mucho mejor que san Pablo, para ganarlos a todos.

 

Basta esta razón para convencernos, pero os indicaré además una que nos toca muy de cerca: que la uniformidad engendra la unión en la compañía, que es el cemento que nos une, la belleza que nos hace amables y [así] podamos arrastrar a los demás.

 

Por el contrario, si quitáis de entre nosotros esa uniformidad que produce la semejanza, quitáis de allí el amor. Donde hay espíritus que se singularizan, allí hay almas divididas. Los que se singularizan en el vestir, o en el comer, o en las demás necesidades comunes, resultan molestos a los que siguen la comunidad. ¤ (Cf. Op.cit., nn. 904-905, 906a, 907-909a, 912a, 913-914).

 

Oración final. Te pedimos, Dios nuestro, que nos hagas a todos, lo mismo que a los primeros cristianos, un solo corazón y una sola alma. Concédenos la gracia de que no tengamos dos corazones ni dos almas, sino un solo corazón y una sola alma, que informen y uniformen a toda la comunidad; quítanos nuestros corazones particulares y nuestras almas particulares que se apartan de la unidad; quítanos nuestro obrar particular, cuando no esté en conformidad con el obrar común.

 

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.

DÍA OCTAVO  Sobre la necesidad de soportar a los demás

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

 

Después de haber hablado varios de la compañía, el padre Vicente concluyó diciendo que había quedado muy edificado por lo que acababan de decir los que habían hablado sobre este tema. Se ha dicho muy bien que esta paciencia es en una congregación algo así como los nervios en el cuerpo humano.

 

En efecto, donde no se soportan los individuos de una casa o de una comunidad, ¿verdad que sólo se aprecia un gran desorden?. Nuestro Señor supo soportar a san Pedro, a pesar de haber cometido aquel pecado tan infame de renegar de su Maestro. Y a san Pablo, ¿no lo soportó también nuestro Señor? ¿Se encontrará en alguna parte a un hombre que sea perfecto y sin defecto alguno, y al que no tengan que soportar los demás? ¿Se encontrará en alguna parte algún superior que carezca de defectos, y al que nunca tengan necesidad de soportar sus súbditos? ¡Ojala hubiera alguno! Pero me atreveré a decir más: el hombre está hecho de tal manera que muchas veces no tiene más remedio que soportarse a sí mismo, ya que es cierto que esta virtud de saber soportar es necesaria a todos los hombres, incluso para ejercerla con uno mismo, a quien a veces cuesta tanto soportar.

 

¿En qué hemos de soportar a nuestros hermanos? En todas las cosas: soportar su mal humor, su manera de obrar, de actuar, etc., que no nos gusta, que nos desagrada. Hay personas de tan mal carácter que todo les disgusta y que no pueden soportar la más mínima cosa que vaya en contra de su humor o de su capricho.

 

El bienaventurado obispo de Ginebra decía que le había sido más fácil sujetarse a la voluntad de cien personas que sujetar a una sola de ellas a la propia voluntad. (Cf. Op. cit., nn. 552-554).

 

Oración final. Salvador nuestro: ¿te veremos practicar la mansedumbre tan incomparablemente con los criminales, sin hacernos mansos nosotros? ¿No nos sentiremos impresionados por los ejemplos y enseñanzas que encontramos en tu escuela?

 

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, haznos en esto semejantes a ti. Amén.

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.

 

DÍA NOVENO  Sobre la caridad con el prójimo

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

 

Esta caridad es de obligación; es un precepto divino que abarca otros. Todos saben que en el amor de Dios y del prójimo están comprendidos toda la ley y los profetas. Todo se condensa en ellos; todo se dirige ahí; y este amor tiene tanta fuerza y primacía que el que lo posee cumple las leyes de Dios, ya que todas se refieren a este amor, y este amor es el que nos hace hacer todo lo que Dios pide de nosotros. Pues bien, esto no se refiere únicamente al amor a Dios, sino a la caridad con el prójimo; esto es tan grande que el entendimiento humano no lo puede comprender; es menester que nos eleven las luces de lo alto para hacernos ver la altura y la profundidad, la anchura y la excelencia de este amor.

 

¿Cuál es su primer acto? ¿Qué produce en el corazón que está animado por ella? ¿Qué es lo que sale de él, y lo que no sale del corazón de un hombre que esta privado de ese amor y no tiene más que movimientos animales? Hacer a los demás lo que razonablemente querríamos que nos hicieran a nosotros; en esto consiste el quid (la clave) de la caridad.

 

¿Es verdad que yo le hago al prójimo lo que deseo de él? ¡Es un examen muy serio el que tenemos que hacer! Pero, ¿cuántos misioneros hay que tengan al menos esta disposición interior?

 

¡Dios mío! ¿Donde están? Se encontrarán muchos como yo que no se preocupan de dar a los demás lo que les gustaría recibir de ellos; y si no existe este afecto, no hay caridad; pues la caridad hace que le hagamos al prójimo el bien que con justicia se puede esperar de un amigo fiel.

 

El que tiene este afecto y este cariño al prójimo, ¿podrá hablar mal de él? ¿podrá hacer algo que le disguste? Si tiene estos sentimientos en el corazón, ¿podrá ver a su hermano y a su amigo sin demostrarle su amor?

 

De la abundancia del corazón habla la boca; de ordinario, las acciones exteriores son un testimonio de lo interior; los que tienen verdadera caridad por dentro, la demuestran por fuera. Es propio del fuego iluminar y calentar, y es propio del amor respetar y complacer a la persona amada.

 

¡Hemos sentido alguna vez cierta falta de estima y de afecto a algunas personas? ¿No nos hemos entretenido más o menos en pensar a veces contra ellas? Si es así, es que no tenemos esa caridad que expulsa los primeros sentimientos de menosprecio y la semilla de la antipatía; pues, si tuviéramos esa divina virtud, que es una participación del Sol de justicia, disiparía esos vahos de nuestra corrupción y nos haría ver lo que hay de bueno y de hermoso en nuestro prójimo, para honrarlo y quererlo.

 

El segundo acto de la caridad consiste en no contradecir a nadie. Estamos juntos; se habla de algo bueno; uno dice lo que le parece y otro le replica indiscretamente: «No es así; usted no me lo sabría demostrar». Hacer esto es herir al que contradecimos; si él no es humilde, querrá sostener su opinión, y ya está la discusión que acabará matando la caridad.

 

No ganaré nunca a mi hermano contradiciéndole, sino aceptando buenamente en nuestro Señor lo que él propone; quizás tenga razón, y yo no; él quiere contribuir a mantener una conversación amable, y yo me empeño en convertirla en disputa; lo que dice, lo dice en un sentido que, si yo lo supiese, lo aprobaría.

 

¡Fuera, pues la contradicción que divide los corazones! Evitémosla como una fiebre que quita la razón, como una peste que lleva consigo la desolación, como un demonio que destruye las más santas congregaciones; elevémonos a Dios con frecuencia, y sobre todo cuando tengamos ocasión de entrar en los sentimientos del otro, para que nos conceda la gracia de obrar así, en vez de contradecirles y entristecerlos; ellos dicen buenamente lo que piensan, aceptemos también nosotros buenamente lo que dicen. (Cf. Op. cit., nn. 928, 933b, 935b, 938).

 

Oración final. ¡Oh Salvador, que viniste a traernos esta ley de amar al prójimo como a sí mismo, que tan perfectamente la practicaste entre los hombres, no sólo a su manera, sino de una manera incomparable! Sé tú, Señor, nuestro agradecimiento por habernos llamado a este estado de vida de estar continuamente amando al prójimo. Amén.

 

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.

 

 

 

NOVENA A SAN VICENTE FERRER
1350 – 1419



 

I. ORACIONES INICIAL Y FINAL. DÍAS 1 | 2 | 3

Por la señal...


Acto de contrición.

Oración preparatoria para todos los días.

¡Oh glorioso taumaturgo San Vicente, elegido por Dios para avivar la fe en las almas, levantar hasta el cielo los vuelos de la esperanza e inflamar en los corazones el divino fuego de la caridad! Ya que con tanta fidelidad desde la misma infancia cooperasteis a la gracia del Altísimo, por cuyo amor tantas almas convertisteis y edificasteis, siendo honor insigne del Clero y del estado religioso, os suplicamos nos alcancéis de la Divina Majestad una gran pureza de intención, continua victoria contra las tentaciones, gran afición a las cosas santas y un constante pensamiento de que Dios está presente a todas mis acciones, para que, imitándoos en vida, logre bendecir a Dios en vuestra compañía en la gloria. Amén.

 

Oración final para cada día

Amorosísimo Padre mío San Vicente, vos sabéis la necesidad que padece mi alma y el consuelo que necesito. Aplicad vuestra intercesión delante de Dios para que por vuestros méritos alcance la gracia que pretendo, si ha de ser para mayor gloria de Dios y para más servirle y amarle. Amén.

 

DÍA PRIMERO Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

¡Oh Padre San Vicente, nardo fragantísimo de humildad! Conseguidme del Señor luz para que, conociendo mis defectos, miserias y pecados, me tenga en lo que soy, sienta bajamente de mí mismo y huya de la ambición de honores y alabanzas, nunca desprecie a mis prójimos, siempre respete a mis mayores, y, sirviendo a Dios con espíritu contrito y humillado, de siempre a su Santo Nombre la gloria que a El es debida. Así sea.

Tres Padrenuestros, Avemarías y Glorias en honor de la Santísima Trinidad por las gracias con que enriqueció a San Vicente. Pedir a continuación la gracia que se desea alcanzar por intercesión del Santo y terminar con la oración final para todos los días.

 

DÍA SEGUNDO Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

¡Oh San Vicente, varón de corazón grande y generoso, que despreciasteis los bienes perecederos de la tierra! Alcanzadme del Señor un corazón compasivo y generoso para practicar la misericordia con mis prójimos; que sepa despojarme de la afición a lo terreno, y socorriendo abundantemente a los pobres obtenga el perdón de mis pecados y los tesoros eternos de la gloria. Así sea.

Tres Padrenuestros, Avemarías y Glorias en honor de la Santísima Trinidad por las gracias con que enriqueció a San Vicente. Pedir a continuación la gracia que se desea alcanzar por intercesión del Santo y terminar con la oración final para todos los días.

DÍA TERCERO Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

¡Oh San Vicente, azucena purísima y espejo de castidad! Alcanzadme de Jesús, Cordero sin mancilla, y de María, Reina de las vírgenes, perfecta castidad, de suerte que teniendo la carne sujeta al espíritu logre ser digno templo del Espíritu Santo, para vivir eternamente con los espíritus bienaventurados, gozando de la posesión de la bienaventuranza. Así sea.

Tres Padrenuestros, Avemarías y Glorias en honor de la Santísima Trinidad por las gracias con que enriqueció a San Vicente. Pedir a continuación la gracia que se desea alcanzar por intercesión del Santo y terminar con la oración final para todos los días.

 

 

NOVENA

 

DÍA PRIMERO Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

¡Oh Padre San Vicente, nardo fragantísimo de humildad! Conseguidme del Señor luz para que, conociendo mis defectos, miserias y pecados, me tenga en lo que soy, sienta bajamente de mí mismo y huya de la ambición de honores y alabanzas, nunca desprecie a mis prójimos, siempre respete a mis mayores, y, sirviendo a Dios con espíritu contrito y humillado, de siempre a su Santo Nombre la gloria que a El es debida. Así sea.

Tres Padrenuestros, Avemarías y Glorias en honor de la Santísima Trinidad por las gracias con que enriqueció a San Vicente. Pedir a continuación la gracia que se desea alcanzar por intercesión del Santo y terminar con la oración final para todos los días.

 

DÍA SEGUNDO Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

¡Oh San Vicente, varón de corazón grande y generoso, que despreciasteis los bienes perecederos de la tierra! Alcanzadme del Señor un corazón compasivo y generoso para practicar la misericordia con mis prójimos; que sepa despojarme de la afición a lo terreno, y socorriendo abundantemente a los pobres obtenga el perdón de mis pecados y los tesoros eternos de la gloria. Así sea.

Tres Padrenuestros, Avemarías y Glorias en honor de la Santísima Trinidad por las gracias con que enriqueció a San Vicente. Pedir a continuación la gracia que se desea alcanzar por intercesión del Santo y terminar con la oración final para todos los días.

 

DÍA TERCERO  Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

¡Oh San Vicente, azucena purísima y espejo de castidad! Alcanzadme de Jesús, Cordero sin mancilla, y de María, Reina de las vírgenes, perfecta castidad, de suerte que teniendo la carne sujeta al espíritu logre ser digno templo del Espíritu Santo, para vivir eternamente con los espíritus bienaventurados, gozando de la posesión de la bienaventuranza. Así sea.

Tres Padrenuestros, Avemarías y Glorias en honor de la Santísima Trinidad por las gracias con que enriqueció a San Vicente. Pedir a continuación la gracia que se desea alcanzar por intercesión del Santo y terminar con la oración final para todos los días.

DÍA CUARTO  Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

¡Oh Padre San Vicente, singular abogado mío! Ya que vos en esta vida practicasteis la mortificación con ayunos, vigilias, cilicios y otras penalidades, conseguidme que sepa yo huir de lo que es puro regalo y sea imitador vuestro en evitar lo que pueda dañar a mi alma, para ser vuestro compañero en las mansiones de la Gloria. Amén.

Tres Padrenuestros, Avemarías y Glorias en honor de la Santísima Trinidad por las gracias con que enriqueció a San Vicente. Pedir a continuación la gracia que se desea alcanzar por intercesión del Santo y terminar con la oración final para todos los días.

DÍA QUINTO  Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

¡Oh Padre mío San Vicente, ejemplar de paciencia! Vos sufristeis sin alteraros injurias, calumnias y desprecios de aquellos a quienes habíais hecho beneficios. Alcanzadme aquella apacible mansedumbre que me permita decir al Señor que me perdone mis culpas, como yo de corazón perdono a mis ofensores. Así sea.

 

Tres Padrenuestros, Avemarías y Glorias en honor de la Santísima Trinidad por las gracias con que enriqueció a San Vicente. Pedir a continuación la gracia que se desea alcanzar por intercesión del Santo y terminar con la oración final para todos los días.

DÍA SEXTO  Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

¡Oh Padre San Vicente, que siempre obedecisteis, cumpliendo la voluntad santísima de Dios, ejecutando fielmente los empleos de vuestro ministerio apostólico! Alcanzadme que yo sea obediente a mis superiores para que cante la victoria final, prometida a los que obedecen, y consiga la palma del cielo. Así sea.

Tres Padrenuestros, Avemarías y Glorias en honor de la Santísima Trinidad por las gracias con que enriqueció a San Vicente. Pedir a continuación la gracia que se desea alcanzar por intercesión del Santo y terminar con la oración final para todos los días.

DÍA SÉPTIMO  Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

¡Oh Padre San Vicente, dechado de caridad fraterna! Alcanzadme que sepa amar a mis prójimos como a mí mismo; que desterrando de mí la envidia y toda pasión que al desinteresado y generoso amor a mis semejantes se opone, me dedique a hacerles bien y así logre atraerlos al servicio de Dios para reinar con vos en la Gloria. Amén.

Tres Padrenuestros, Avemarías y Glorias en honor de la Santísima Trinidad por las gracias con que enriqueció a San Vicente. Pedir a continuación la gracia que se desea alcanzar por intercesión del Santo y terminar con la oración final para todos los días.

DÍA OCTAVO  Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

¡Oh glorioso Padre San Vicente, que predicando el rigor de la divina justicia en el día del Juicio Final llenasteis los corazones del santo temor de Dios, y despertándolos del sueño del pecado y de la tibieza en el servicio divino los condujisteis a una vida de fervor religioso! Guardadme de toda culpa, ayudadme a levantarme de la apatía y tibieza para que emprenda el camino de la virtud, el cual conduce a la bienaventuranza de la Gloria. Amén.

Tres Padrenuestros, Avemarías y Glorias en honor de la Santísima Trinidad por las gracias con que enriqueció a San Vicente. Pedir a continuación la gracia que se desea alcanzar por intercesión del Santo y terminar con la oración final para todos los días.

DÍA NOVENO  Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

¡Oh benditísimo San Vicente Ferrer, que recorristeis muchos pueblos y naciones para salvar las almas! Pedid por los pueblos donde la doctrina del Evangelio ha sido ya predicada, para que en ellos vivan las gentes según las máximas de Jesucristo y se salven; y en cuanto a aquellos donde la palabra de Dios no ha sido anunciada, pedid que a ellos sean enviados misioneros evangélicos; pedid asimismo nuevos operarios para el servicio de la Santa Iglesia, y que secundando sus instrucciones florezca la religión en las familias y en las sociedades. Amén.

Tres Padrenuestros, Avemarías y Glorias en honor de la Santísima Trinidad por las gracias con que enriqueció a San Vicente. Pedir a continuación la gracia que se desea alcanzar por intercesión del Santo y terminar con la oración final para todos los días.

 

 

Compendio de la prodigiosa vida del glorioso San Vicente Ferrer

El dia 23 de enero del año 1340 nació San Vicente Ferrer en Valencia, ciudad que da nombre á su reino. Su nacimiento verdaderamente fue un rasgo de la gran bondad, misericordia y providencia de Dios para con su Iglesia. Se hallaba ésta entonces sumamente agitada de la corrupción de costumbres é ignorancia en los deberes para con Dios y su santa ley, que reinaban en la mayor parte de las naciones de Europa, y resfriada la caridad y la piedad de muchos de sus hijos. Dios ofendido castigó á casi toda la Europa con la peste horrorosa que la envió el año 1338, y que duró cerca de dos años; al fin de los cuales al glorioso San Vicente Ferrer, como un signo de su misericordia, para que como su Apóstol con las señales de un verdadero apostolado reparase la piedad, purificase el santuario, y atrajese á Dios y á su felicidad á los que ni aun aquel castigo horroroso del Señor (la peste dicha) había abierto los ojos de sus almas, cerrados con el sueño de los vicios.

Fue prevenido San Vicente con las dulzuras de la gracia, y educado por sus piadosos padres en el santo temor de Dios y virtudes cristianas, cual convenía á las sublimes ideas que el Señor tenia sobre él. Fue un ángel desde niño, y de un ángel fueron sus acciones y sus estudios. De diez y siete años era ya filósofo y teólogo, y tenia sublimes conocimientos de la ciencia de los Santos, que no es otra que la de las virtudes fundadas en la humildad y perfeccionadas con la caridad.

Para llenar por su parte los designios de Dios, que ya conocía, y de que le había dado exactas ideas y signos nada equívocos, tomó el hábito de Santo Domingo en el convento de Predicadores de Valencia, su patria. Aquí, al paso que se perfeccionó en todas las virtudes, y heroicamente cumplió y llenó sus solemnes votos y leyes de su Orden, hizo otro tanto con las ciencias y con la oratoria sagrada propia de su instituto, que sus Prelados, aun siendo muy joven, le mandaron enseñar públicamente, graduándole de Doctor y Maestro.

Dios, como va dicho, le destinaba para su Apóstol en la mayor parte de Europa, y le separó, como en otro tiempo á Pablo y Bernabé, de la enseñanza en las Universidades para la grande obra á que le destinó; á saber, la de llevar su santo nombre á las gentes, á los reinos y á los hijos de Israel, como hizo con aquéllos.

Comenzó pues su Apostolado y predicación con tal zelo, con tanta erudición, con tales signos prodigiosos, que muy en breve se vieron unís efectos tan admirables, que dieron bien á entender que su misión era de Dios. Judíos, herejes, mahometanos, malos cristianos á millares se convertían al Señor. España, Francia, Inglaterra, parte de Alemania, la Italia, fueron reinos que experimentaron las mayores y mejores reformas con la predicación y vida santa de este nuevo Apóstol.

Como á tal, Dios le dio la autoridad y poder de hacer milagros, ilustrándole con los dones de su santo espíritu, señales, dice San Pablo, de un verdadero Apóstol. Con estos, si su doctrina fue alguna vez despreciada de los enemigos de la fe, quedaban todos enmudecidos, confundidos, y convertidos. Predicaba siempre en su nativo idioma, y todas las gentes le entendían en los suyos propios. La naturaleza y sus leyes parece están á su disposición: él mandaba en los elementos, y tenia, digámoslo así, dominio sobre la vida y la muerte.

Resucitó muchos muertos, sanó paralíticos, curó toda clase de enfermos, dio vista á los ciegos, oído á los sordos, hizo andar á los cojos y tullidos, lanzó el maligno espíritu de los obsesos, dio partos felices, y aun sacó en ellos de los umbrales de la muerte á muchas mujeres que peligraban. Por último, fueron tantos los milagros que en vida y muerte obró, que averiguados sobre ochocientos por los jueces de su canonización, dejaron ya de comprobar otros muchos por no hacer interminable el proceso. Para conocer si serian muchos los que obró, basta saber que todos los días después del sermón mandaba al compañero que llevaba tocar una campanilla á hacerlos. Tocau á fer milacres, decía en su idioma nativo.

Sobre estos divinos dones el Espíritu Santo le enriqueció con el de profecía, de consejo, de discreción de espíritus, de sabiduría, últimamente de cuantos estuvieron adornados los que el Señor destinó para sus Apóstoles.

Mas no por solo este destino sublime y angelical que el Señor dio á su siervo san Vicente le hizo tan poderoso en obras y palabras, sino por el modo con que correspondió á su divina gracia y á sus dones, siendo heroico en todas las virtudes morales y cristianas. Fue humilde hasta el extremo de no firmarse sino con el nombre de pecador, persuadiéndose era el mayor de todos los pecadores. Así es que fue cruelísimo consigo mismo, usando siempre del cilicio, de la disciplina, abstinencias, ayunos y toda obra de mortificación y de penitencia, con que procuraba aplacar al Señor por sus culpas enormes en sola su imaginación. Fue purísimo en alma y cuerpo; paciente, lleno de mansedumbre, de piedad, de zelo, de caridad, sosteniendo estas virtudes con una oración continua; en una palabra, era en un todo conforme á Jesucristo.

Desde su misma niñez así lo fue, y en él no hubo más alteración que los mayores grados de perfección con que cada día adelantaba en esta conformidad y en sus heroicas virtudes. En medio pues de tanta heroicidad, amado de Dios y de los hombres, entre los dulcísimos nombres de Jesús y de María rindió su espíritu en manos del Señor á 5 de abril de 1419 en Vannes, ciudad de la Bretaña menor en el reino de Francia, y le colocó el Omnipotente en su paraíso celestial, premiando así sus virtudes, su zelo apostólico, su heroica santidad, y haciendo que su memoria permanezca por medio de signos prodigiosos y de milagros estupendos en el corazón de sus devotos entre bendiciones, alabanzas y eterna gratitud.

Luego que el Santo fue beatificado y canonizado, creciendo cada día mas y mas la fama de los milagros y beneficios que por su poderosa intercesión Dios hacia á sus devotos, comenzaron éstos á reclamarla por medio de cultos piadosos y religiosos, y de novenarios que hacían en su honor. Nuestra España especialmente ha adoptado éstos, y por su medio ha interesado frecuentemente al Santo.

Con los calamitosos tiempos que han transcurrido no ha dejado de resfriarse la piedad y devoción en algunos, que con frecuencia omiten estas y otras prácticas piadosas: y en otros una piedad mal entendida ha hecho emplear las novenas de los Santos en meras estériles alabanzas, sin tratar de edificarse con sus virtudes. Para ocurrir al primer escollo y avivar la piedad de aquellos, ha parecido conveniente ofrecerles esta Novena de San Vicente Ferrer, bastante abreviada, extractada de otra que por dilatada, aunque muy devota, algunos se cansaban de ella: y para evitar el segundo, se ha puesto esta misma por orden de virtudes, para que la consideración de una de ellas cada día nos excite á imitarla en el ejemplar que nos ofrece el mismo Santo: y así al paso que le alabemos y procuremos su favor en la secuela de sus virtudes, nos proporcionemos iguales objetos de alabanza en la Gloria de los bienaventurados.

MODO DE HACER LA NOVENA

DÍA PRIMERO

TEMOR DE DIOS

Puesto de rodillas delante del Altar ó Imagen de San Vicente, y hecha la señal de la cruz, dirá el Acto Contrición siguiente:

Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Criador y Redentor mío, en cuyos misterios y fe creo, en cuya misericordia y méritos infinitos de vuestra pasión y muerte espero ser eternamente feliz, y á quien amo sobre todas las cosas y aun sobre mi propia vida, me pesa, Dios mío, haberos ofendido, por ser vos quien sois y por vuestra infinita bondad; y propongo perder mil vidas que tuviese, antes que volveros á ofender, y satisfaceros, ayudado de vuestra divina gracia, por mis ofensas. Os doy palabra firme de confesarme y de apartarme de todas las ocasiones de ofenderos: espero en vuestra misericordia infinita me perdonareis todos mis pecados, y me daréis gracia para perseverar en estos mis propósitos firmes, y emplearme en vuestro santo servicio hasta la muerte. Amen.

Oración para todos los días

Glorioso Padre San Vicente, dignísimo hijo de Santo Domingo, que destinado por Dios para Predicador de las gentes, mereciste que tu alma fuese adornada con todas las virtudes y dones del Espíritu Santo, para que con tu doctrina y ejemplo convirtieses los pecadores á verdadera penitencia, y atrajeses á los infieles á la fe de Jesucristo: humildemente te pido interpongas tus poderosos méritos ante nuestro Dios y Señor, para que apartando de mí cuanto le sea desagradable, me conceda la gracia de imitar tus virtudes, y con ellas emplearme en su santo servicio hasta el último momento de mi vida. Amen.

Oración para el primer día

Dulcísimo Jesús, que deseando que todos los hombres, ayudados por vuestra divina gracia, obrasen en temor y temblor su eterna felicidad, les manifestasteis siempre con vuestras palabras y ejemplos el fundamento de la verdadera sabiduría en este mismo temor, y que en vuestro siervo San Vicente Ferrer les ofrecisteis un modelo práctico de este precioso don del Espíritu Santo, mandándole anunciase á todas las gentes la proximidad de vuestro juicio, para que los pecadores se retrajesen de vuestras ofensas, y emprendiesen una saludable penitencia: concededme, Dios mío, por la intercesión del mismo Santo, que penetrada mi alama de este santo temor, y teniendo á la vista vuestros altos juicios, huya de todas las ocasiones de pecar, y me haga digno de vuestras misericordias. Amen.

Aquí meditará cada uno el día del juicio, y procurará imprimir en su alma el santo temor de Dios.


Concluida la meditación dirá los versos siguientes:

Misericordia, Señor, y atended piadoso á mi corazón.
Misericordia, Dios mío, que mi alma se halla enferma, y las virtudes están en ella muy desmayados y perdidos.
Misericordia, Señor, y atended a lo humillado y abatido que me veo de mis enemigos.
Misericordia, Señor, que me veo angustiado, y habiendo provocado contra mí vuestra justicia, me hallo confuso, y se estremece mi cuerpo.
Misericordia, Dios mío, y sea según vuestra gran clemencia.
Misericordia, Señor, que me atropella el enemigo; todo el día me acomete y molesta.
Misericordia, Señor, pues en vos confía mi alma, y se alegra mi corazón en vos. Gloria Patri, E.c.

Oración á S. Vicente Ferrer

Para el primer día.

Amado Padre San Vicente, que poseído del santo temor de Dios, diste abundantísimos frutos de verdadera sabiduría, y predicándole á los pecadores é infieles, los ilustraste en los verdaderos caminos de su eterna felicidad: alcánzame, que temiendo yo á Dios siga el camino de las virtudes, de que tantos y tan repetidos ejemplos nos diste, que guía al objeto de mi felicidad, que consiste en la posesión del mismo Dios. Amen.

Para alcanzar esta gracia se dirá tres veces el Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri, &c., y se concluirá todos los días con la siguiente oración.

Glorioso Apóstol de Valencia San Vicente, te consta, Santo mío, la necesidad de mi alma, y el consuelo que necesita; por tanto te suplico humildemente interpongas delante de Dios tus poderosos méritos, para que consiga de su divina piedad las virtudes y la gracia que pido en esta Novena; y que en el artículo de mi muerte me dé conocimiento entero, me conserve el habla para la confesión de mis culpas, me conceda una perfecta contrición de ellas, una fe viva, una esperanza firme, y una caridad ardiente, para que con toda seguridad y puro corazón pueda decir: En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu, que eres bendito y glorioso en los siglos de los siglos. Amen.

Día segundo

Humildad.

Hecha la señal de la cruz, dicho el Acto de Contrición, y la oración Glorioso Padre, &c., como en el primer día, pág. 16, luego se dirá la siguiente oración.

Dulcísimo Jesús, que deseoso de plantar en el corazón de los hombres la verdadera humildad, no dudasteis tomar forma de siervo, humillándoos hasta la muerte de Cruz; y que en vuestro siervo San Vicente renovasteis frecuentemente ejemplos de humildad, con los que yo abatiese mi amor propio: ilustrad, Dios mío, mi alma, para que conociendo mi miseria huya del orgullo y vanidad, enemigos capitales de ella, y únicamente apetezca el desprecio y abatimiento, para que así algún día sea por vos, según vuestra promesa, ensalzado y glorificado entre los verdaderos humildes en la gloria. Amen.

Aquí considerará cada uno su propia nada, y pedirá á Dios la verdadera humildad. Luego dirá los versos Misericordia Señor, &c., pág. 18, y después la siguiente oración.

Amado Padre San Vicente, espejo clarísimo de humildad, que alabado y aclamado de Pontífices, de Reyes, de Príncipes, y de los pueblos, quienes á porfia te llenaban de honores, supiste conservarte humilde, desechando todo orgullo y vanidad: alcánzame, Santo mío, esta virtud, con la cual á su ejemplo desprecie el vicio de la soberbia, y viendo mi nada y mi miseria, conozca que solo Dios es el grande, á quien únicamente es debido el honor y la gloria; y de él espere la que tiene preparada á los humildes y mansos de corazón. Amen.

Se dirá tres veces Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri, &c., y se concluirá con la oración Glorioso Apóstol de Valencia, &c., pág.20.

Día tercero

Caridad.

Hecha la señal de la cruz y dicho el Acto de Contrición y la oración Glorioso Padre, &c. pág. 16, luego dirá la siguiente oración.

Dulcísimo Jesús, que llevado del amor al hombre bajasteis del cielo á la tierra, os vestisteis de nuestra humana naturaleza, y padecisteis muerte atroz en una cruz, para de este modo llamar su atención á fuerza de beneficios á vuestro amor y servicio, dándole además un ejemplar de heroica caridad en vuestro siervo San Vicente, con cuya virtud supo él tanto agradaros y serviros: os suplico inflaméis mi voluntad con el fuego de esta caridad, para que á vos solo ame, á vos solo sirva, y desprecie por vos aun mi propia vida, ganándola así para mi propia felicidad. Amen.

Aquí se considerará el amor que nos tiene nuestro Dios, y la obligación que tenemos de corresponder á este amor.

Luego dirá los versos Misericordia Señor, &c., pág. 18, y después la siguiente oración.

Amado Padre San Vicente, que cual serafín abrasado en amor de Dios, día y noche meditabas su santa ley con el objeto de agradarle en todo; indagabas su divina voluntad para cumplirla, y en continuas alabanzas al Señor explicabas tu caridad: abrasa, Santo mío, mi alma con el fuego de esta heroica virtud, para que á imitación tuya yo sirva á mi Dios, y le ame con todo mi corazón, á fin de que despreciando todas las cosas por su amor, merezca alcanzar su gracia y su gloria. Amen.

Se dirá tres veces el Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri, &c., y se concluirá con la oración Glorioso Apóstol, &c., pág. 20.

Día cuarto

Castidad.

Hecha la señal de la cruz y dicho el Acto de Contrición y la oración Glorioso Padre, &c., pág. 16, se dirá la siguiente oración.

Dulcísimo Jesús, que agradándoos en tanto grado la virtud de la pureza, nacisteis de una Madre Virgen y distinguisteis con particular amor á vuestro virgen discípulo San Juan; y sobre estos ejemplares nos habéis dado en vuestro siervo San Vicente un Ángel en esta santa virtud, para que á su ejemplo nosotros seamos puros y castos en obras, palabras y pensamientos: concededme, Jesús mío, por su intercesión poderosa, que aparte yo de mi corazón todo impuro deseo, y sea casto en obras y palabras, para que así sea digno de entonar aquel dulce cántico que cantan los puros y castos en el cielo. Amen.

Aquí se meditará sobre la hermosura de la Pureza, pidiendo al Señor que nos la dé en alma y cuerpo.

Luego se dirán los versos Misericordia Señor, &c., pág. 18, y después la siguiente oración.

Amado Padre San Vicente, espejo cristalinísimo de pureza y castidad, que conservaste con los auxilios de la gracia todo el discurso de tu vida, apartándote de aquellas ocasiones peligrosas que los enemigos de nuestras almas escogen para empañarlas y perderlas, viviendo siempre mortificado en tus sentidos, y conteniendo tus pasiones con el ayuno y la penitencia: alcánzame, Santo mío, que mortificando yo mis pasiones y apetitos, y manteniéndome siempre puro y casto en obras, palabras y pensamientos, sea templo vivo del Espíritu Santo. Amen.

Se dirá tres veces el Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri, &c., y se concluirá con la oración Glorioso Apóstol de Valencia, &c., pág. 20.

Día quinto

Mortificación.

Hecha la señal de la cruz y dicho el Acto de Contrición y la Oración Glorioso Padre, &c., pág. 16, se dirá la siguiente oración.

Dulcísimo Jesús, que venido al mundo á redimir al hombre, y á enseñarle los caminos de su salvación con vuestros ejemplos y doctrina, le guiasteis por el de la mortificación, ayunando, velando, padeciendo hambre, desnudez y cansancio; y le disteis para ejemplar de esta virtud á vuestro siervo San Vicente, para que como él mortificásemos nuestra carne con nuestros apetitos: infundid, Salvador mío, en mi alma vivísimos deseos de imitaros, para que mortificados mis apetitos y pasiones, y macerada mi carne con la penitencia, satisfaga en algún modo á vuestra justicia por mis culpas, y merezca ser escrito en el libro de la vida. Amen.

Aquí se meditará cuánta necesidad tenemos de mortificar nuestra carne, para que no se rebele contra el espíritu.

Luego se dirán los versos Misericordia Señor, &c., pág. 18, y después la siguiente oración.

Amado Padre San Vicente, que para tener siempre sujetos tus apetitos y pasiones, los tuviste toda tu vida clavados en la cruz de Jesucristo, mortificándolos con ayunos, abstinencias, cilicios, disciplinas y demás géneros de penitencias con que pudiste vencer los enemigos de nuestra salud: alcánzame, Santo mío, aquel espíritu de mortificación que vino á enseñarnos Jesucristo, para que crucificado yo con él en la tierra, merezca resucitar con él en su gloria. Amen.

Se dirá tres veces el Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri, &c., y se concluirá con la oración Glorioso Apóstol de Valencia, &c., pág. 20.

Día sexto

Paciencia.

Hecha la señal de la cruz y dicho el Acto de Contrición y la Oración Glorioso Padre, &c., pág. 16, se dirá la siguiente oración.

Dulcísimo Jesús, que anunciado como varón de dolores y enfermedades tolerasteis con las mas heroica paciencia los que cargaron sobre vos por los pecados de los hombres; y lejos de abrir la boca para quejaros de los golpes, injurias, oprobios y contusiones, con que indignamente fuisteis tratado, orasteis por los mismos enemigos, que así os mortificaron y crucificaron; y á mayor abundamiento quisisteis poneros por admirable ejemplar de paciencia á vuestro siervo San Vicente en los trabajos que padeció, para que nos avergonzásemos de nuestro poco sufrimiento: dadme, Dios mío, esta paciencia, para que á imitación vuestra yo sufra, resignado en vuestra divina voluntad, los agravios é injurias de mis prójimos, y los trabajos que de cualquier modo me vengan, y así se cumpla en mí el dicho de vuestro Apóstol: Si con Cristo padecemos, con Cristo seremos glorificados. Amen.

Aquí se meditará la resignación que tuvo Jesucristo en medio de sus tormentos y su muerte, y el poco sufrimiento que tenemos en nuestros trabajos.

Luego se dirán los versos Misericordia Señor, &c., pág. 18, y después la siguiente oración.

Amado Padre San Vicente, que perfecto imitador de Jesucristo crucificado sufriste con la mayor paciencia y mansedumbre, así los grandes trabajos y enfermedades con que Dios provocaba tu virtud, como los malos pensamientos, falsos testimonios, calumnias y burlas pesadas de hombres perdidos, de mujeres escandalosas, y aun de algunos de tus discípulos, perdonándolos á imitación del mismo Jesucristo, y dispensándoles favores y beneficios: alcánzame, Padre mío, que imite yo esta misma mansedumbre y paciencia, para que con verdad diga á mi Dios: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos á nuestros deudores. Amen.

Se dirá tres veces el Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri, &c., y se concluirá con la oración Glorioso Apóstol de Valencia, &c., pág. 20.

 

 

Día séptimo

Oración.

Hecha la señal de la cruz y dicho el Acto de Contrición y la Oración Glorioso Padre, &c., pág. 16, se dirá la siguiente oración.

Dulcísimo Jesús, que después de haber persuadido á los hombres la necesidad de orar, y enseñándoles el modo de hacerlo, les disteis continuos ejemplos de oración, y quisisteis que dedicado siempre á esta virtud vuestro siervo San Vicente se verificase en él lo que decía San Pablo; que nuestra conversación es en los cielos, para que nosotros, siguiendo sus pasos, nos acostumbrásemos á este santo ejercicio: moved, Jesús mío, mi alma para que se dedique en un todo á la oración, y merezca conseguir por ella vencer los enemigos de mi eterna salud, y tolerar las tribulaciones por donde debo pasar para ser feliz. Amen.

Aquí se meditará cuánta necesidad tenemos de los auxilios de Dios, los cuales se consiguen por medio de la oración.

Luego se dirán los versos Misericordia Señor, &c., pág. 18, y después la siguiente oración.

Amado Padre San Vicente, que penetrado de la bondad y misericordia del Señor para con los hombres, y que solo de sus benéficas manos les han de venir los auxilios y la gracia para amarle, servirle y vencer los enemigos de su salvación, te elevabas en la mas alta contemplación para darle gracias por tan incomparables beneficios: alcánzame, Santo mío, que penetrado yo de estos mismos sentimientos, tenga una oración fervorosa, por la que consiga todo cuanto necesito para la salud de mi alma. Amen.

Se dirá tres veces el Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri, &c., y se concluirá con la oración Glorioso Apóstol de Valencia, &c., pág. 20.

Día octavo

Amor al prójimo.

Hecha la señal de la cruz y dicho el Acto de Contrición y la Oración Glorioso Padre, &c., pág. 16, se dirá la siguiente oración.

Dulcísimo Jesús, que llevado del amor á los hombres quisisteis nacer verdadero hombre sin dejar de ser Dios, vivir y conversar con ellos, enseñarles los caminos de la verdadera felicidad, y morir últimamente por ellos; cuyo ejemplar unido con el de vuestro siervo San Vicente, que se desvivía por el bien de sus prójimos, nos dice el mutuo amor que debe reinar entre los hombres: comunicadme, Dios mío, eficaces deseos de amar á mis prójimos, aun á mis enemigos mismos, y de hacerles todo el bien posible en lo temporal y espiritual, para que así merezca oír algún día de vuestra boca lo que oirán vuestros escogidos: Venid, benditos de mi Padre, al reino que os tenido preparado. Amen.

Aquí se meditará la obligación que tenemos de amar á nuestros prójimos, pues todos somos hijos de un mismo Padre, que es Dios.

 

Luego se dirán los versos Misericordia Señor, &c., pág. 18, y después la siguiente oración.

Amado Padre San Vicente, que abrasado en el amor de tus prójimos les procurabas todos los bienes posibles con tu predicación, oraciones y penitencias por su salud eterna, y con tus estupendos milagros por su bien temporal: te suplico, Santo mío, me alcances del Señor iguales deseos de emplearme en la salud de mis hermanos, aunque fuesen mis mayores enemigos, amándolos de todo corazón, y procurando su verdadera felicidad para que yo reciba el premio condigno en el reino de los cielos. Amen.

Se dirá tres veces el Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri, &c., y se concluirá con la oración Glorioso Apóstol, &c., pág. 20.

Día NOVENO

Penitencia.

Hecha la señal de la cruz y dicho el Acto de Contrición y la Oración Glorioso Padre, &c., pág. 16, se dirá la siguiente oración.

Dulcísimo Jesús, que lleno de bondad no queréis la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, proporcionándole el remedio de su conversión en la penitencia y aborrecimiento de sus culpas, y dándole un vivo ejemplar en vuestro siervo San Vicente, que á pesar de su inocencia castigaba continuamente su cuerpo, y le reducía á servidumbre para que yo aprendiese á castigar el mío, que tantas veces ha pecado: concededme, Señor mío, fortaleza para satisfaceros con obras de penitencias las muchas ofensas que os tengo hechas, y así justificado como el Publicano merezca vuestro perdón, vuestra gracia y vuestra gloria. Amen.

Aquí se meditará cuánto necesitamos ejercitar la penitencia para satisfacer por nuestros pecados.

Luego se dirán los versos Misericordia Señor, &c., pág. 18, y después la siguiente oración.

Amado Padre San Vicente, clarísimo espejo de inocencia, que no teniendo culpa de grave de que llorar, derramabas lágrimas copiosas de dolor, y castigabas tu inocente cuerpo con el ayuno, el cilicio y las disciplinas, las mas veces de sangre, por los defectos leves y precaverlos: alcánzame, Santo mío, un verdadero conocimiento de mis pecados, un dolor intensísimo de haber ofendido á Dios, y un ánimo resuelto de satisfacer al Señor con obras de penitencia, con que pague en esta vida las penas que merezco por ellos, y así purificado y santificado, pueda entrar en el reino de la gloria. Amen.

Se dirá tres veces el Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri, &c., y se concluirá con la oración Glorioso Apóstol de Valencia, &c., pág. 20.


Gozos al glorioso S. Vicente Ferrer

Pues gozas supremo honor
Por tu virtud eminente,
Sed, Apóstol San Vicente,
Nuestro amado protector.


El cielo antes de nacer
Tu santidad pronostica,
Y con milagros publica
Los prodigios que has de hacer.
De tu virtud superior
Fue el indicio mas patente.
Sed, Apóstol, &c.
Valencia en tu nacimiento
Se explico con alborozo,
Adelantándose el gozo
Para aplaudirte portento.
Hizo inmortal su esplendor
Con las luces del Oriente.
Sed, Apóstol, &c.


 

NOVENA A Santa Ana


Meditación

Grande es la dignidad de Santa Ana por ser la Madre de la Virgen María, predestinada desde toda la eternidad para ser Madre de Dios, la santificada desde su concepción, Virgen sin mancilla y mediadora de todas las gracias. Nieto de Santa Ana fue el hijo de Dios hecho hombre, el Mesías, el Deseado de las naciones. María es el fundamento de la gloria y poder de Santa Ana a la vez que es gloria y corona de su madre.

La santidad de Santa Ana es tan grande por las muchas gracias que Dios le concedió. Su nombre significa "gracia". Dios la preparó con magníficos dones y gracias. Como las obras de Dios son perfectas, era lógico que Él la hiciese madre digna de la criatura más pura, superior en santidad a toda criatura e inferior solo a Dios.

Santa Ana tenía celo por hacer obras buenas y esforzarse en la virtud. Amaba a Dios sinceramente y se sometió a su santa voluntad en todos los sufrimientos, como fue su esterilidad por veinte años, según cuenta la tradición. Esposa y madre fue fiel cumplidora de sus deberes para con el esposo y su encantadora hija María.

Muy grande es el poder intercesor de Santa Ana. Ciertamente santa amiga de Dios, distinguida sobre todo por ser la abuela de Jesús en cuanto Hombre.

La Santísima Trinidad le concederá sus peticiones: el Padre, para quien ella gestó, cuidó y educó a su hija predilecta; el Hijo, a quien le dio madre; el Espíritu Santo, cuya esposa educó con tan gran solicitud.

Esta Santa privilegiada sobresale en mérito y gloria, cercana al Verbo encarnado y a sus Santísima Madre. Sin duda que Santa Ana tiene mucho poder ante Dios. La madre de la Reina del Cielo, que es poderosa por su intercesión y Madre de misericordia, es también llena de poder y de misericordia.

Tenemos muchos motivos para escoger a Santa Ana como nuestra intercesora ante Dios. Como abuela de Jesucristo, nuestro hermano según la carne, es también nuestra abuela y nos ama a nosotros sus nietos. Nos ama mucho porque su nieto Jesús murió por nuestra salvación y María, su hija, fue proclamada Madre nuestra bajo la Cruz. Nos ama de verdad en atención a las dos Personas que ella amó más en esta vida: a Jesús y a María. Si su amor es tan grande su intercesión no será menos. Debemos, por tanto acudir a ella con tal confianza en nuestras necesidades. No hay la menor duda de que esto agrada a Jesús y a María, quienes la amaron tan profundamente. Se celebra la fiesta de Santa Ana el 26 de julio.

La Palabra de Dios

El logrará la bendición de Yahvé, la justicia del Dios de su salvación. Sal 24, 5

«¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen!
Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron. Mt 13, 16-17

Oraciones propias de la Novena

Gloriosa Santa Ana, quiero honrarte con especial devoción. Te escojo, después de la Santísima Virgen, por mi madre espiritual y protectora. Te encomiendo mi alma y mi cuerpo, todos mis intereses: espirituales y temporales y los de mi familia.

Te consagro mi mente, para que en todo se guíe por la luz de la fe; para que se conserve puro y lleno de amor a Jesús, a María, a José y a ti misma; mi voluntad para que, como la tuya, este siempre conforme con la de Dios.

Buenísima Santa Ana, desbordante de amor para cuantos te invocan y de compasión con los que sufren. Confiadamente pongo ante ti la necesidad de que me concedas están gracia en particular (mencione el favor que desea)

Te suplico recomiendes mi petición a tu Hija, la Santísima Virgen María, para que ambas, María y tu, la presentéis a Jesús. Por tu valiosa intercesión sea cumplido mi deseo.

Pero si lo que pido no fuere voluntad de Dios, obtenme lo que sea de mayor bien para mi alma. Por el poder y gracia con que Dios te ha bendecido dame una mano y ayúdame.

Te pido sobre todo, misericordiosísima Santa Ana, me ayudes a dominar mis malas inclinaciones de mi estado de vida y de practicar las virtudes que sean más necesarias para mi salvación.

Como tu, haz que yo logre por el perfecto amor a Dios ser para El en vida y en muerte. Que después de haberte amado y honrado en la tierra con verdadera devoción de hijo pueda, por tus oraciones, tener el privilegio de amarte y honrarte en el Cielo con los ángeles y Santos por toda la eternidad.

Bondadosísima Santa Ana, madre de aquella que es nuestra vida, muestra tu dulzura y dame esperanza, intercede ante tu Hija, para que yo alcance la paz.

Memorare a Santa Ana

Recuerda, gloriosa Santa Ana, pues tu nombre significa gracia y misericordia, que nunca se ha oído decir que uno solo de cuantos se acogió a tu protección o han implorado tu auxilio y buscado tu intercesión hayan sido desamparados.

Yo, pecador, animado de tal confianza, acudo a ti, santa madre de la Inmaculada Virgen María y encantadora abuela del Salvador. No rechaces mi petición, antes bien escucha y accede a mis ruegos. Amén.

Oración a San Joaquín y Santa Ana

Insigne y glorioso patriarca San Joaquín y bondadosísima Santa Ana, ¡cuánto es mi gozo al considerar que fueron escogidos entre todos los santos de Dios para dar cumplimiento divino y enriquecer al mundo con la gran Madre de Dios, María Santísima! Por tan singular privilegio, han llegado a tener la mayor influencia sobre ambos, Madre e Hijo, para conseguirnos las gracias que más necesitamos.

Con gran confianza recurro a su protección poderosa y les encomiendo todas mis necesidades espirituales y materiales y las de mi familia. Especialmente la gracia particular que confío a su solicitud y vivamente deseo obtener por su intercesión.

Como ustedes fueron ejemplo perfecto de vida interior, obténgame el don de la más sincera oración. Que yo nunca ponga mi corazón en los bienes pasajeros de esta vida.

Denme vivo y constante amor a Jesús y a María. Obténganme también una devoción sincera y obediencia a la Santa Iglesia y al Papa que la gobierna para que yo viva y muera con fe, esperanza y perfecta caridad.

Que yo siempre invoque los santos Nombres de Jesús y de María, y así me salve.

 

Letanía en honor a Santa Ana


Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Dios, Padre celestial, ten piedad de nosotros
Dios, Hijo, redentor del mundo, ten piedad de nosotros.
Dios, Espíritu Santo, ten piedad de nosotros.
Santísima Trinidad, un solo Dios, ten piedad de nosotros.
Santa Ana, ruega por nosotros
Descendente de la familia de David,
Hija de los patriarcas,
Fiel esposa de San Joaquín,
Madre de María, la Virgen Madre de Dios,
Amable madre de la Reina del Cielo,
Abuela de nuestro Salvador,
Amada de Jesús, María y José,
Instrumento del Espíritu Santo
Ricamente dotada de las gracias de Dios,
Ejemplo de piedad y paciencia en el sufrimiento,
Espejo de obediencia,
Ideal del autentico feminismo,
Protectora de las vírgenes,
Modelo de las madres cristianas,
Protectora de las casadas,
Guardián de los niños,
Apoyo de la vida familiar cristiana,
Auxilio de la Iglesia,
Madre de misericordia,
Madre merecedora de toda confianza,
Amiga de los pobres,
Ejemplo de las viudas,
Salud de los enfermos,
Cura de los que sufren del mal,
Madre de los enfermos,
Luz de los ciegos,
Voz de quienes no pueden hablar,
Oído de los sordos,
Consuelos de los afligidos,
Alentadora de los oprimidos,
Alegría de los ángeles y Santos,
Refugio de los pecadores,
Puerto de salvación,
Patrona de la buena muerte,
Auxilio de cuantos recurren a ti,
Cordero de Dios que quitas los pecado del mundo,
perdónanos Señor,
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo,
escúchanos Señor,
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo,
ten piedad de nosotros,
Ruega por nosotros buenísima Santa Ana,
Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.


 

Oremos: Dios todopoderoso y eterno te has complacido en escoger a Santa Ana para que de ella naciera la Madre de tu amado hijo. Haz, te rogamos, que cuantos la honramos con especial confianza podamos, por su intercesión, alcanzar la vida eterna. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

(Día primero)

La oración para todos los nueve días sería esta:


Oraciones propias de la Novena


Gloriosa Santa Ana, quiero honrarte con especial devoción. Te escojo, después de la Santísima Virgen, por mi madre espiritual y protectora. Te encomiendo mi alma y mi cuerpo, todos mis intereses: espirituales y temporales y los de mi familia.


Te consagro mi mente, para que en todo se guíe por la luz de la fe; para que se conserve puro y lleno de amor a Jesús, a María, a José y a ti misma; mi voluntad para que, como la tuya, este siempre conforme con la de Dios.


Buenísima Santa Ana, desbordante de amor para cuantos te invocan y de compasión con los que sufren. Confiadamente pongo ante ti la necesidad de que me concedas están gracia en particular (mencione el favor que desea)

 

Te suplico recomiendes mi petición a tu Hija, la Santísima Virgen María, para que ambas, María y tu, la presentéis a Jesús. Por tu valiosa intercesión sea cumplido mi deseo.


Pero si lo que pido no fuere voluntad de Dios, obtenme lo que sea de mayor bien para mi alma. Por el poder y gracia con que Dios te ha bendecido dame una mano y ayúdame.


Te pido sobre todo, misericordiosísima Santa Ana, me ayudes a dominar mis malas inclinaciones de mi estado de vida y de practicar las virtudes que sean más necesarias para mi salvación.


Como tu, haz que yo logre por el perfecto amor a Dios ser para El en vida y en muerte. Que después de haberte amado y honrado en la tierra con verdadera devoción de hijo pueda, por tus oraciones, tener el privilegio de amarte y honrarte en el Cielo con los ángeles y Santos por toda la eternidad.


Bondadosísima Santa Ana, madre de aquella que es nuestra vida, muestra tu dulzura y dame esperanza, intercede ante tu Hija, para que yo alcance la paz.


Y al final rezan las letanías en honor a Santa Ana

 

(Día segundo)


Gloriosa Santa Ana, quiero honrarte con especial devoción. Te escojo, después de la Santísima Virgen, por mi madre espiritual y protectora. Te encomiendo mi alma y mi cuerpo, todos mis intereses: espirituales y temporales y los de mi familia.


Te consagro mi mente, para que en todo se guíe por la luz de la fe; para que se conserve puro y lleno de amor a Jesús, a María, a José y a ti misma; mi voluntad para que, como la tuya, este siempre conforme con la de Dios.


Buenísima Santa Ana, desbordante de amor para cuantos te invocan y de compasión con los que sufren. Confiadamente pongo ante ti la necesidad de que me concedas esta gracia en particular (mencione el favor que desea)


Te suplico recomiendes mi petición a tu Hija, la Santísima Virgen María, para que ambas, María y tu, la presentéis a Jesús. Por tu valiosa intercesión sea cumplido mi deseo.


Pero si lo que pido no fuere voluntad de Dios, obtenme lo que sea de mayor bien para mi alma. Por el poder y gracia con que Dios te ha bendecido dame una mano y ayúdame.


Te pido sobre todo, misericordiosísima Santa Ana, me ayudes a dominar mis malas inclinaciones de mi estado de vida y de practicar las virtudes que sean más necesarias para mi salvación.


Como tu, haz que yo logre por el perfecto amor a Dios ser para El en vida y en muerte. Que después de haberte amado y honrado en la tierra con verdadera devoción de hijo pueda, por tus oraciones, tener el privilegio de amarte y honrarte en el Cielo con los ángeles y Santos por toda la eternidad.


Bondadosísima Santa Ana, madre de aquella que es nuestra vida, muestra tu dulzura y dame esperanza, intercede ante tu Hija, para que yo alcance la paz.


Y al final rezan las letanías en honor a Santa Ana

 

Día Tercero


Gloriosa Santa Ana, quiero honrarte con especial devoción. Te escojo, después de la Santísima Virgen, por mi madre espiritual y protectora. Te encomiendo mi alma y mi cuerpo, todos mis intereses: espirituales y temporales y los de mi familia.


Te consagro mi mente, para que en todo se guíe por la luz de la fe; para que se conserve puro y lleno de amor a Jesús, a María, a José y a ti misma; mi voluntad para que, como la tuya, este siempre conforme con la de Dios.

 
Buenísima Santa Ana, desbordante de amor para cuantos te invocan y de compasión con los que sufren. Confiadamente pongo ante ti la necesidad de que me concedas esta gracia en particular (mencione el favor que desea)



Te suplico recomiendes mi petición a tu Hija, la Santísima Virgen María, para que ambas, María y tu, la presentéis a Jesús. Por tu valiosa intercesión sea cumplido mi deseo.


Pero si lo que pido no fuere voluntad de Dios, obtenme lo que sea de mayor bien para mi alma. Por el poder y gracia con que Dios te ha bendecido dame una mano y ayúdame.


Te pido sobre todo, misericordiosísima Santa Ana, me ayudes a dominar mis malas inclinaciones de mi estado de vida y de practicar las virtudes que sean más necesarias para mi salvación.


Como tu, haz que yo logre por el perfecto amor a Dios ser para El en vida y en muerte. Que después de haberte amado y honrado en la tierra con verdadera devoción de hijo pueda, por tus oraciones, tener el privilegio de amarte y honrarte en el Cielo con los ángeles y Santos por toda la eternidad.


Bondadosísima Santa Ana, madre de aquella que es nuestra vida, muestra tu dulzura y dame esperanza, intercede ante tu Hija, para que yo alcance la paz.


Y al final rezan las letanías en honor a Santa Ana

 

 

Día Cuarto


Gloriosa Santa Ana, quiero honrarte con especial devoción. Te escojo, después de la Santísima Virgen, por mi madre espiritual y protectora. Te encomiendo mi alma y mi cuerpo, todos mis intereses: espirituales y temporales y los de mi familia.


Te consagro mi mente, para que en todo se guíe por la luz de la fe; para que se conserve puro y lleno de amor a Jesús, a María, a José y a ti misma; mi voluntad para que, como la tuya, este siempre conforme con la de Dios.

 
Buenísima Santa Ana, desbordante de amor para cuantos te invocan y de compasión con los que sufren. Confiadamente pongo ante ti la necesidad de que me concedas esta gracia en particular (mencione el favor que desea)


Te suplico recomiendes mi petición a tu Hija, la Santísima Virgen María, para que ambas, María y tu, la presentéis a Jesús. Por tu valiosa intercesión sea cumplido mi deseo.


Pero si lo que pido no fuere voluntad de Dios, obtenme lo que sea de mayor bien para mi alma. Por el poder y gracia con que Dios te ha bendecido dame una mano y ayúdame.


Te pido sobre todo, misericordiosísima Santa Ana, me ayudes a dominar mis malas inclinaciones de mi estado de vida y de practicar las virtudes que sean más necesarias para mi salvación.


Como tu, haz que yo logre por el perfecto amor a Dios ser para El en vida y en muerte. Que después de haberte amado y honrado en la tierra con verdadera devoción de hijo pueda, por tus oraciones, tener el privilegio de amarte y honrarte en el Cielo con los ángeles y Santos por toda la eternidad.


Bondadosísima Santa Ana, madre de aquella que es nuestra vida, muestra tu dulzura y dame esperanza, intercede ante tu Hija, para que yo alcance la paz.


Recuerda, gloriosa Santa Ana, pues tu nombre significa gracia y misericordia, que nunca se ha oído decir que uno solo de cuantos se acogió a tu protección o han implorado tu auxilio y buscado tu intercesión hayan sido desamparados.


Yo, pecadora, animada de tal confianza, acudo a ti, santa madre de la Inmaculada Virgen María y encantadora abuela del Salvador. No rechaces mi petición, antes bien escucha y accede a mis ruegos. Amén.

 


ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS   (Para obtener un favor especial)


¡Oh gloriosa Santa Ana que esta llena de compasión por quienes te invocan y de amor por los que sufren! Agobiado con el peso de mis problemas, me postro a tus pies y humildemente te ruego que tomes a tu especial cuidado esta intención mía... Por favor, recomiéndala a tu hija, Santa María, y deposítala ante el trono de Jesús, de manera que El pueda llevarlo a una feliz resolución. Continúa intercediendo por mí hasta que mi petición sea concedida. Pero por encima de todo, obtenme la gracia de que un día pueda ver a Dios cara a cara para que contigo, la Virgen y todos los santos pueda alabarle y bendecirle por toda la eternidad. Amén.


Jesús, María y Santa Ana, ayudadme ahora y en la hora de mi muerte.


Santa Ana ruega por mí.


Señor, Dios de nuestros padres, tú concediste a Santa Ana la gracia de ser la Madre de la Virgen. ¡Con qué adornos de virtud y santidad preparaste a aquella mujer que iba a ser llamada madre por la Madre de tu Hijo!. Realiza también tus maravillas en nuestras almas. Todos tenemos una misión que cumplir en la vida. Ayúdanos a responder a tus santos designios. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Y al final rezan las letanías en honor a Santa Ana

 

Día quinto


Gloriosa Santa Ana, quiero honrarte con especial devoción. Te escojo, después de la Santísima Virgen, por mi madre espiritual y protectora. Te encomiendo mi alma y mi cuerpo, todos mis intereses: espirituales y temporales y los de mi familia.


Te consagro mi mente, para que en todo se guíe por la luz de la fe; para que se conserve puro y lleno de amor a Jesús, a María, a José y a ti misma; mi voluntad para que, como la tuya, este siempre conforme con la de Dios.


Buenísima Santa Ana, desbordante de amor para cuantos te invocan y de compasión con los que sufren. Confiadamente pongo ante ti la necesidad de que me concedas esta gracia en particular (mencione el favor que desea)


Te suplico recomiendes mi petición a tu Hija, la Santísima Virgen María, para que ambas, María y tu, la presentéis a Jesús. Por tu valiosa intercesión sea cumplido mi deseo
.


Pero si lo que pido no fuere voluntad de Dios, obtenme lo que sea de mayor bien para mi alma. Por el poder y gracia con que Dios te ha bendecido dame una mano y ayúdame.


Te pido sobre todo, misericordiosísima Santa Ana, me ayudes a dominar mis malas inclinaciones de mi estado de vida y de practicar las virtudes que sean más necesarias para mi salvación.


Como tu, haz que yo logre por el perfecto amor a Dios ser para El en vida y en muerte. Que después de haberte amado y honrado en la tierra con verdadera devoción de hijo pueda, por tus oraciones, tener el privilegio de amarte y honrarte en el Cielo con los ángeles y Santos por toda la eternidad.


Bondadosísima Santa Ana, madre de aquella que es nuestra vida, muestra tu dulzura y dame esperanza, intercede ante tu Hija, para que yo alcance la paz.


Recuerda, gloriosa Santa Ana, pues tu nombre significa gracia y misericordia, que nunca se ha oído decir que uno solo de cuantos se acogió a tu protección o han implorado tu auxilio y buscado tu intercesión hayan sido desamparados.


Yo, pecadora, animada de tal confianza, acudo a ti, santa madre de la Inmaculada Virgen María y encantadora abuela del Salvador. No rechaces mi petición, antes bien escucha y accede a mis ruegos. Amén.

 


ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS        (Para obtener un favor especial)


¡Oh gloriosa Santa Ana que esta llena de compasión por quienes te invocan y de amor por los que sufren! Agobiado con el peso de mis problemas, me postro a tus pies y humildemente te ruego que tomes a tu especial cuidado esta intención mía... Por favor, recomiéndala a tu hija, Santa María, y deposítala ante el trono de Jesús, de manera que El pueda llevarlo a una feliz resolución. Continúa intercediendo por mí hasta que mi petición sea concedida. Pero por encima de todo, obtenme la gracia de que un día pueda ver a Dios cara a cara para que contigo, la Virgen y todos los santos pueda alabarle y bendecirle por toda la eternidad. Amén.

 

Jesús, María y Santa Ana, ayudadme ahora y en la hora de mi muerte.


Santa Ana ruega por mí.


Señor, Dios de nuestros padres, tú concediste a Santa Ana la gracia de ser la Madre de la Virgen. ¡Con qué adornos de virtud y santidad preparaste a aquella mujer que iba a ser llamada madre por la Madre de tu Hijo!. Realiza también tus maravillas en nuestras almas. Todos tenemos una misión que cumplir en la vida. Ayúdanos a responder a tus santos designios. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Y al final rezan las letanías en honor a Santa Ana

 

 

Día Sexto

 
Gloriosa Santa Ana, quiero honrarte con especial devoción. Te escojo, después de la Santísima Virgen, por mi madre espiritual y protectora. Te encomiendo mi alma y mi cuerpo, todos mis intereses: espirituales y temporales y los de mi familia.


Te consagro mi mente, para que en todo se guíe por la luz de la fe; para que se conserve puro y lleno de amor a Jesús, a María, a José y a ti misma; mi voluntad para que, como la tuya, este siempre conforme con la de Dios.


Buenísima Santa Ana, desbordante de amor para cuantos te invocan y de compasión con los que sufren. Confiadamente pongo ante ti la necesidad de que me concedas esta gracia en particular (mencione el favor que desea)


Te suplico recomiendes mi petición a tu Hija, la Santísima Virgen María, para que ambas, María y tu, la presentéis a Jesús. Por tu valiosa intercesión sea cumplido mi deseo.


Pero si lo que pido no fuere voluntad de Dios, obtenme lo que sea de mayor bien para mi alma. Por el poder y gracia con que Dios te ha bendecido dame una mano y ayúdame.

Te pido sobre todo, misericordiosísima Santa Ana, me ayudes a dominar mis malas inclinaciones de mi estado de vida y de practicar las virtudes que sean más necesarias para mi salvación.


Como tu, haz que yo logre por el perfecto amor a Dios ser para El en vida y en muerte. Que después de haberte amado y honrado en la tierra con verdadera devoción de hijo pueda, por tus oraciones, tener el privilegio de amarte y honrarte en el Cielo con los ángeles y Santos por toda la eternidad.


Bondadosísima Santa Ana, madre de aquella que es nuestra vida, muestra tu dulzura y dame esperanza, intercede ante tu Hija, para que yo alcance la paz.


Recuerda, gloriosa Santa Ana, pues tu nombre significa gracia y misericordia, que nunca se ha oído decir que uno solo de cuantos se acogió a tu protección o han implorado tu auxilio y buscado tu intercesión hayan sido desamparados.


Yo, pecadora, animada de tal confianza, acudo a ti, santa madre de la Inmaculada Virgen María y encantadora abuela del Salvador. No rechaces mi petición, antes bien escucha y accede a mis ruegos. Amén.



ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS   (para obtener un favor especial)

 

¡Oh gloriosa Santa Ana que esta llena de compasión por quienes te invocan y de amor por los que sufren! Agobiado con el peso de mis problemas, me postro a tus pies y humildemente te ruego que tomes a tu especial cuidado esta intención mía... Por favor, recomiéndala a tu hija, Santa María, y deposítala ante el trono de Jesús, de manera que El pueda llevarlo a una feliz resolución. Continúa intercediendo por mí hasta que mi petición sea concedida. Pero por encima de todo, obtenme la gracia de que un día pueda ver a Dios cara a cara para que contigo, la Virgen y todos los santos pueda alabarle y bendecirle por toda la eternidad. Amén.


Jesús, María y Santa Ana, ayudadme ahora y en la hora de mi muerte.


Santa Ana ruega por mi.


Señor, Dios de nuestros padres, tú concediste a Santa Ana la gracia de ser la Madre de la Virgen. ¡Con qué adornos de virtud y santidad preparaste a aquella mujer que iba a ser llamada madre por la Madre de tu Hijo!. Realiza también tus maravillas en nuestras almas. Todos tenemos una misión que cumplir en la vida. Ayúdanos a responder a tus santos designios. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Y al final rezan las letanías en honor a Santa Ana

 

 

Día Séptimo


Gloriosa Santa Ana, quiero honrarte con especial devoción. Te escojo, después de la Santísima Virgen, por mi madre espiritual y protectora. Te encomiendo mi alma y mi cuerpo, todos mis intereses: espirituales y temporales y los de mi familia.


Te consagro mi mente, para que en todo se guíe por la luz de la fe; para que se conserve puro y lleno de amor a Jesús, a María, a José y a ti misma; mi voluntad para que, como la tuya, este siempre conforme con la de Dios.


Buenísima Santa Ana, desbordante de amor para cuantos te invocan y de compasión con los que sufren. Confiadamente pongo ante ti la necesidad de que me concedas esta gracia en particular (mencione el favor que desea)


Te suplico recomiendes mi petición a tu Hija, la Santísima Virgen María, para que ambas, María y tu, la presentéis a Jesús. Por tu valiosa intercesión sea cumplido mi deseo.


Pero si lo que pido no fuere voluntad de Dios, obtenme lo que sea de mayor bien para mi alma. Por el poder y gracia con que Dios te ha bendecido dame una mano y ayúdame.


Te pido sobre todo, misericordiosísima Santa Ana, me ayudes a dominar mis malas inclinaciones de mi estado de vida y de practicar las virtudes que sean más necesarias para mi salvación.


Como tu, haz que yo logre por el perfecto amor a Dios ser para El en vida y en muerte. Que después de haberte amado y honrado en la tierra con verdadera devoción de hijo pueda, por tus oraciones, tener el privilegio de amarte y honrarte en el Cielo con los ángeles y Santos por toda la eternidad.


Bondadosísima Santa Ana, madre de aquella que es nuestra vida, muestra tu dulzura y dame esperanza, intercede ante tu Hija, para que yo alcance la paz.


Recuerda, gloriosa Santa Ana, pues tu nombre significa gracia y misericordia, que nunca se ha oído decir que uno solo de cuantos se acogió a tu protección o han implorado tu auxilio y buscado tu intercesión hayan sido desamparados.


Yo, pecadora, animada de tal confianza, acudo a ti, santa madre de la Inmaculada Virgen María y encantadora abuela del Salvador. No rechaces mi petición, antes bien escucha y accede a mis ruegos. Amén.



ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS  (para obtener un favor especial)

 
¡Oh gloriosa Santa Ana que esta llena de compasión por quienes te invocan y de amor por los que sufren! Agobiado con el peso de mis problemas, me postro a tus pies y humildemente te ruego que tomes a tu especial cuidado esta intención mía... Por favor, recomiéndala a tu hija, Santa María, y deposítala ante el trono de Jesús, de manera que El pueda llevarlo a una feliz resolución. Continúa intercediendo por mí hasta que mi petición sea concedida. Pero por encima de todo, obtenme la gracia de que un día pueda ver a Dios cara a cara para que contigo, la Virgen y todos los santos pueda alabarle y bendecirle por toda la eternidad. Amén.


Jesús, María y Santa Ana, ayudadme ahora y en la hora de mi muerte.


Santa Ana ruega por mí.


Señor, Dios de nuestros padres, tú concediste a Santa Ana la gracia de ser la Madre de la Virgen. ¡Con qué adornos de virtud y santidad preparaste a aquella mujer que iba a ser llamada madre por la Madre de tu Hijo!. Realiza también tus maravillas en nuestras almas. Todos tenemos una misión que cumplir en la vida. Ayúdanos a responder a tus santos designios. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Y al final rezan las letanías en honor a Santa Ana

 

Día Octavo


Gloriosa Santa Ana, quiero honrarte con especial devoción. Te escojo, después de la Santísima Virgen, por mi madre espiritual y protectora. Te encomiendo mi alma y mi cuerpo, todos mis intereses: espirituales y temporales y los de mi familia.


Te consagro mi mente, para que en todo se guíe por la luz de la fe; mi corazón, para que se conserve puro y lleno de amor a Jesús, a María, a José y a ti misma; mi voluntad para que, como la tuya, este siempre conforme con la de Dios.

 
Buenísima Santa Ana, desbordante de amor para cuantos te invocan y de compasión con los que sufren. Confiadamente pongo ante ti la necesidad de que me concedas esta gracia en particular (mencione el favor que desea)

 
Te suplico recomiendes mi petición a tu Hija, la Santísima Virgen María, para que ambas, María y tu, la presentéis a Jesús. Por tu valiosa intercesión sea cumplido mi deseo.


Pero si lo que pido no fuere voluntad de Dios, obtenme lo que sea de mayor bien para mi alma. Por el poder y gracia con que Dios te ha bendecido dame una mano y ayúdame.


Te pido sobre todo, misericordiosísima Santa Ana, me ayudes a dominar mis malas inclinaciones de mi estado de vida y de practicar las virtudes que sean más necesarias para mi salvación.


Como tu, haz que yo logre por el perfecto amor a Dios ser para El en vida y en muerte. Que después de haberte amado y honrado en la tierra con verdadera devoción de hijo pueda, por tus oraciones, tener el privilegio de amarte y honrarte en el Cielo con los ángeles y Santos por toda la eternidad.


Bondadosísima Santa Ana, madre de aquella que es nuestra vida, muestra tu dulzura y dame esperanza, intercede ante tu Hija, para que yo alcance la paz.


Recuerda, gloriosa Santa Ana, pues tu nombre significa gracia y misericordia, que nunca se ha oído decir que uno solo de cuantos se acogió a tu protección o han implorado tu auxilio y buscado tu intercesión hayan sido desamparados.


Yo, pecadora, animada de tal confianza, acudo a ti, santa madre de la Inmaculada Virgen María y encantadora abuela del Salvador. No rechaces mi petición, antes bien escucha y accede a mis ruegos. Amén.



ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS  (para obtener un favor especial)

 
¡Oh gloriosa Santa Ana que esta llena de compasión por quienes te invocan y de amor por los que sufren! Agobiado con el peso de mis problemas, me postro a tus pies y humildemente te ruego que tomes a tu especial cuidado esta intención mía... Por favor, recomiéndala a tu hija, Santa María, y deposítala ante el trono de Jesús, de manera que El pueda llevarlo a una feliz resolución. Continúa intercediendo por mí hasta que mi petición sea concedida. Pero por encima de todo, obtenme la gracia de que un día pueda ver a Dios cara a cara para que contigo, la Virgen y todos los santos pueda alabarle y bendecirle por toda la eternidad. Amén.


Jesús, María y Santa Ana, ayudadme ahora y en la hora de mi muerte.

Santa Ana ruega por mí.


Señor, Dios de nuestros padres, tú concediste a Santa Ana la gracia de ser la Madre de la Virgen. ¡Con qué adornos de virtud y santidad preparaste a aquella mujer que iba a ser llamada madre por la Madre de tu Hijo!. Realiza también tus maravillas en nuestras almas. Todos tenemos una misión que cumplir en la vida. Ayúdanos a responder a tus santos designios. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Y al final rezan las letanías en honor a Santa Ana

 

Día Noveno

 
Gloriosa Santa Ana, quiero honrarte con especial devoción. Te escojo, después de la Santísima Virgen, por mi madre espiritual y protectora. Te encomiendo mi alma y mi cuerpo, todos mis intereses: espirituales y temporales y los de mi familia.

 
Te consagro mi mente, para que en todo se guíe por la luz de la fe; mi corazón, para que se conserve puro y lleno de amor a Jesús, a María, a José y a ti misma; mi voluntad para que, como la tuya, este siempre conforme con la de Dios.


Buenísima Santa Ana, desbordante de amor para cuantos te invocan y de compasión con los que sufren. Confiadamente pongo ante ti la necesidad de que me concedas esta gracia en particular (mencione el favor que desea)


Te suplico recomiendes mi petición a tu Hija, la Santísima Virgen María, para que ambas, María y tu, la presentéis a Jesús. Por tu valiosa intercesión sea cumplido mi deseo.


Pero si lo que pido no fuere voluntad de Dios, obtenme lo que sea de mayor bien para mi alma. Por el poder y gracia con que Dios te ha bendecido dame una mano y ayúdame.


Te pido sobre todo, misericordiosísima Santa Ana, me ayudes a dominar mis malas inclinaciones de mi estado de vida y de practicar las virtudes que sean más necesarias para mi salvación.


Como tu, haz que yo logre por el perfecto amor a Dios ser para El en vida y en muerte. Que después de haberte amado y honrado en la tierra con verdadera devoción de hijo pueda, por tus oraciones, tener el privilegio de amarte y honrarte en el Cielo con los ángeles y Santos por toda la eternidad.


Bondadosísima Santa Ana, madre de aquella que es nuestra vida, muestra tu dulzura y dame esperanza, intercede ante tu Hija, para que yo alcance la paz.


Recuerda, gloriosa Santa Ana, pues tu nombre significa gracia y misericordia, que nunca se ha oído decir que uno solo de cuantos se acogió a tu protección o han implorado tu auxilio y buscado tu intercesión hayan sido desamparados.


Yo, pecadora, animada de tal confianza, acudo a ti, santa madre de la Inmaculada Virgen María y encantadora abuela del Salvador. No rechaces mi petición, antes bien escucha y accede a mis ruegos. Amén.



ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS  (Para obtener un favor especial)

 

¡Oh gloriosa Santa Ana que esta llena de compasión por quienes te invocan y de amor por los que sufren! Agobiado con el peso de mis problemas, me postro a tus pies y humildemente te ruego que tomes a tu especial cuidado esta intención mía... Por favor, recomiéndala a tu hija, Santa María, y deposítala ante el trono de Jesús, de manera que El pueda llevarlo a una feliz resolución. Continúa intercediendo por mí hasta que mi petición sea concedida. Pero por encima de todo, obtenme la gracia de que un día pueda ver a Dios cara a cara para que contigo, la Virgen y todos los santos pueda alabarle y bendecirle por toda la eternidad. Amén.


Jesús, María y Santa Ana, ayudadme ahora y en la hora de mi muerte.

 

Santa Ana ruega por mí.


Señor, Dios de nuestros padres, tú concediste a Santa Ana la gracia de ser la Madre de la Virgen. ¡Con qué adornos de virtud y santidad preparaste a aquella mujer que iba a ser llamada madre por la Madre de tu Hijo!. Realiza también tus maravillas en nuestras almas. Todos tenemos una misión que cumplir en la vida. Ayúdanos a responder a tus santos designios. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

 
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